Cosas que nunca dejamos atrás

By Anix1781

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Knox prefiere vivir su vida tal y como se toma el café: solo. Pero todo cambia cuando llega a su pueblecito u... More

El peor día de mi vida
Héroe a regañadientes
Una delincuente pequeñita
No te vas a quedar aquí
Un poco de líquido inflamable y una siesta
Espárragos y una escena
Un puñetazo en la cara
La misteriosa Liza J.
Micción en el patio y el sistema de clasificación decimal de Dewey
Quebraderos de cabeza
Un demonio de jefe
De vuelta a casa
Clases de historia
La cena
Knox se va de compras
De hombre a hombre
Cambio de look para todo el mundo
Mucho en juego
Una mano ganadora
Una urgencia familiar
Una disputa y dos balas
Knox, Knox, ¿quién es? 🔞
Una visita inesperada
Lío familiar
Síndrome premenstrual y una abusona
Venganza con ratones de campo
El huerto 🔞
La casa de Knox
El desayuno familiar
Recelo en la biblioteca
El almuerzo y una advertencia
Una patada certera
El novio
Toda la verdad y un final feliz
Allanamiento de morada
Afeitado y corte de pelo
¡Que estoy bien!
Romperse, desmoronarse y seguir adelante
Las consecuencias de ser un idiota
La nueva Naomi
El viejo Knox
Bebiendo de buena mañana
Los niñeros
Discusión en el bar
Tina es lo peor
Desaparecidas
El cambiazo
La caballería
Epílogo: Hora de la fiesta
Epílogo extra:
Nota de la autora Lucy Score
Sobre la autora
¿Segunda parte?

El famoso Stef

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By Anix1781

Naomi 

En el trayecto de vuelta a casa, guardé los números de los padres de Nina en mi flamante nuevo teléfono. No eran los primeros contactos que había.

Knox ya se había ocupado de que estuvieran los teléfonos de Liza, del Honky Tonk, de Sherry, del colegio de Waylay y del Café Rev.
Incluso había añadido el suyo.

No estaba segura de qué podía significar o implicar eso. Y, la verdad, estaba tan agotada que ya no me quedaban fuerzas ni para preocuparme. Y más cuando tenía un problema más grave.

Un problema que estaba sentado en los escalones de entrada de la cabaña con una copa de vino en la mano.

—No salgas de la camioneta —gruñó Knox.

Pero ya estaba a medio salir.

—No pasa nada. Lo conozco.

Waylay, embutida en el asiento trasero con todo lo que habíamos comprado, bajó la ventanilla y asomó la cabeza.

—¿Quién es?

—Es Stef —dije.

Este dejó la copa en el suelo y abrió los brazos.
Me lancé corriendo hacia él. Stefan Liao era el hombre más perfecto del mundo. Era inteligente, divertido, atento y generoso hasta el extremo, y tan guapo que dolía mirarlo. Hijo único de un padre que se dedicaba al desarrollo inmobiliario y una madre que se dedicaba al desarrollo de aplicaciones, había nacido con un espíritu emprendedor natural y un gusto exquisito para todo.

Y, no sabía cómo, había tenido la suerte de que fuera mi mejor amigo.

Me levantó en brazos y me dio una vuelta.

—Sigo muy cabreado contigo —me recibió, con una sonrisa.

—Gracias por quererme incluso cuando estás cabreado —le dije, rodeándole el cuello con los brazos e inhalando su colonia cara.

Solo de verlo y abrazarlo me sentí más centrada.

—¿Me vas a presentar a la Rubia y la Bestia? —preguntó Stef.

—No he terminado de abrazarte —insistí.

—Pues espabila, porque la Bestia tiene pinta de querer pegarme un tiro.

—Es más vikingo que Bestia.

Stef me agarró la cabeza con las manos y me dio un beso en la frente.

—Todo saldrá bien. Te lo prometo.

Las lágrimas me anegaron los ojos. Le creí. Y el alivio que me embargó fue suficiente para que brotaran las cataratas del Niágara.

—¿Dónde quieres todas tus mierdas? —gruñó Knox.

Fue suficiente para secar el Niágara entero. Giré sobre los talones y me lo encontré a escasos metros.

—¿En serio?

—Tengo cosas que hacer, Flor. No tengo toda la noche para quedarme aquí viendo cómo te lías con Henry Golding.

—¿Con Henry Golding? Me gusta —intervino Stef.

—Ven, Waylay, que te presento a mi amigo —alcé la voz.

Extasiada tras las compras, los recreativos y la hamburguesa, Waylay se olvidó de poner su expresión de fastidio.

—Waylay Witt, Knox Morgan. Os presento a Stefan Liao, Stef para los amigos. Way para los amigos. Y Leif Erikson cuando está de mal humor.

Stef sonrió, Knox gruñó. Waylay se puso a admirar el reloj inteligente de Stef.

—El placer es mío. Te pareces a tu tía —le dijo Stef a Waylay.

—¿De verdad? —Waylay no parecía demasiado horrorizada por tal afirmación, y me pregunté si mi soborno mercantil habría obrado su magia.

«Toma ya».

Knox, en cambio, parecía que quisiera desmembrar a Stef.

«¿Qué te pasa?», articulé sin emitir sonido alguno. Me fulminó con una mirada que parecía indicar que el cambio de humor repentino era culpa mía.

—Knox —dijo Stef, que le ofreció la mano—. No sé cómo agradecerte que hayas cuidado de mi chica.

Knox gruñó y observó la mano tendida un par de segundos antes de estrechársela. Sostuvieron el apretón más tiempo del necesario.

—¿Por qué se les están poniendo los dedos blancos? —me preguntó Waylay.

—Son cosas de hombres —le expliqué.

Parecía escéptica.

—¿Como cagar durante cuarenta y cinco minutos?

—Sí, algo así —repuse.

Por fin terminaron de darse la mano y ambos parecieron, entonces, ponerse a librar un duelo de miradas. Si no me andaba con cuidado, los penes y las reglas serían lo siguiente.

—Knox ha tenido la deferencia de llevarnos de compras hoy —le expliqué a Stef.

—Me ha comprado unas zapatillas rosas y a la tía Naomi le ha comprado ropa interior y un móvil.

—Gracias por proporcionar esa información, Way. ¿Por qué no vas adentro y cierras un poquito el pico? —sugerí, dándole un empujoncito hacia la casa.

—Pues depende. ¿Puedo comerme el último helado?

—Puedes siempre y cuando te lo metas en la boca y dejes de hablar.

—Un placer hacer negocios contigo. ¡Adiós, Knox!
Este ya estaba de camino a la camioneta.

—No te vayas por mí —le gritó Stef.

Knox no respondió nada, pero me pareció oír un gruñido que provenía de su dirección.

—Espera un segundo —le dije a Stef—. Tiene medio centro comercial en el asiento de atrás y no quiero que se vaya y se lo lleve.

Lo alcancé justo cuando estaba abriendo la puerta del conductor.

—Knox, ¡espera!

—¿Qué? Tengo mierdas que hacer. No puedo quedarme aquí de brazos cruzados.

—¿Puedes esperarte un momentito para sacar todas las cosas que tienes de Waylay detrás?

Musitó unos cuantos improperios muy groseros y abrió la puerta de atrás. Me puse tantas bolsas como pude por las muñecas antes de que su frustración se manifestara. Agarró todas las cosas, las llevó hasta el porche y las colocó en un montón junto a Stef.

—Vaya con la nueva ropa interior —dijo Stef mientras le echaba un ojo al interior de la bolsa de Victoria’s Secret.

Otro gruñido emanó del pecho de Knox y se dando grandes zancadas hacia la camioneta. Puse los ojos en blanco y salí corriendo tras él.

—¿Knox?

—Por Dios, chica —saltó y se volvió—. ¿Y ahora qué?

—Nada. Solo que… Gracias por todo lo que has hecho hoy. Ha sido muy importante para Waylay. Y para mí.

Cuando me volví para irme, su mano salió disparada y me agarró de la muñeca.

—Por si vuelve a pasar, Flor, lo que me ocurre siempre eres tú.

No sé por qué hice lo que hice entonces, pero lo hice de todas formas.

Me puse de puntillas y le di un beso en la mejilla. Knox se quedó plantado, y ahí seguía cuando Stef y yo entramos en casa cargados con un montón de bolsas.

•••

Mientras Waylay dormía, sumida en un coma inducido por tantas compras, me puse el pijama y me pregunté por qué demonios habría dejado las puertas del armario abiertas de par en par. Entonces, concluí que debía de haber sido Waylay. Me sorprendió el efecto que tenía un ser humano añadido en una casa. El tubo de pasta de dientes estaba apretado por el medio, la comida desaparecía y el mando del televisor nunca estaba donde yo lo había dejado.

Cerré las puertas del armario y volví abajo.
La puerta trasera estaba abierta y, a través de la mosquitera, vi que Stefan estaba en el porche. Había convertido el porche trasero en un mundo de fantasía lleno de velas de citronela.

—No les puedes decir a mis padres nada de esto —le ordené sin preámbulos mientras salía.

Stef alzó los ojos de la tabla de embutidos y quesos que estaba organizando sobre la mesa de pícnic.

—¿Por qué me lo aclaras? Estoy en tu equipo —protestó.

—Pero sé que hablas con ellos.

—Que tu madre y yo nos veamos una vez al mes para ir al spa no significa que vaya a delatarte, Witty. Además, tampoco les he dicho que venía.

—Todavía no sé cómo contarles lo de Waylay. Estuve una hora al teléfono después de darme a la fuga para que mamá accediera a irse al viaje que tenían. Sé que si les digo lo que ha pasado, desembarcarán y se subirán a un avión de inmediato.

—Sí, es lo que harían tus padres —coincidió Stef, y me ofreció una copa de vino. Se había traído una caja entera de botellas—. Esa Bestia quiere devorarte como si fueras un bol de alitas de pollo.

Me dejé caer en la silla plegable que había a su lado.

—¿Eso es lo primero que vas a decirme?

—Es lo más urgente.

—¿Y no lo es «Por qué plantaste a Warner en el altar», o «En qué demonios estabas pensando cuando decidiste ayudar a tu hermana»?

Apoyó las largas piernas en la barandilla.

—Sabes que Warner nunca me ha gustado. Me encantó ver que habías desaparecido; ojalá me lo hubieras dicho, para ayudarte.

—Lo siento —dije, con un hilo de voz.

—Deja de disculparte por todo.

—Lo s… ¿sé?

—Eres tú quien tiene que vivir tu vida. No te disculpes por las decisiones que has tomado.
Mi mejor amigo y la voz de la razón. No me juzgaba, no me cuestionaba. Solo me brindaba un amor y un apoyo incondicionales… Y, de vez en cuando, me ofrecía un golpe de realidad. Era uno entre un trillón.

—Tienes razón, como siempre. Pero, de todas formas, debería haberte dicho que me iba a dar a la fuga.

—Sí, sin duda. Aunque me lo pasé de maravilla viendo cómo la madre de Warner se lo explicaba delante de todos los invitados. Fue cómico ver cómo trataban de mantener la calma para que su reputación de cristal quedara intacta. Además, me fui a casa con uno de sus amigos.

—¿Con cuál?

—Paul.

—Muy bien. Estaba muy guapo con el esmoquin —recordé.

—Más guapo estaba sin él.

—¡Eh…!

—Hablando de buen sexo… Volvamos a la Bestia.

Me atraganté con el vino.

—No hay nada de sexo con la Bestia. Dijo que era «un coñazo de tía dependiente y engreída». Es un maleducado, siempre me está gritando y quejándose de lo que hago. Y me dice que no soy su tipo. Como si quisiera serlo —me mofé.

—¿Por qué susurras?

—Porque vive justo ahí delante —dije y señalé con la copa hacia la cabaña en la que vivía Knox.

—Oh… El vecino gruñón. Es uno de mis personajes favoritos.

—Cuando nos conocimos, me llamó «basura».

—Qué cabrón.

—Bueno, en realidad creía que era Tina cuando se puso a gritarme en medio de una cafetería llena de desconocidos.

—Cabrón y ciego.

—Ay, cómo te quiero —suspiré.

—Y yo a ti, Witty. Así que, bueno, para aclarar las cosas: ¿no te estás acostando con el vecino gruñón, sexy y tatuado que te ha comprado ropa interior y un móvil?

—Seguro al cinco mil por cien que no me estoy acostando con Knox. Y solo vino de compras porque resulta que lo habían avisado de que había un hombre en el pueblo que me estaba buscando.

—¿Me estás diciendo que es el vecino gruñón, sexy y, además, sobreprotector, y que no te vas a acostar con él? Qué desperdicio.

—¿Y si en vez de hablar de Knox te explico por qué salí pitando del aparcamiento de la iglesia y terminé sin techo en Knockemout?

—Y sin coche, además —añadió.

Puse los ojos en blanco.

—Y sin coche.

—Voy a buscar las trufas que he dejado en tu habitación —se ofreció Stef.

—Ojalá fueras hetero —le dije.

—Si pudiera volverme hetero por alguien, lo haría por ti —repuso, y chocó su copa con la mía.

—¿De dónde han salido estas copas? —pregunté tras mirar confusa los utensilios.

—Son las que llevo en el coche. Siempre llevo un par.

—Claro, cómo no.

•••

Querida Naomi:

Tu padre y yo nos lo estamos pasando muy bien, aunque no nos has ido explicando cómo te va. Visitar Barcelona ha sido una gozada, pero lo habría sido aún más si hubiésemos sabido que nuestra hija no estaba cayendo en depresión o sufriendo algún tipo de crisis.

Pero basta de hacerte sentir culpable. Tendrías que haber visto a nuestro guía turístico, Paolo. Mamma mia, que dirían los italianos. Te mando una foto para que lo veas. Está soltero, si quieres que te traiga un recuerdo del viaje.

Te quiero,  Mamá

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