Cosas que nunca dejamos atrás

By Anix1781

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Knox prefiere vivir su vida tal y como se toma el café: solo. Pero todo cambia cuando llega a su pueblecito u... More

El peor día de mi vida
Héroe a regañadientes
Una delincuente pequeñita
No te vas a quedar aquí
Un poco de líquido inflamable y una siesta
Espárragos y una escena
Un puñetazo en la cara
La misteriosa Liza J.
Micción en el patio y el sistema de clasificación decimal de Dewey
Quebraderos de cabeza
Un demonio de jefe
De vuelta a casa
Clases de historia
La cena
Knox se va de compras
El famoso Stef
De hombre a hombre
Cambio de look para todo el mundo
Mucho en juego
Una mano ganadora
Una urgencia familiar
Una disputa y dos balas
Knox, Knox, ¿quién es? 🔞
Una visita inesperada
Lío familiar
Síndrome premenstrual y una abusona
Venganza con ratones de campo
La casa de Knox
El desayuno familiar
Recelo en la biblioteca
El almuerzo y una advertencia
Una patada certera
El novio
Toda la verdad y un final feliz
Allanamiento de morada
Afeitado y corte de pelo
¡Que estoy bien!
Romperse, desmoronarse y seguir adelante
Las consecuencias de ser un idiota
La nueva Naomi
El viejo Knox
Bebiendo de buena mañana
Los niñeros
Discusión en el bar
Tina es lo peor
Desaparecidas
El cambiazo
La caballería
Epílogo: Hora de la fiesta
Epílogo extra:
Nota de la autora Lucy Score
Sobre la autora
¿Segunda parte?

El huerto 🔞

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By Anix1781

Knox 

—Se ha escapado de casa —dijo Naomi, mirando por la ventanilla y agarrando la bolsa de pretzels calientes que llevaba en el regazo.

—No se ha escapado, se ha ido de extranjis —rebatí.

—Sea como sea, ¿cómo me hace quedar como tutora? He dejado que una niña de once años se pasee por el pueblo con un tarro de ratones y un virus informático.

—Flor, tienes que dejar de ponerte tan nerviosa por esto de la custodia.
¿De verdad crees que cualquier juez con dos dedos de frente va a decidir que Way está mejor con su madre?

Me fulminó con la mirada.

—Cuando sean tus decisiones vitales las que estén siendo inspeccionadas con lupa por el sistema legal, decides si ponerte nervioso o no.

Negué con la cabeza y doblé por un sendero por el que la camioneta apenas pasaba.

—Por aquí no se va a trabajar —observó.

—No volvemos al bar todavía —le dije mientras dábamos botes por el camino lleno de baches.

—Tengo que volver, hace rato que ha empezado mi turno —insistió.

—Cielo, tienes que dejar de obsesionarte por las cosas que deberías estar haciendo y sacar tiempo para lo que tú quieras hacer.

—Quiero volver al trabajo. Hoy no tengo tiempo para que me mates en el bosque.

Los árboles se separaron y un prado de hierba alta se extendió delante de nosotros.

—Knox, ¿qué haces?

—Acabo de ver cómo le plantabas cara a esa dictadora que quería desahogarse con una niña —empecé.

—Hay personas que no saben gestionar su dolor —dijo Naomi, con la vista fija al otro lado de la ventanilla, otra vez—. Y por eso se desahogan con quien tengan cerca.

—Ya, bueno, pues me ha gustado ver cómo te enfrentabas a una abusona con esa minifalda que llevas.

—¿Y por eso me has secuestrado? —preguntó—. ¿Dónde estamos?

Detuve la camioneta junto a los árboles y paré el motor.

—El huerto. Al menos, así es como se llamaba cuando iba al instituto.
Solíamos traer cerveza a escondidas y hacíamos hogueras. La mitad de mi clase perdió la virginidad en este campo.

La sombra de una sonrisa le aleteó en los labios.

—¿Y tú?

Rodeé el respaldo de su asiento con el brazo.

—No. Yo la perdí en el establo de Laura Beyler.

—Knox Morgan, ¿me has traído aquí para darnos el lote cuando debería estar trabajando?

Parecía consternada.

—Ah, pretendo hacer mucho más que darnos el lote —dije, mientras me inclinaba hacia ella para desabrocharle el cinturón. Una vez conseguido, le quité los pretzels del regazo y los tiré al asiento de atrás.

—No puede ser que lo digas en serio. Tengo que trabajar.

—Cielo, yo no hago bromas cuando se trata de sexo. Además, trabajas para mí.

—Sí, en tu bar, que está lleno de mujeres con síndrome premenstrual esperando esos pretzels.

Negué con la cabeza.

—Todo el pueblo sabe que es Código Rojo. Será una noche tranquila.

—Me incomoda que un pueblo entero conozca el ciclo menstrual de unas mujeres.

—Oye, estamos normalizando la regla y tal —protesté—. Y ahora, ven, trae ese culo sexy hacia aquí.

Naomi la Buena estaba librando una batalla interna con Naomi la Mala, pero sabía cuál de las dos iba a ganar por la forma en que se mordía el labio.

—Entre esa falda y la forma en que has defendido a Way, me ha costado mucho no tocarte delante de la niña y de tus padres. Por poco no me muero del esfuerzo. Tenemos suerte de haber llegado hasta aquí; la tengo tan dura que no me queda sangre en el cerebro.

—¿Me estás diciendo que te pone cachondo verme chillarle a alguien?

—Flor, cuanto antes dejes de hablar, antes podré arrastrarte por el asiento y hacer que te olvides del trabajo y de las profesoras de mierda.

Me observó con los párpados pesados unos segundos.

—De acuerdo.

No le di la oportunidad de replanteárselo. La agarré por debajo de los brazos y me la coloqué sobre el regazo de forma que quedó sentada a horcajadas sobre mis muslos, con la falda arremangada por la cintura.

—¿Te he dicho ya lo mucho que me encantan estas faldas? —le pregunté antes de devorarle la boca.
Se separó.

—De hecho, me dijiste que las detestabas, ¿no te acuerdas?

Apreté los dientes mientras ella sonreía con maldad y se frotaba contra mi polla a través de los vaqueros.

—Pues mentí.

—Estamos siendo muy irresponsables —dijo.

Estiré hacia abajo el escote de su camiseta de tirantes del Honky Tonk, llevándome por delante también el sujetador, y sus tetas desnudas aparecieron ante mi cara. Tenía los pezones erectos, me suplicaban que los lamiera. Si me hubiese quedado un solo mililitro de sangre en el cerebro, se habría ido hacia abajo con esas vistas.

—Más irresponsable eres cuando me haces ser testigo de cómo trabajas todo el turno con esa puta falda sin haber hecho que te corrieras antes.

—Sé que debería ofenderme que hables así, pero…

Me incliné hacia adelante y atrapé un pezón duro y rosado entre los labios. No necesitaba que terminara la frase. A través de los pantalones ya notaba lo mojada que estaba. Sabía el efecto que mis palabras tenían en ella, y no era nada comparado con lo que era capaz de hacer el resto de mí.

Se estremeció cuando empecé a chupar y, en un abrir y cerrar de ojos, noté sus dedos en la hebilla de mi cinturón. Moví las caderas para que pudiera llegar mejor y sonó la bocina.

Ahogó un grito.

—¡Uy! Lo siento, ha sido el culo. Quiero decir, que he dado un golpe con el culo en la bocina, no que lo ha hecho mi culo.

Sonreí con el rostro hundido entre sus pechos. Esta mujer me lo hacía pasar bien en más sentidos que el evidente. Entre los dos, conseguimos bajarme los vaqueros hasta la mitad de los muslos y liberarme el pene palpitante, y solo hicimos sonar la bocina una vez más. No quería esperar.

Necesitaba metérsela ya y, a juzgar por los gemidos entrecortados que profería su garganta, Naomi estaba igual que yo. La levanté rodeándola por las caderas con un brazo y usé la otra mano para orientar la punta de la polla justo donde la quería: en esa cueva de las maravillas apretada y húmeda.

Mi particular cueva de las maravillas apretada y húmeda. Naomi estaba conmigo. Por ahora, al menos, y con eso me bastaba.

Mientras la agarraba de la cadera con ambas manos, la hice descender al mismo tiempo que yo empujaba hacia arriba, y la penetré. Gritó mi nombre y tuve que ponerme a hacer ejercicios mentales urgentemente para evitar correrme en ese preciso instante. Su coño tembloroso me la estaba estrangulando entera.

La mantuve ahí, empalada, mientras con la boca redescubría sus pechos perfectos. Habría jurado que notaba el eco de cada lametón fuerte en las paredes que me apretaban por todos lados.

Era como estar en el paraíso. Era como estar…

—Joder, cariño —dije, tras soltarle el pecho—. Mierda. El condón.

Soltó un gemido bajito.

—Knox, si mueves un músculo, me voy a correr. Y si me corro…

—Harás que me corra yo también —supuse.

Cerró los ojos y entreabrió la boca. Era la viva imagen del éxtasis bañada por el sol del atardecer. Pero yo no era un adolescente, no me había olvidado de traer protección. Qué cojones, si no solo tenía un condón en la cartera, como haría cualquier hombre responsable, sino que también tenía un puñado en la guantera.

—¿Alguna vez has…?

Negó con la cabeza antes de que pudiera terminar de formular la pregunta.

—Nunca.

—Yo tampoco.

Le acaricié una y otra vez los pechos. Abrió los ojos y se mordió el labio.

—Esto me gusta tanto…

—No quiero que hagas nada que no quieras hacer —le advertí.

Pero yo sí que quería hacerlo. Quería terminar sin protección, liberarme en su interior y notar cómo se mezclaban nuestros fluidos. Quería ser el primer hombre en hacerlo así y plantar mi bandera en sus recuerdos como el primero que había hecho algo memorable.

—Tomo anticonceptivos —dijo, con timidez.

Saqué la lengua para jugar con el otro pezón.

—Yo estoy limpio —murmuré—. Te lo puedo demostrar.

Naomi era una mujer a quien le gustaba la información y los números.

Si quería ver mi historial médico, no me importaba. Y más si significaba que podría moverme y notar cómo me montaba hasta que se corriera sin nada entre ella y yo.

—Vale —dijo.

La sensación que me atenazó el pecho fue mejor que ganar la puta lotería: saber que ella confiaba en mí tanto como para hacer esto, para cuidar de su salud.

—¿Estás segura? —insistí.

Tenía los ojos abiertos, fijos en los míos.

—Knox, esto me gusta demasiado. No quiero ir con cuidado; esta vez, no. Tengo ganas de ser imprudente y… No sé. ¡Muévete, por favor!

Haría que fuera el mejor sexo que había tenido. Deslicé las manos hacia su espalda y hacia abajo hasta rodearle las nalgas. Para ponernos a prueba a los dos, la levanté y la saqué solo un centímetro. Los dos gemimos y Naomi apoyó la frente en la mía. Moverme dentro de ella sin nada que se interpusiera entre nosotros era espectacular. Era lo correcto.

Cuando noté que temblaba, supe que había llegado el momento de dejar de ser poético. Había llegado el momento de moverse.

—Más te vale aguantar, cielo —le advertí.

El corazón me iba a cien, como si hubiera subido corriendo muchos tramos de escaleras. Esperé a que se hubiera agarrado a mi asiento.

—Mira, esto es lo que va a pasar, Naomi: voy a empezar a moverme y te vas a correr muy rápido y con la máxima intensidad. Luego, tranquilamente, volveré a ponerte cachonda, y cuando te vuelvas a correr, yo lo haré contigo.

—Es un buen plan. Muy organizado, con objetivos cuantificables — observó, y luego me arrebató el aliento con un beso.

La saqué un par de centímetros más y atrapé el gemido que profirió entre mis labios.

—Aguanta —le recordé, y tiré de ella hacia abajo al mismo tiempo que la embestía con la cadera.
Tuve que esforzarme al máximo para resistir y no penetrarla una y otra vez.

—Joder, Naomi —suspiré mientras su coño palpitaba alrededor de mi polla.

—Te he dicho que me faltaba muy poco —dijo; parecía avergonzada y molesta a la vez.

—Todo lo que haces me lleva a querer más —gruñí.

Antes de que Naomi pudiera reaccionar a esta confesión estúpida, hundí el rostro en su otro pecho y empecé a moverme. Despacio, pero con una intención clara, por mucho que me costara. En la tercera embestida, se corrió como si la hubiera alcanzado un rayo e hizo sonar la bocina cual grito de victoria. Mientras el resto de su cuerpo se tensaba, su vagina vibró en torno a mí; era una forma de tortura muy placentera. Por poco no me puse bizco tratando de aguantarlo todo en las pelotas, donde ya estaba listo para salir.

Nunca lo había hecho con una mujer como ella, nunca había sentido algo así. Y si me detenía a pensar en eso, lo vería como una señal de alarma. Pero en ese momento, me importaba una mierda. Podía ignorarlo mientras Naomi Witt me montaba.

—Así me gusta —gruñí mientras me agarraba y me soltaba a un ritmo más agradable que el de la música.

—Joder, joder —entonó hasta que al final su cuerpo se relajó encima de mí.

Me quedé quieto en su interior y la abracé. Notaba cómo le latía el corazón sobre el mío, y, entonces, me dio unos golpecitos en el hombro.

—Me has prometido que habría un segundo —me dijo, con la voz amortiguada sobre mi cuello.

—Cielo, estoy tratando de aguantar para cumplir mi palabra.

Alzó la cabeza para mirarme a través de mechones de color castaño y caramelo. Se los coloqué detrás de la oreja, y ese gesto me pareció extrañamente íntimo, como otro lazo que se estrechaba y me ataba a ella.

—¿Para ti también es tan placentero? Quiero decir, ¿no es solo un «bueno, no está mal»? —Para demostrar lo que quería decir, lo acompañó de un empujón tímido de las caderas y no fui capaz de reprimir el gemido.

—Joder, Naomi, «no está mal» se queda muy corto para definir cómo me siento cuando te corres conmigo dentro. ¿Por qué leches te crees que quise fingir toda esa mierda de ser tu novio?

Sonrió.

—Porque viste lo mucho que había decepcionado a mis padres y te salió la vena de héroe gruñón.

—Listilla. Lo hice porque me desperté y no te encontré a mi lado, y quería que estuvieras.

—¿De verdad?

—Quería que estuvieras para poder ponerte a cuatro patas y follarte tan duro que no habrías sido capaz de sentarte en cuarenta y ocho horas sin acordarte de mí.

Abrió la boca y emitió un ruidito a medio camino entre un gemido y un gimoteo.

—Todavía no he terminado contigo, Flor —le dije. Me estremecí ante la verdad de mis palabras. En plena faena no solía ser tan hablador, joder, pero Naomi dudaba de lo que le hacía sentir, y no podía permitirlo. Ni siquiera por un momento.

—¿Puedo volver a moverme? —me preguntó.

—Joder, sí.

Y se puso a montarme, sacudiéndomela como si fuera un semental que necesitara estallar. Cada vez que se deslizaba, húmeda, cada vez que gemía, cada vez que me clavaba una uña en la piel, sentía que el mundo se desvanecía un poco más hasta que solo quedamos Naomi y yo.

El sudor nos perlaba la piel. Nuestras respiraciones se entrelazaron hasta que jadeamos al unísono. No había nada comparable con la sensación de penetrarla, nada como tenerla para mí y que ella me tuviera para sí.

—Naomi —pronuncié su nombre entre dientes cuando noté que volvía a temblar conmigo dentro. Esas palpitaciones me volvían loco.

—Knox, sí, por favor —gimoteó.

Le atrapé un pezón y tiré. Era demasiado, tanto para ella como para mí.

Cuando la primera oleada del orgasmo se apoderó de ella, perdí el control y la embestí como si me fuera la vida en ello.

Quizá era así.

Porque cuando salió el primer chorro caliente, cuando gritó mi nombre a pleno pulmón, cuando me apretó la polla y me sacó un segundo y un tercer chorro, sentí que volvía a renacer. Me sentí vivo. Me había vaciado y me había rellenado con algo que no reconocía. Algo que me cagaba de miedo.

Sin embargo, seguí corriéndome, igual que ella, en un orgasmo infinito.

Por esto. Por esto no bastaba con una sola vez. Por esto ahora no estaba seguro de cuándo bastaría.

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