Cosas que nunca dejamos atrás

By Anix1781

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Knox prefiere vivir su vida tal y como se toma el café: solo. Pero todo cambia cuando llega a su pueblecito u... More

El peor día de mi vida
Héroe a regañadientes
Una delincuente pequeñita
No te vas a quedar aquí
Un poco de líquido inflamable y una siesta
Espárragos y una escena
Un puñetazo en la cara
La misteriosa Liza J.
Micción en el patio y el sistema de clasificación decimal de Dewey
Quebraderos de cabeza
Un demonio de jefe
De vuelta a casa
Clases de historia
La cena
Knox se va de compras
El famoso Stef
De hombre a hombre
Cambio de look para todo el mundo
Mucho en juego
Una mano ganadora
Una urgencia familiar
Una disputa y dos balas
Knox, Knox, ¿quién es? 🔞
Una visita inesperada
Lío familiar
Síndrome premenstrual y una abusona
Venganza con ratones de campo
El huerto 🔞
La casa de Knox
El desayuno familiar
Recelo en la biblioteca
El almuerzo y una advertencia
Una patada certera
El novio
Toda la verdad y un final feliz
Allanamiento de morada
Afeitado y corte de pelo
¡Que estoy bien!
Romperse, desmoronarse y seguir adelante
Las consecuencias de ser un idiota
La nueva Naomi
El viejo Knox
Bebiendo de buena mañana
Los niñeros
Discusión en el bar
Tina es lo peor
Desaparecidas
El cambiazo
La caballería
Epílogo extra:
Nota de la autora Lucy Score
Sobre la autora
¿Segunda parte?

Epílogo: Hora de la fiesta

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By Anix1781

Naomi

-Mmm. Knox, tenemos que volver a la fiesta -murmuré pegada a su boca.

Me había empotrado contra la pared de la sala de estar de Liza mientras se celebraba la fiesta de cumpleaños más épica del mundo en el jardín trasero. Y en el delantero. Y en la cocina, el comedor y la galería.

Había niños, padres y moteros por todas partes.
El hombre que en ese momento me estaba succionando el alma con su beso se había sentado con Waylay y le había pedido que elaborase una lista con todas y cada una de las cosas que quería por su duodécimo cumpleaños.

Y el tío se lo había conseguido todo.

Motivo por el que había una pista de obstáculos hinchables en el jardín trasero, un zoo interactivo en el delantero y no había ni una sola verdura en la mesa, que se iba a combar de lo que pesaban las pizzas, los nachos, las palomitas y ¡las dos tartas!
Knox volvió a meterme la lengua con chulería y me flaquearon las rodillas. Notaba su erección en la barriga, lo que enloqueció a mis partes íntimas.

-Tus padres, Liza, Stef y Sloane están ejerciendo de anfitriones. Dame cinco minutos -gruñó pegado a mis labios.

-¿Cinco minutos?

Coló una mano entre nuestros cuerpos y me subió el vestido. Cuando me tocó ahí, se me fueron las caderas solas hacia él.

-A lo mejor con cuatro me sobra -concluyó.

Podría hacerme llegar en quince segundos, pero quería más.

-Trato hecho -susurré.

Me arrastró consigo para echar el pestillo a las puertas de cristal. A continuación, fuimos al aparador que había contra la pared y me colocó ahí.

-¿Para qué son esas cajas? -pregunté tras ver unas cuantas amontonadas en un rincón.

-No te preocupes por eso -contestó.

Decidí seguir su consejo mientras me bajaba las bragas sin delicadeza hasta quitármelas.

-Cinco minutos -me recordó mientras me sentaba en el borde de madera y me separaba las rodillas. Antes de que pudiera decir algo inteligente, se sacó su pene grueso y duro de los vaqueros y me lo introdujo poco a poco.
Gemimos a la vez cuando me embistió con fuerza para metérmela hasta el fondo.

-No. Me creo. Que me hayas. Convencido. Para hacer. Esto -dije con los dientes castañeteándome mientras me penetraba sin piedad.

-Si eres tú la que no me suelta -replicó con la mandíbula apretada.

Knox estaba insaciable desde el «incidente», que es como lo había bautizado yo. No me quitaba el ojo de encima... Y a mí me parecía bien. Y más teniendo en cuenta que nos pasábamos casi todo el rato desnudos.

Bueno, menos cuando hablábamos con la poli, tanto con la jefatura de Knockemout como con las otras que estaban implicadas.

Al parecer, en la famosa lista figuraban los nombres de varios policías y sus confidentes exconvictos de cinco condados de Virginia del Norte.

El padre de Hugo había dado con la información y había querido cargarse a todos los polis y confidentes que aparecían en la lista. Hugo, en un intento por impresionar a su padre, había decidido organizar un tiroteo contra uno de los nombres: el de Nash.

Pero después de que la ira de su padre cayera sobre él por hacer tal chapuza, Hugo decidió que sería más provechoso robar la información y vendérsela al mejor postor.

Todo esto lo sé por mi hermana. Tina cantó como un lorito con mono naranja para llegar a un acuerdo de lo más indulgente si su información derrocaba a algún miembro de la mafia de los Hugo.

Con Tina entre rejas, el camino hacia la tutela no podía estar más despejado. Todavía costaría lo suyo, pero, al menos, nos habíamos librado de los escollos más importantes.

Y, aunque Duncan Hugo seguía campando a sus anchas, la policía estatal lo estaba buscando, y tenía el presentimiento de que sus días de libertad acabarían pronto.

-Más niños -dijo Knox con voz áspera.

-¿Qué? -pregunté tras separarme de su boca.
Movió las caderas hacia delante con ímpetu y se hundió al máximo en mí.

-Que quiero más niños.

Por cómo mis músculos se contraían a su alrededor y tiraban, supe que me correría de un momento a otro.

-¿Que qué? -repetí como tonta.

-Way sería una hermana mayor estupenda -dijo. Con una sonrisa lobuna, enganchó los dedos en el cuello de mi vestido y me lo bajó junto con el sujetador, lo que dejó mis senos al aire. Agachó la cabeza y, a centímetros de mi pezón endurecido, me preguntó-: ¿Te apetece?

Quería niños, quería formar una familia conmigo y con Waylay. Me iba a explotar el corazón. Y la vagina, tres cuartos de lo mismo.

-S-sí -contesté como pude.

-Guay. -Cuando me besó en el pecho, su cara era de triunfo y arrogancia. ¡Qué sexy, Dios!
Y dejé que me llevara al límite.

Seguía disfrutando de los efectos de un orgasmo devastador cuando se quedó quieto bien dentro de mí y aguardó. Se le escapó un gemido gutural a la vez que el primer chorro caliente de semen brotaba en lo más profundo de mi interior.

-Te quiero, Naomi -murmuró mientras veneraba mi piel desnuda con sus labios.

-Yo t... -Pero me tapó la boca con la mano sin dejar de metérmela y sacármela, como si quisiera aprovechar hasta el último segundo de cercanía.

-Todavía no, preciosa.

Había pasado una semana del incidente, una semana del primer «te quiero», y aún no me dejaba decírselo a él.

-¿Pronto? -pregunté.

-Pronto -prometió.

Era la mujer más afortunada del mundo.

•••

Knox salió antes de la sala de estar, dijo que tenía que encargarse de una cosa. Yo seguía peinándome y recolocándome el vestido, rezando para que no fuera un rocódromo o un globo aerostático, cuando abandoné la estancia y me topé con Liza, que estaba sentada en una silla tapizada con estampado de flores que había rescatado del sótano y había trasladado al vestíbulo.

-¡Qué susto me has dado!

-He estado pensando -dijo sin rodeos-. Esta casa es demasiado grande para una anciana.

Desistí de peinarme y dije:

-No estarás pensando en venderla, ¿no?

No me imaginaba esa casa sin ella. No me la imaginaba a ella sin esa casa.

-Qué va. Demasiados recuerdos, demasiada historia. Estaba pensando en mudarme a la cabaña.

-Anda. -Alcé las cejas. No sabía qué decir. Había dado por hecho que seríamos Waylay y yo las que nos mudaríamos a la cabaña algún día.

En ese momento me pregunté si sería la forma de Liza de echarnos.

-Este lugar necesita una familia que le dé vida. Una grande y caótica, hogueras y bebés, adolescentes sabiondos, perros.

-Bueno, perros ya hay -puntualicé..

Asintió con intención y dijo:

-Ya. Pues hecho, entonces.

-¿Cómo que «hecho»?

-Yo me quedo la cabaña y tú, Knox y Waylay vivís aquí.

Boquiabierta, empecé a imaginar cientos de cambios en el mobiliario.

-Anda, es que no sé qué decir.

-No hay nada que decir. Ya lo he hablado con Knox esta semana.

-¿Y qué ha dicho?

Me miró como si acabara de pedirle que renunciase a la carne roja.

-¿Tú qué crees? -preguntó como si la hubiera ofendido-. Le ha montado a tu niña el mayor fiestón que se ha dado en este pueblo, ¿no? Está organizando la boda, ¿no?

Asentí. No tenía palabras. Primero, la fiesta de Waylay; luego, la charla sobre los niños; ahora, la casa de mis sueños. Era como si Knox también me hubiera pedido a mí que escribiera una lista con todo lo que quería y la estuviera cumpliendo a rajatabla.

Liza me tomó la mano y me dio un apretón.

-Bien dicho. Voy a ver si cortan ya las tartas.

Seguía mirando la silla que acababa de dejar libre cuando Stef apareció por el pasillo.

-Waylay te necesita, Witty -dijo.
Salí del trance y comenté:

-Vale, ¿dónde está?

Señaló con el pulgar el jardín de atrás.

-Ahí detrás. ¿Estás bien? -me preguntó con una sonrisa que me indicaba que lo sabía todo.
Negué con la cabeza y dije:

-Knox me ha cogido por banda para echar uno rapidito, me ha dicho que quiere que tengamos hijos, y ahora Liza nos deja la casa.

Stef silbó por lo bajo y dijo:

-Te vendría bien una copa.

-O siete.

Me acompañó por el comedor, donde casualmente había dos copas de champán esperándonos. Tras ofrecerme una, salimos a la terraza por las puertas del porche.

-¡¡¡Sorpresa!!!

Retrocedí un paso y me llevé una mano al corazón cuando buena parte de los habitantes de Knockemout me vitorearon desde el jardín trasero.

-No es una fiesta sorpresa -les dije.
Todos se echaron a reír. Me pregunté por qué estaban tan contentos, como si esperasen que ocurriera algo.

Mis padres se asomaron al lateral de la terraza con Liza y Waylay; todos sonreían.

-¿Qué pasa aquí? -Me volví hacia Stef, que se retiraba y me lanzaba besos.

-Naomi.

Me giré y vi a Knox detrás de mí. Estaba tan serio que se me cayó el alma a los pies.

-¿Qué pasa? -pregunté mientras miraba a mi alrededor para ver si faltaba alguien o alguien se había hecho daño. Pero toda nuestra gente estaba ahí. Todos nuestros seres queridos estaban en ese jardín, felices.

Knox tenía una cajita en la mano. Una cajita de terciopelo negro.

«Ay, madre».

Eché un vistazo a Waylay, detrás de mí, porque me preocupaba haberle aguado la fiesta. Era su día, no el mío. Pero cogía de la mano a mi madre, daba saltos de puntillas y esbozaba la sonrisa más grande que había visto en mi vida.

-Naomi -repitió Knox.

Me volví hacia él de nuevo y me llevé los dedos a la boca.

-¿Sí? -dije en forma de gritito ahogado.

-Te dije que quería una boda.

Asentí, y es que ya no me fiaba de mi voz.

-Pero no te dije por qué.

Dio un paso al frente y luego otro hasta que estuvimos a escasos centímetros.
Noté que me faltaba el aire.

-No te merezco -dijo, y miró detrás de mi hombro antes de añadir-:
Pero un hombre muy sabio me dijo una vez que lo más importante es que me pase el resto de mi vida intentando ser el tipo que mereces. Y eso es lo que voy a hacer. Cada puñetero día voy a recordar lo afortunado que soy y voy a hacer lo que esté en mi mano para ser el mejor hombre para ti. Porque tú, Naomi Witt, eres increíble. Eres preciosa, dulce. Tienes un vocabulario de la leche, ves y oyes a los demás, recompones lo que está roto. Como a mí. Me recompusiste. Y cada vez que me sonríes, vuelvo a sentir que me ha tocado la lotería.

Las lágrimas amenazaban con descender por mi rostro, y no había nada que pudiera hacer para impedirlo. Knox abrió la cajita, pero no veía nada de lo húmedos que tenía los ojos. Sin embargo, conociendo a Knox, el anillo sería excesivo, y, aun así, perfectísimo.

-Ya te lo dije una vez, pero ahora voy a pedírtelo. Cásate conmigo, Flor.

No puntualicé que realmente no me lo estaba pidiendo, sino que era más bien una orden. Porque estaba muy ocupada asintiendo.

-Necesito que lo digas, preciosa -me presionó.

-Sí -logré decir, y me arrojé al cálido y fornido pecho de mi prometido. Todos mis seres queridos nos vitorearon, y Knox me besó... de una manera muy inapropiada para tener público.

Se apartó un ápice y dijo:

-Te quiero un huevo, Flor.

Suspiré entrecortadamente y traté de no llorar. No asentí con mucha dignidad, que digamos.

-Ya puedes decirlo -me animó mientras tomaba mi rostro entre sus manos y sus ojos de un gris azulado me decían justo lo que él necesitaba oír.

-Te quiero, Knox.

-Ya te digo, cariño.

Me abrazó fuerte y luego alargó un brazo por el que se coló Waylay, que me sonreía y lloraba a la vez. La rodeé con mi brazo libre y nos junté a los tres. Waylon asomó la cabeza entre nosotros y ladró.

-Lo has bordado, Knox -dijo Waylay-. Estoy orgullosa de ti.

-¿Lista para la tarta? -le preguntó él.

-No olvides pedir un deseo, cielo -le dije yo.

Me sonrió y dijo:

-No hace falta, ya tengo todo lo que quería.

Y, sin más, las lágrimas volvieron a asomar.

-Y yo, tesoro. Y yo.

-Vale. Nueva norma de familia: no podéis volver a llorar en vuestra vida -dijo Knox con la voz ronca.

Parecía que iba en serio. Eso solo consiguió que llorásemos con más ganas.

•••

Más tarde, esa noche, cuando la fiesta se hubo acabado, los invitados se hubieron ido a casa y Knox volvía a tenerme desnuda, nos quedamos tumbados en el dormitorio, a oscuras. Me acariciaba la espalda de arriba y abajo mientras yo me acurrucaba en su pecho.

Al fondo del pasillo, un montón de chicas reían como colegialas en la habitación de Waylay.
Liza no tardó nada en cumplir su promesa. Hizo la maleta, se llevó el comedero del perro y se fue a pasar la noche a la cabaña.

-Hoy ha sido el mejor día de mi vida -susurré mientras contemplaba cómo la luz del baño incidía en la alianza de mi dedo y centelleaba. Estaba en lo cierto: era excesivo. Un solitario diamante gigante flanqueado por tres piedras más pequeñas a cada lado. Tendría que empezar a levantar pesas con la otra mano para que mis músculos estuvieran a la altura.

Knox me besó en la coronilla y dijo:

-Desde que te conocí, todos los días han sido los mejores de mi vida.

-Como te pongas cursi, voy a saltarme tu nueva norma familiar -le advertí.

Se removió debajo de mí y dijo:

-Tengo un par de cosillas más para ti.

-No te lo tomes a mal, pero después de celebrar la mejor fiesta de cumpleaños a la que ha asistido este pueblo, de que Liza nos haya dejado esta casa y de que me hayas exigido matrimonio delante de nuestros familiares y amigos, no creo que vaya a soportar nada más.

-Allá tú -dijo.

Aguanté la friolera de diez segundos.

-Vale, tú ganas.

Se incorporó y encendió la lámpara de la mesita. Sonreía de oreja a oreja, lo que hizo que mi corazón se transformara en oro líquido.

-Primero, mañana vas a ayudarme a hacer las maletas.

-¿Las maletas?

-Voy a mudarme aquí oficialmente y no sé qué van a querer tus padres y qué no.

-¿Mis padres?

-Liza J. nos ha dado la casa y yo voy a darles la mía a tus padres.

Me incorporé y me cubrí el pecho con la sábana.

-Que les vas a dar la tuya a mis padres -repetí.

Me obsequió con una mirada lobuna y dijo:

-¿Te pitan los oídos todavía o qué, Flor?

-Puede. O a lo mejor son todos los orgasmos que me provocas, que están deteriorando mi capacidad auditiva poco a poco.

Me cogió por la nuca y me acercó a él.

-Tu madre ha conseguido un empleo en el cole de Waylay. Tutora a media jornada; empieza en enero.

Me froté los ojos con las manos y dije:

-Mis padres van a...

-Mudarse a Knockemout.

-¿Cómo lo has conseguido? ¿Cómo lo has...? ¡Waylay va a crecer teniendo a sus abuelos al lado!

Todos mis sueños se estaban haciendo realidad, y Knox era el artífice de ello.

-A ver si te queda claro. Si hay algo que desees en este mundo, te lo voy a dar sin preguntas. Si lo quieres, es tuyo. Así que ten. -Me tiró un fajo de papeles.

Los cogí sin pensar. Daban la impresión de ser algún contrato legal.

-¿Qué es esto?

-Ve directa a donde la firma -me ordenó.

Seguí la etiqueta amarilla a mano y vi la firma de mi hermana en la línea de puntos.

Las palabras «custodia» y «patria potestad» destacaban en la página.

-Madre mía -susurré.

-Tina te ha cedido la patria potestad. Es oficial. Se acabaron las vistas, o las visitas a domicilio: Way es nuestra.

No podía hablar. No podía respirar. Solo llorar en silencio.

-Joder, preciosa, odio que llores -refunfuñó Knox, que me sentó en su regazo.

Asentí, con las lágrimas en los ojos, mientras lo abrazaba fuerte.

-Ahora me toca a mí.

Por lo que a mí respectaba, podía tener lo que quisiera. Mis riñones, mi bolso favorito, lo que fuera.

-Si quieres que echemos el cuarto polvo del día, antes vas a tener que traerme ibuprofeno, una bolsa de hielo y una garrafa de agua -le dije en broma mientras sollozaba y me sorbía los mocos.

Su risa retumbó en su pecho mientras me enredaba los dedos en el pelo y me atusaba el pelo.

-Quiero que nos casemos más pronto que tarde. No voy a perder ni un minuto más sin hacerte mi esposa. Puedes tener lo que quieras: una boda de postín por la iglesia, una barbacoa en el jardín trasero, un vestido de novia de cinco cifras. Pero tengo una exigencia.

¡Cómo no, una exigencia en vez de una petición!

-¿Cuál?

-Quiero que lleves margaritas en el pelo.

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