Cosas que nunca dejamos atrás

By Anix1781

40.3K 1.8K 161

Knox prefiere vivir su vida tal y como se toma el café: solo. Pero todo cambia cuando llega a su pueblecito u... More

El peor día de mi vida
Héroe a regañadientes
Una delincuente pequeñita
No te vas a quedar aquí
Un poco de líquido inflamable y una siesta
Espárragos y una escena
Un puñetazo en la cara
La misteriosa Liza J.
Micción en el patio y el sistema de clasificación decimal de Dewey
Quebraderos de cabeza
Un demonio de jefe
Clases de historia
La cena
Knox se va de compras
El famoso Stef
De hombre a hombre
Cambio de look para todo el mundo
Mucho en juego
Una mano ganadora
Una urgencia familiar
Una disputa y dos balas
Knox, Knox, ¿quién es? 🔞
Una visita inesperada
Lío familiar
Síndrome premenstrual y una abusona
Venganza con ratones de campo
El huerto 🔞
La casa de Knox
El desayuno familiar
Recelo en la biblioteca
El almuerzo y una advertencia
Una patada certera
El novio
Toda la verdad y un final feliz
Allanamiento de morada
Afeitado y corte de pelo
¡Que estoy bien!
Romperse, desmoronarse y seguir adelante
Las consecuencias de ser un idiota
La nueva Naomi
El viejo Knox
Bebiendo de buena mañana
Los niñeros
Discusión en el bar
Tina es lo peor
Desaparecidas
El cambiazo
La caballería
Epílogo: Hora de la fiesta
Epílogo extra:
Nota de la autora Lucy Score
Sobre la autora
¿Segunda parte?

De vuelta a casa

796 38 7
By Anix1781

Knox

Tenía papeleo pendiente, pero me parecía mucho más interesante ver cómo se estrellaba estrepitosamente mi trabajadora más nueva.

Naomi se paseó meneando ese culo de clase alta como una profesora de guardería idealista en su primer día. Y aunque era cierto que detestaba a Wylie Odgen, y no me faltaban razones, no me importaba usarlo para que me diera la razón.

Este no era un lugar adecuado para Naomi. Y si tenía que demostrarlo ofreciéndosela a un loco, no me quedaba otra.

Los ojos bizcos de Wylie se centraron en ella y asomó la lengua entre los labios. Sabía que había unas normas y que no me lo iba a pensar dos veces para echarlo a patadas de aquí si se atrevía a poner un dedo encima de una de mis trabajadoras, pero eso no impedía que fuera un viejo asqueroso.

—¿Qué te pasa con la que no es Tina? —me preguntó Silver mientras apretaba el botón de la batidora y servía vodka en tres vasos de whisky.
No respondí. Contestar preguntas no hacía más que animar a continuar una conversación. Observé cómo Wylie prodigaba a Naomi su particular atención pervertida sin sentir ni un solo remordimiento.

Esta mujer no era mi tipo en ninguna dimensión. Qué leches, si incluso con vaqueros y la camiseta del Honky Tonk seguía teniendo pinta de ser de clase alta, caprichosa y exigente. No estaría satisfecha solo con un revolcón.

Era el tipo de mujer que tenía expectativas y planes a largo plazo, que hacía listas y decía «perdona, ¿te importaría…?» y «por favor, ¿podrías…?».

Normalmente, era capaz de ignorar la atracción que me producía una mujer que no era mi tipo.

¿Tal vez necesitaba un descanso? Hacía un tiempecillo de la última vez que me había tomado unos días de fiesta, que me había divertido, que había echado un polvo. Hice los cálculos y esbocé una mueca: hacía más que un tiempecillo. Eso era lo que necesitaba. Pasar unos días fuera. Quizá me iría a la playa, leería un poco, me tomaría unas cervezas que no fueran de mi inventario. Echaría un buen polvo con una tía que no quisiera compromisos ni tuviera expectativas.

Hice caso omiso de mi propia reacción reflejo ante el plan: «bah».

Después de cumplir los cuarenta, me había dado cuenta de que ir de caza me producía una ambivalencia alarmante. Pereza, sobre todo. La búsqueda, la selección de la presa, el flirteo. Lo que en otra época me había resultado divertido, ahora parecía mucho trabajo solo para una noche o un par. Pero encontraría las ganas y me desahogaría de mi frustración sexual.

Entonces, podría volver aquí y no sentir la necesidad de hacerme una paja cada vez que veía a Naomi Witt.

Resuelto este tema, me serví un vaso de agua del sifón y observé cómo Naomi trataba de irse de la mesa, pero Wylie se lo impedía. El cabrón había tenido los huevos de agarrarla de la muñeca.

—Ay, joder —soltó Silver entre dientes cuando yo me bajé del taburete.

—Hostia —musité, mientras cruzaba el bar.

—Pero no te entretengas, Naomi —le decía Wylie—. A los chicos y a mí nos encanta mirar esa cara que tienes.

—Entre otras cosas —añadió uno de los idiotas de sus amigos, lo que provocó una carcajada generalizada en toda la mesa.

Me esperaba encontrármela peleando con uñas y dientes para zafarse, pero Naomi estaba sonriendo.

—Ay, chicos, sabía que erais unos liantes —bromeó ella.

—¿Hay algún problema? —espeté.

Wylie soltó la muñeca de Naomi y no me pasó por alto que esta dio un paso atrás de inmediato para alejarse.

—¿Problema? —dijo Wylie—. Yo no veo ningún problema.

—Wylie y sus amigos se estaban presentando —intervino Naomi—. Enseguida vuelvo con las bebidas.

Tras fulminarme con la mirada, se fue tan tranquila hacia la barra.

Me metí en el campo de visión de Wylie para impedir que le mirara el culo.

—Ya conoces las reglas, Ogden.

—Chico, yo ya controlaba esta ciudad cuando tú no eras más que un brillo en los ojos de tu padre.

—Y ahora no controlas una mierda, ¿verdad? —le dije—. Porque ¿esto de aquí? Esto es mío. Y si quieres seguir viniendo aquí a beber, las puñeteras manos quietecitas.

—No me gustan estas insinuaciones, chico.

—Y a mí no me gusta tener que servirte, sinvergüenza, así que estamos en paz.

Lo dejé con sus amigotes y fui a buscar a Naomi. Me la encontré en los TPV junto a la barra. Se mordía el labio inferior y no se molestó en alzar los ojos de la pantalla cuando introdujo un pedido. Teniendo en cuenta que había un Sex on the Beach y un Orgasmo Ardiente, deduje que era el de la mesa de Wylie y el resto de imbéciles.

—¿Me pegas con la puta bandeja por lo que digo pero dejas que ese capullo te toque?

—No tengo tiempo para recordarte que me has dicho que si una mesa no quedaba satisfecha me echabas a la calle, así que tendrás que conformarte —me dijo mientras me hacía una peineta ante las narices.

Hinkel McCord y Tallulah se echaron a reír.

—Esto no es una cena con espectáculo —les advertí antes de volverme hacia Naomi.

—Mierda. ¿Dónde está el botón de reemplazar? —musitó.

Alargué el brazo alrededor de ella y busqué entre las opciones hasta encontrar el botón que quería. Tenerla enjaulada entre mi cuerpo y la pantalla estaba haciendo que la libido me fallara.

Para llevar la contraria, no me aparté mientras ella introducía el resto del pedido. Cuando hubo terminado, Naomi se dio la vuelta para mirarme.

—Me has mandado allí a propósito, sabías que pasaría esto. Pero no he reaccionado como te esperabas, así que ahora, te aguantas.

—Te he mandado allí para que Wylie te intimidara, no para que te pusiera las putas manos encima. Si vuelve a hacerlo, quiero que me lo digas.

Se rio. En mi cara.

—Ya, claro, vikingo. Vendré corriendo.

—Aquí tienes las bebidas, Nay —dijo Silver.

—Tengo que irme, jefe —soltó Naomi con el mismo tono de falsa cordialidad que había usado con Wylie. Me entraron ganas de asestarle un puñetazo a la pared.

Diez minutos después, seguía teniendo ganas de pegarle un puñetazo a algo cuando mi hermano entró por la puerta. Posó los ojos directamente en Naomi, que estaba sirviendo una segunda ronda de bebidas en la mesa de los St. John. Al cabo de un segundo, se fijó en Wylie. Los dos intercambiaron una larga mirada antes de que Nash se dirigiera hacia mí.

—¡Hombre, mira quién viene por aquí! —se alegró Sherry. Mi gerente, que a este paso pronto se iba a quedar sin trabajo, había salido del despacho para contemplar el espectáculo.

Nash dejó de mirarle el culo a Naomi y le dedicó una ancha sonrisa.

—¿Cómo va, Fi? —le preguntó.

—Aquí nunca nos aburrimos. ¿Has venido a ver a la nueva? —preguntó con picardía, y me miró de reojo.

—Se me ha ocurrido que podía pasarme a ver cómo le va a Naomi en su primer día —respondió.

—Tú y medio pueblo —terció Max al pasar con una bandeja llena de bebidas.

—Le va de maravilla —informó Sherry—. A pesar de haber tenido un encontronazo con dirección.

Nash me echó una mirada.

—No me sorprende.

—¡Hola, Nash! —dijo con alegría Naomi al pasar de camino a la barra.

Este hizo un gesto de cabeza.

—Naomi.

Sherry me pegó un codazo en la barriga.

—Hay alguien que se está pillando… —canturreó.
Gruñí. Había dos que se estaban pillando, y si de mí dependía, ni el uno ni el otro conquistaríamos a la chica.

—Súbete a un taburete, jefe —le sugirió Silver.

Nash aceptó el ofrecimiento y se sentó en el rincón que estaba más cerca de la zona de servir.

—¿Estás de servicio o por hoy ya has terminado? —le preguntó Silver.

—He terminado por hoy.

—Pues marchando una cerveza —le dijo, haciéndole un saludo.

—¿No tienes que aprobar las nóminas? —preguntó Sherry como quien no quiere la cosa mientras yo me cernía detrás de mi hermano.

—Quizá ya lo he hecho —me defendí sin dejar de observar cómo Naomi se volvía a acercar a la mesa de Wylie.

—Recibo una alerta cuando las presentas, listillo.

Maldita tecnología chivata.

—Ahora lo hago. ¿Y tú? ¿No tienes un negocio que gestionar?

—Ahora mismo tengo que gestionar a cierto hombre. Deja de comportarte como un imbécil con Naomi. Es buena, a los clientes les gusta, al resto de trabajadores les gusta. A tu hermano le gusta. Eres tú el único que tiene un problema.

—Esto es mío, y puedo tener un problema si quiero tener un problema.—Parecía un niño malcriado al que no le dejaban comerse una galleta.

Sherry me pegó un cachete en la mejilla y me pellizcó. Con fuerza.

—Jefe, siempre has sido un imbécil, pero ahora ya no te reconozco. Nunca le habías prestado ninguna atención a las nuevas. ¿Por qué ibas a empezar ahora?

Naomi volvió a pasar; me cabreaba fijarme en cada paso que daba.

—¿Vienes a menudo? —le preguntó Naomi a mi hermano con una sonrisa desbordante mientras se llevaba otra ronda de bebidas.

—He pensado que podía pasarme y darte una buena noticia.

—¿Qué buena noticia? —preguntó, esperanzada.

—He solucionado el malentendido que tenías con el robo del coche.

Cualquiera pensaría que mi hermano acababa de sacar una polla de veinticinco centímetros de oro puro por la forma en que Naomi se lanzó a sus brazos.

—¡Gracias, gracias, gracias, gracias, gracias! —gritó.

—No se maltrata a los clientes —gruñí.

Naomi puso los ojos en blanco y le plantó un beso en la mejilla a Nash que me despertó unas ganas irrefrenables de quemar a mi hermano en la hoguera.

—Y a ver si querías que te acercara a casa cuando termines el turno — le ofreció.

«No me jodas».

Naomi no tenía coche. Seguro que había venido con la maldita bici y tenía pensado volver de la misma forma después de cerrar. De noche.

«Por encima de mi cadáver».

—Qué amable por tu parte —le dijo Naomi.

—Pero no será necesario —metí baza yo—. Ya tiene cómo volver. La llevará Sherry.

—Lo siento, Knox, me voy en diez minutos —anunció mi gerente con aire de suficiencia.

—Entonces, ella también.

—No puedo liquidar mis mesas y hacer el trabajo que queda en diez minutos —protestó Naomi—. Max me va a enseñar a cerrar por si no me echas después del turno de hoy.

—Vale. Pues entonces te llevaré yo.

—Seguro que tienes mejores cosas que hacer que llevar a su casa a un coñazo de tía dependiente.

—¡Pum! —susurró Fi, regodeándose.

—Te voy a llevar a casa. Don Legal vive justo aquí encima, no le pilla de camino. Para él, sería una molestia llevarte a casa.

Supe que había dado en el clavo cuando la sonrisa de Naomi flaqueó.

—No me importa —insistió Nash.

Pero Naomi negó con la cabeza.

—Por mucho que me duela admitirlo, tu hermano tiene razón. Será tarde y no te viene de camino.

Nash abrió la boca pero lo corté.

—La llevo yo.

Supuse que sería capaz de tener la boca cerrada y las manos quietas durante los cinco minutos de trayecto.

—En tal caso, ¿tienes un minuto? —le preguntó a Naomi.

—Solo diez minutos —le dijo Max, y empujó a Naomi hacia mi hermano.

Esta se rio y alzó una mano.

—De hecho, tengo mesas que atender. ¿Qué necesitas, Nash?

Este me miró de reojo.

—Los policías de Washington D. C. han encontrado tu coche hoy — anunció.

El rostro de Naomi se iluminó.

—¡Qué buena noticia!

Nash hizo una mueca y negó con la cabeza.

—Lo siento, cielo, no es una buena noticia. Lo han encontrado en un desguace hecho trizas.

Naomi quedó abatida.

—¿Y Tina?

—Ni rastro.

Parecía incluso más desalentada, y estaba a punto de ordenarle que dejara de preocuparse cuando Nash alargó el brazo y le alzó la barbilla.

—No dejes que esto te deprima, cielo. Ahora estás en Knockemout, y aquí cuidamos de los nuestros.

•••

Una vez se hubieron ido el manos-largas de mi hermano y Wylie Ogden, me encerré en mi despacho y me concentré en el papeleo para no seguir siendo testigo de cómo Flor se ganaba el amor de todos los habitantes de Knockemout con una sonrisa. El negocio iba bien, y sabía lo mucho que influían los trabajadores en las cuentas, pero por favor. ¿Trabajar con Naomi día sí y día también? ¿Cuánto iba a tardar ella en soltarme una ocurrencia y yo en inmovilizarla contra la pared y besarla solo para que se callara?
Iba echando vistazos a la cámara de seguridad mientras hacía todas las cosas que Fi me había dejado pendientes. Ya había aprobado las nóminas, había hecho el pedido del alcohol, había respondido a los correos electrónicos y, por fin, me había vuelto a poner con los anuncios. Era medianoche, la hora de cerrar, y estaba más que dispuesto a dar la jornada por terminada.

—Vamos, Waylon —le dije.

El perro bajó de un salto de la cama. Al salir, descubrimos que no quedaban clientes en el bar.

—Hoy ha sido una noche bastante buena —anunció Silver desde la caja registradora, donde analizaba el informe del día.

—¿Cómo de buena? —pregunté y me esforcé por ignorar a Naomi y a Max mientras enrollaban cubiertos con servilletas y se reían de algo.

Waylon se lanzó derecho hacia ellas a pedirles arrumacos.

—Como para hacer unos chupitos —dijo Silver.

—¿Alguien ha dicho que hacemos chupitos? —alzó la voz Max.

Tenía un pacto con mi personal: cada vez que superábamos las ventas de la semana anterior, todo el mundo se había ganado un chupito. Silver me entregó el informe por encima de la barra y fui directo a la última línea.

Madre mía. Sí que había sido una buena noche.

—Quizá la nueva es nuestro amuleto de la suerte —dijo.

—De suerte ninguna, con ella —insistí.

—Pero nos los debes igual.

Suspiré.

—Vale. Prepáralos de Teremana. —Eché un vistazo por encima del hombro—. Venga, chicas.

Naomi ladeó la cabeza, pero Max bajó de un salto del asiento.

—Sabía que había sido una buena noche. También nos han dado buenas propinas. Venga —le dijo a Naomi, y la hizo ponerse de pie.

No me pasó desapercibida la mueca que hizo Naomi al levantarse. Era evidente que no estaba acostumbrada a estar de pie tantas horas seguidas, pero se había ganado mi respeto por tratar de disimular su malestar cuando se acercó a la barra. Waylon la seguía de cerca como un idiota enamorado.

—El jefe ha dicho que con tequila —recalcó Silver, y sacó la botella.

Max silbó y dio unas palmadas sobre la barra.

—¿Tequila? —repitió Naomi con un bostezo.

—Es tradición —le explicó Silver—. Hay que celebrar las ganancias.

—Uno más —dije antes de que Silver empezara a verter el tequila.

Alzó las cejas y sacó otro vasito.

—El jefe también. Esto es nuevo.

Max también parecía sorprendida.

—Un momento. ¿No habría que sacar también sal, limones, salsa picante o algo? —preguntó Naomi.
Silver negó con la cabeza.

—Eso lo haces cuando el tequila es una mierda.
Servidos los vasos, los alzamos para hacer un brindis.

—Tienes que hacerlo tú —me dijo Max cuando se hizo evidente que nadie más iba a hacerlo.

—Mierda. Vale: por una buena noche —dije.

—Lamentable —terció Silver.

Puse los ojos en blanco.

—Calla y bebe.

—Salud. —Entrechocamos los vasos y luego dimos un golpecito en la madera de la barra. Naomi nos imitó y la observé mientras se lo tomaba.

Creía que se iba a poner a dar boqueadas y a resollar como una universitaria de fiesta, pero sus ojos del color de la avellana se abrieron mientras contemplaba el vaso vacío.

—Vaya, pues, al parecer, nunca había probado un buen tequila.

—Bienvenida al Honky Tonk —dijo Max.

—Gracias. Y ahora que por fin ha terminado mi primer turno… — Naomi dejó el vaso y el delantal en la barra y se volvió hacia mí—. Dejo el trabajo.

Se dirigió a la puerta.

—¡Noooo! —gritaron Silver y Max.

—Será mejor que hagas algo —dijo Silver mientras me fulminaba con la mirada—. Es buena.

—Y está intentando mantener a una niña, Knoxy. Ten un poco de corazón —subrayó Max.

Maldije entre dientes.

—Salid juntas —les ordené, y fui detrás de Naomi.

Me la encontré en el aparcamiento junto a una bicicleta de diez marchas prehistórica.

—No vas a irte a casa con eso —anuncié y le agarré el manillar.

Naomi soltó un largo suspiro.

—Tienes suerte de que esté tan cansada que no pueda ni pelear ni pedalear. Pero no volveré al trabajo.

—Y tanto que lo vas a hacer. —Le devolví el delantal, agarré la bicicleta y la coloqué en la plataforma de la camioneta. Me siguió renqueando, abatida—. Por favor, pero si parece que te haya pasado por encima una manada de caballos.

—No estoy acostumbrada a pasarme tantas horas de pie, ¿vale, don Yo-hago-el-papeleo-sentado?

Abrí la puerta del copiloto y, con un gesto, le indiqué que subiera. Ella, con una mueca de dolor, me hizo caso. Esperé a que se acomodara antes de cerrar la puerta, di la vuelta por delante y me senté al volante.

—No vas a dejar el trabajo —le dije, por si no le había quedado claro la primera vez.

—Ya lo creo que lo voy a dejar. Si he sobrevivido a este turno ha sido por eso. Lo he estado tramando toda la noche: sería la mejor camarera que habrías tenido nunca y, cuando hubieses cambiado de opinión, te diría que lo dejaba.

—Pues ahora lo des-dejas.

Bostezó.

—Solo lo dices para poder echarme tú.

—No —respondí, en tono grave.

—No querías que trabajara aquí —me recordó—. Pues lo dejo. Tú ganas, ¡bien por ti!

—Ya, bueno, pues resulta que no se te da tan mal, y necesitas un sueldo.

—Tu benevolencia no tiene límites.

Sacudí la cabeza. Incluso agotada, su vocabulario seguía siendo de nota en la prueba de acceso a la universidad.

Apoyó la cabeza en el asiento.

—¿A qué estamos esperando?

—A que salgan las chicas y se metan en sus coches.

—Qué detalle —comentó con otro bostezo.

—No siempre soy un imbécil.

—Entonces, ¿es solo conmigo? —preguntó Naomi—. Qué suerte la mía.

—¿Ponemos las cartas sobre la mesa? —No tenía ganas de edulcorarlo —: No eres mi tipo.

—¿Me estás vacilando? —dijo.

—No.

—Como no te atraigo, ¿no puedes ni tratarme con educación?

Se abrió la puerta trasera y vimos cómo Max y Silver salían con la última bolsa de basura que quedaba. La llevaron hasta el contenedor y chocaron las manos después de meterla dentro. Max nos saludó con un gesto y Silver me dedicó otro saludo militar cuando cada una se dirigía hacia sus respectivos coches.

—No he dicho que no me atraigas. He dicho que no eres mi tipo.

Gruñó.

—Seguro que me voy a arrepentir, pero creo que tendrás que ser más explícito para que te entienda.

—Bueno, Flor. Resulta que a mi polla le da igual que no seas mi tipo; sigue levantándose para llamar tu atención.

Se quedó inmóvil unos segundos.

—Pero das mucho trabajo, eres demasiado complicada y no te quedarías satisfecha con un revolcón.

—Me ha parecido oír que Knox Morgan no puede satisfacerme. Ojalá tuviera un móvil para inmortalizar tal afirmación en las redes sociales.

—Punto número uno: necesitas tener un móvil ya. Es una irresponsabilidad que vayas por ahí sin teléfono cuando tienes que ocuparte de una niña.

—Ay, calla. Si solo ha sido por un par de días, no meses. Y tampoco sabía que tendría que ocuparme de una niña —dijo.

—Punto número dos: te satisfaría que ni te lo imaginas —proseguí, y saqué la pick-up del aparcamiento—. Solo que querrías más, y no quiero.

—Porque soy un coñazo de tía dependiente y engreída —musitó, con los ojos fijos en la oscuridad que se extendía al otro lado de la ventanilla.

No podía defenderme. Era un capullo, simple y llanamente, y cuanto antes se diera cuenta, más lejos se mantendría. Metafóricamente.

Naomi soltó un suspiro de cansancio.

—Tienes suerte de que esté tan cansada que no pueda pegarte una bofetada, saltar de la camioneta y arrastrarme hasta casa —dijo, al final.

Enfilé por el camino de tierra que conducía a la cabaña.

—Puedes pegármela mañana.

—Seguro que solo conseguiría atraerte todavía más.

—Qué coñazo de tía.

—A ti lo que te pasa es que ahora te molesta tener que encontrar un nuevo sitio en el que mear en el patio.

Continue Reading

You'll Also Like

614 96 31
Simplemente un escritor trasnochado
39.3K 4.7K 81
En el apocalipsis, se suceden desastres naturales como fuertes lluvias, frío extremo, calor abrasador, inundaciones y plagas de insectos, lo que prov...
114K 11.9K 123
Comparta esta historia sin fines de lucro todos los derechos reservados al autor Autor: 辞奴 Traductor: Terracota45 ...
191M 4.5M 100
[COMPLETE][EDITING] Ace Hernandez, the Mafia King, known as the Devil. Sofia Diaz, known as an angel. The two are arranged to be married, forced by...