Cosas que nunca dejamos atrás

By Anix1781

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Knox prefiere vivir su vida tal y como se toma el café: solo. Pero todo cambia cuando llega a su pueblecito u... More

El peor día de mi vida
Héroe a regañadientes
Una delincuente pequeñita
No te vas a quedar aquí
Un poco de líquido inflamable y una siesta
Espárragos y una escena
Un puñetazo en la cara
La misteriosa Liza J.
Quebraderos de cabeza
Un demonio de jefe
De vuelta a casa
Clases de historia
La cena
Knox se va de compras
El famoso Stef
De hombre a hombre
Cambio de look para todo el mundo
Mucho en juego
Una mano ganadora
Una urgencia familiar
Una disputa y dos balas
Knox, Knox, ¿quién es? 🔞
Una visita inesperada
Lío familiar
Síndrome premenstrual y una abusona
Venganza con ratones de campo
El huerto 🔞
La casa de Knox
El desayuno familiar
Recelo en la biblioteca
El almuerzo y una advertencia
Una patada certera
El novio
Toda la verdad y un final feliz
Allanamiento de morada
Afeitado y corte de pelo
¡Que estoy bien!
Romperse, desmoronarse y seguir adelante
Las consecuencias de ser un idiota
La nueva Naomi
El viejo Knox
Bebiendo de buena mañana
Los niñeros
Discusión en el bar
Tina es lo peor
Desaparecidas
El cambiazo
La caballería
Epílogo: Hora de la fiesta
Epílogo extra:
Nota de la autora Lucy Score
Sobre la autora
¿Segunda parte?

Micción en el patio y el sistema de clasificación decimal de Dewey

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By Anix1781

Naomi

Descubrí que el porche trasero era un sitio maravilloso para organizar mi lista de «Tareas diarias según su prioridad» mientras esperaba que la cafetera hirviera. Había dormido como una paciente en coma, y cuando se me abrieron los ojos a las 6:15 en punto, crucé el pasillo de puntillas hasta la habitación de Waylay y le eché un vistazo para asegurarme de que mi sobrina seguía ahí. En efecto, ahí estaba, arropada con sábanas limpias en una cama blanca con dosel.

Bajé los ojos a la lista que tenía delante y di unos golpecitos en la página con la punta de un subrayador azul. Tenía que ponerme en contacto con mis padres para que supieran que estaba viva y que no me había dado ninguna crisis ni ningún ataque. Pero tampoco estaba segura de cuánto debía contarles.

Hola, ¿os acordáis de vuestra otra hija? ¿La que os provocó migrañas durante veinte años antes de desaparecer de la faz de la Tierra? ¿Sí? Bueno, pues resulta que tiene una hija que no tenía ni idea de que existíais.

Desembarcarían del crucero al instante y se subirían al primer avión que los trajera hasta aquí. Su propia madre acababa de abandonarla y ahora Waylay se encontraba con que tenía que vivir con una tía que hasta ahora no había conocido. Añadir a los abuelos a esta situación tal vez no fuera la mejor idea, así de entrada. Además, era la primera vez en diez años que mis padres se iban de vacaciones solos. Se merecían tres semanas de paz y tranquilidad.

La elección se vio determinada solo en parte por el hecho de que así no tendría que encontrar una forma diplomática de explicar por qué se habían perdido los primeros once años de la vida de su única nieta. Por ahora.

No me gustaba hacer nada hasta saber la forma correcta de hacerlo. Así que esperaría hasta conocer un poco mejor a Waylay y a que mis padres hubieran vuelto del crucero y estuvieran bien descansados y listos para oír semejante bombazo.

Satisfecha, recogí la libreta y los subrayadores, y estaba a punto de ponerme en pie cuando oí el lejano chirrido de una puerta mosquitera. En la cabaña vecina, Waylon descendió con brío las escaleras de atrás hasta llegar al patio y alzó una pata ante una zona sin vegetación que era evidente que le gustaba usar como lavabo. Sonreí, pero se me congeló toda la musculatura de la cara cuando otro movimiento me llamó la atención.

Knox el Vikingo Morgan salió tranquilamente a la terraza ataviado con nada más que un bóxer negro. Era todo un hombre: musculado, pelo en el pecho, tatuajes. Estiró un brazo con pereza por encima de su cabeza y se rascó la nuca; la viva imagen de testosterona adormilada. Necesité diez segundos enteros para comérmelo con los ojos con la boca bien abierta y darme cuenta de que, igual que su perro, el tipo se había puesto a mear.

Mis subrayadores salieron volando y provocaron un estrépito al caer sobre los tablones de madera que había en el suelo. El tiempo se detuvo cuando Knox se volvió hacia mí. Me estaba mirando con una mano en la… No.

«No. No, no, no».

Abandoné los subrayadores donde estaban y salí corriendo a refugiarme en el interior de la cabaña mientras me felicitaba por no haber tratado de ver mejor lo que tenía entre las piernas.

—¿Por qué tienes la cara tan roja? ¿Te has quemado?

Solté un chillido y me choqué de espaldas con la puerta mosquitera. Por poco me caigo en el porche.

Waylay estaba de pie en una silla, tratando de alcanzar los Pop-Tarts que había escondido encima de la nevera.

—Estás muy alterada —me acusó.

Con cuidado, cerré la puerta y dejé todos los pensamientos relacionados con hombres que miccionaban en el mundo exterior.

—Olvídate de los Pop-Tarts. Vamos a desayunar huevos.

—Jope, tío.

Ignoré sus quejas y coloqué en los fogones la única sartén que había en la casa.

—¿Qué te parece si hoy vamos a la biblioteca?

•••

La biblioteca pública de Knockemout era un santuario de frescor y tranquilidad en el sofocante calor del verano en Virginia. Era un edificio claro y luminoso con estantes de roble blanco, mesas de trabajo de estilo rural y butacas mullidas apiñadas junto a los ventanales.

En la parte interior de la puerta había un enorme tablón de anuncios de la comunidad. Se ofrecía de todo: desde clases de piano hasta venta de terrenos, pasando por rutas en bici con fines benéficos. Los carteles salpicaban el corcho del tablón con espacios grandes entre sí. Debajo, había una mesa gris claro en la que se exponían libros de distintos géneros que iban de la novela romántica y erótica o la poesía hasta las autobiografías.

Plantas verdes y exuberantes en tiestos azules y amarillos daban vida a los estantes y a las superficies bañadas por el sol. Había una sección infantil colorida con un papel de pared brillante y todos los colores del arcoíris en los cojines del suelo. Un hilo de música tranquila e instrumental brotaba de unos altavoces escondidos. Parecía más un balneario de lujo que una biblioteca pública. Me encantaba.

Tras el mostrador largo y vacío había una mujer que atraía todas las miradas. Piel morena, pintalabios carmesí, pelo rubio, largo y liso con reflejos de un rosa violáceo. La montura de las gafas que llevaba era azul, y lucía un aro en la nariz. Lo único que delataba que era la bibliotecaria era la pila de libros de tapa dura que cargaba.

—Hola, Way —la saludó—. Tienes cola arriba.

—Gracias, Sloane.

—¿Tienes cola para qué? —pregunté.

—Nada —masculló mi sobrina.

—Soporte técnico —anunció la bibliotecaria atractiva y chillona—. Vienen personas mayores que no tienen ningún genio de once años que les arregle el teléfono, o el Kindle, o la tableta.

Recordé lo que había dicho Liza ayer por la noche durante la cena.

Y eso me hizo recordar a Knox y a su pene esta mañana.

«Ups».

—Los ordenadores están allí, junto a la zona de la cafetería y los baños, tía Naomi. Yo me voy a la segunda planta, por si necesitas algo.

—¿Cafetería? —repetí, como un loro, esforzándome por no pensar en mi vecino medio desnudo. Pero mi responsabilidad ya había empezado a encaminarse hacia la escalera abierta que había detrás de las pilas de libros.

La bibliotecaria me lanzó una mirada cargada de curiosidad mientras colocaba una novela de Stephen King en la estantería.

—Tú no eres Tina —observó.

—¿Cómo lo sabes?

—Nunca he visto que Tina traiga aquí a Waylay, y menos aún que entre por esa puerta por voluntad propia.

—Es mi hermana —le expliqué.

—Lo he supuesto, más que nada porque sois como dos gotas de agua. ¿Cuánto hace que estás en el pueblo? Me sorprende que todavía no me haya llegado ningún cotilleo.

—Desde ayer.

—Ah, mi día de fiesta. Sabía que no tendría que haberme puesto a mirar Ted Lasso por cuarta vez —se quejó, para sí—. En fin, me llamo Sloane. — Hizo malabarismos con los libros para ofrecerme una mano.

Se la estreché vacilante, sin querer desestabilizar los casi diez kilos de literatura que sostenía.

—Naomi.

—Bienvenida a Knockemout, Naomi. Tu sobrina es un regalo del cielo.

Era agradable oír alabanzas referidas a un miembro de la familia Witt en este pueblo, para variar.

—Gracias. Eh… Justo nos estamos empezando a conocer, pero me parece que es lista e independiente.

«Y espero que no esté demasiado traumatizada».

—¿Quieres verla en acción? —me ofreció Sloane.

—Más incluso que pasarme por la cafetería.

Los labios rojos de Sloane esbozaron una sonrisita.

—Ven.

Seguí a Sloane por las escaleras hasta la segunda planta, donde había todavía más pilas de libros, más sillones, más plantas y unas cuantas salas privadas a un lado. En la parte de atrás había otro mostrador largo y bajo coronado por un cartel que rezaba «Comunidad». Waylay estaba sentada en un taburete que había detrás del mostrador, con el ceño fruncido mirando un dispositivo electrónico. El propietario del aparato, un anciano negro que llevaba una camisa y unos pantalones recién planchados, se inclinaba sobre el mostrador.

—Ese es Hinkel McCord. Tiene ciento un años y se lee dos libros cada semana, y siempre se hace un lío con la configuración del libro electrónico —explicó Sloane.

—Te juro que son mis malditos nietos. Esos gamberretes metomentodo ven algo electrónico y se lanzan a por ello como los niños corrían a por golosinas en mi época —se quejó Hinkel.

—Empezó a venir un par de veces a la semana después de que ella y tu hermana se mudaran aquí. Una tarde, se actualizaron los programas con un virus que destrozó todo el sistema y Waylay se hartó de oírme gritarle al ordenador. Se metió detrás del mostrador y voilà. —Sloane meneó los dedos en el aire—. Lo arregló todo en menos de cinco minutos. Así que le pedí si no le importaba ayudar a algunas personas mayores. Le pagaría con snacks y le dejaría sacar el doble de libros de los permitidos. Es muy buena chica.

De pronto, me entraron unas ganas irrefrenables de sentarme y echarme a llorar. Al parecer, mi rostro también lo reflejó.

—Ay, ay. ¿Estás bien? —preguntó Sloane, que parecía preocupada.

Asentí y me tragué las lágrimas.

—Es que estoy tan contenta… —conseguí decir con un hilo de voz.

—Ay, madre. ¿Qué me dices de una caja de pañuelos y un café? —me propuso mientras me alejaba de un grupo de ancianos que estaban acomodados alrededor de una mesa—. Belinda, tengo la última novela publicada de Kennedy Ryan que me pediste.

Una mujer con el pelo blanco y un crucifijo enorme casi enterrado en su impresionante escote aplaudió.

—Sloane, eres mi persona favorita.

—Todos decís lo mismo —repuso con un guiño.

—¿Has dicho café? —gimoteé.

Sloane asintió.

—Tenemos un café muy bueno —me prometió.

—¿Te quieres casar conmigo?

Esbozó una sonrisa y el aro de la nariz refulgió.

—Ahora me gustan más los hombres. Aunque hubo una vez en la universidad… —Me condujo hasta un anexo en el que había cuatro ordenadores y una encimera en forma de U. Había un fregadero, un lavaplatos y una pequeña nevera con un cartel que ponía «AGUA GRATIS». Las tazas de café colgaban de unos ganchos muy monos.

Sloane se dirigió a la cafetera y se puso manos a la obra.

—Creo que necesitarás un café doble, al menos —observó.

—Tampoco te diría que no si fuera triple.

—Sabía que me caerías bien. Siéntate.

Me planté delante de uno de los ordenadores y traté de recobrar la compostura.

—Nunca he visto una biblioteca como esta —dije, desesperada por hablar de tonterías que no fueran a convertirme en un río de emociones.
Sloane me regaló una sonrisa.

—Lo que quería escuchar. Cuando era pequeña, la biblioteca era mi refugio. Hasta que fui mayor, no me di cuenta de que todavía no era accesible a todo el mundo. Así que fui a la universidad a estudiar Biblioteconomía y Administración Pública, y aquí estamos.

Me colocó una taza delante y volvió hacia la cafetera.

—La clave está en apostar por la comunidad. Ofrecemos clases gratuitas de cualquier cosa, desde educación sexual hasta meditación, clases para administrar el dinero u organizar y preparar las comidas… No tenemos muchos sintecho por aquí, pero tenemos vestuarios y una pequeña lavandería en el sótano. Ahora estoy trabajando en programas de actividades extraescolares gratuitas para ayudar a las familias que no pueden costearse un servicio de guardería. Y, claro, también tenemos libros.

Su expresión se volvió dulce y soñadora.

—¡Guau! —Agarré el café, di un sorbo y volví a soltar otro «guau».

Se oyó un leve repicar por encima de la música.

—Uy, la batseñal. Tengo que irme —me dijo—. Disfruta del café, y buena suerte con tus cosas.

•••

SALDO DE LA CUENTA BANCARIA DE NAOMI WITT:
En descubierto. Posible fraude.

•••

Queridos papá y mamá:

Estoy viva, a salvo y no he perdido la cabeza. Os lo prometo.

Siento mucho haberme ido así. Sé que no fue propio de mí; las cosas no iban bien con Warner, y… Bueno, mejor os lo explico en otro momento, cuando no estéis de camino al paraíso.

Mientras tanto, pasadlo muy bien, y os prohíbo que os preocupéis por mí. Me he quedado en un pueblecito de Virginia y disfruto mucho del volumen que la humedad le aporta a mi pelo.
Tomad el sol y mandadme fotos para que vea que seguís vivos cada día.

Os quiero, Naomi.

P. D.: Por poco se me olvida: mi móvil sufrió un accidente sin importancia y, por desgracia, no sobrevivió. Por ahora, la mejor forma de comunicarnos es vía correo electrónico. ¡Os quiero mucho! ¡No os preocupéis por mí!

•••

Querido Stef:

Ya lo sé. Lo siento mucho, mucho, mucho. Por favor, ¡no me odies! Tenemos que hablar, pronto. Pero no por teléfono, porque en un área de descanso de Pensilvania pasé por encima de mi móvil con el coche.

Te reirás, porque seguro que crees que salir corriendo de mi boda era el bombazo (estabas guapísimo, por cierto). Pero el bombazo real es que mi hermana me llamó sin venir a cuento, me robó y me dejó con una sobrina que ni sabía que existía.

Se llama Waylay. Es un genio tecnológico de once años y creo que, bajo esa fachada aburrida, se esconde una niña muy niña.

Necesito que alguien me asegure que no voy a empeorar su trauma.
Estoy tratando de ser la tía guay pero responsable en un pueblo que se llama Knockemout, donde hay hombres espectaculares y el café es delicioso.
Me pondré en contacto contigo en cuanto se aclaren un poco más las cosas. Tuve un problemilla con el coche y la cuenta bancaria. Ay, y con el ordenador también.

Lo siento mucho. Por favor, no me odies.
Besos,  N.

•••

Tina:

Es el último correo que te mando. ¿Dónde demonios estás?
¿Cómo has sido capaz de abandonar a Waylay? ¿Dónde leches está mi coche? Ya estás volviendo. ¿Te has metido en problemas?

Naomi.

•••

COSAS QUE HACER PARA LA TUTELA:

✓Solicitud completa de tutela + lista de antecedentes penales.
✓Tres entrevistas cara a cara con la solicitante. ✓Aportar tres cartas de referencia (experiencia con niños y con su cuidado).
✓Evaluación del domicilio.
✓Vista dispositiva en el tribunal de familia.

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