Cosas que nunca dejamos atrás

By Anix1781

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Knox prefiere vivir su vida tal y como se toma el café: solo. Pero todo cambia cuando llega a su pueblecito u... More

El peor día de mi vida
Héroe a regañadientes
Una delincuente pequeñita
Un poco de líquido inflamable y una siesta
Espárragos y una escena
Un puñetazo en la cara
La misteriosa Liza J.
Micción en el patio y el sistema de clasificación decimal de Dewey
Quebraderos de cabeza
Un demonio de jefe
De vuelta a casa
Clases de historia
La cena
Knox se va de compras
El famoso Stef
De hombre a hombre
Cambio de look para todo el mundo
Mucho en juego
Una mano ganadora
Una urgencia familiar
Una disputa y dos balas
Knox, Knox, ¿quién es? 🔞
Una visita inesperada
Lío familiar
Síndrome premenstrual y una abusona
Venganza con ratones de campo
El huerto 🔞
La casa de Knox
El desayuno familiar
Recelo en la biblioteca
El almuerzo y una advertencia
Una patada certera
El novio
Toda la verdad y un final feliz
Allanamiento de morada
Afeitado y corte de pelo
¡Que estoy bien!
Romperse, desmoronarse y seguir adelante
Las consecuencias de ser un idiota
La nueva Naomi
El viejo Knox
Bebiendo de buena mañana
Los niñeros
Discusión en el bar
Tina es lo peor
Desaparecidas
El cambiazo
La caballería
Epílogo: Hora de la fiesta
Epílogo extra:
Nota de la autora Lucy Score
Sobre la autora
¿Segunda parte?

No te vas a quedar aquí

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By Anix1781

Naomi

—Tú debes de ser Naomi —dijo el policía.

Estaba empezando a sufrir un ataque de pánico, pero me gustó la forma en que dijo mi nombre, con un tono agradable. Al parecer, a Knox no le gustó nada, porque, de pronto, interpuso su cuerpo musculado entre él y yo, con las piernas separadas y firmes y los brazos cruzados.

—Exacto —dije, asomándome por detrás de Knox. El bruto no quiso moverse cuando le di un empujoncito en la espalda.

El hombre miró a Knox y, fuera lo que fuera lo que vio, le hizo sonreír.

—Soy el jefe de policía del pueblo, pero puedes llamarme Nash. Es un placer conocerte, Naomi. Siento que sea en estas circunstancias. ¿Te importaría responder a unas preguntas?

—Eh… De acuerdo —contesté. De pronto, deseé haber podido disponer de un momento para limpiarme la cara y arreglarme el pelo. Seguro que tenía la misma pinta que una dama de honor zombi y desquiciada.

—¿Por qué no charlamos en el aparcamiento? —propuso Nash con un gesto de cabeza en esa dirección.

Waylay había devuelto toda su atención a la pantalla y daba sorbos a su bebida azucarada de limón.

—Claro. —Lo seguí afuera y me sorprendió ver que Knox hacía lo propio. Se dirigió derecho al todoterreno ligero de Nash, con la inscripción «Knockemout Police» a un lado, y se apoyó con actitud agresiva en el capó.

—No se te necesita para esta parte —lo informó Nash.

Knox apretó los dientes.

—Si quieres que me vaya, tendrás que obligarme.

—Lo siento, lleva así toda la mañana —le expliqué a Nash.

—Cielo, ha sido así toda la vida —replicó el jefe de policía.

No me di cuenta hasta que se dirigieron una mirada idéntica.

—Sois hermanos, ¿verdad?

—Muy aguda —gruñó Knox.

—Efectivamente —dijo Nash, con una sonrisa brillante de oreja a oreja —. Yo soy el hermano bueno.

—Limítate a hacer tu puto trabajo —le espetó Knox.

—Vaya, ahora quieres que haga mi trabajo. Como entenderás, estoy confundido, porque…

—Señores —los interrumpí. Esto no llevaba a ningún sitio. No me quedaban energías para disipar la tensión que había entre los dos hermanos y teníamos cosas más importantes de las que preocuparnos—. No me gustaría extralimitarme, pero ¿podríamos volver a centrarnos en mi hermana? —sugerí.

—Gran idea, Naomi —dijo Nash, que me dedicó un guiño mientras sacaba una libreta.
Knox soltó un gruñido.

—Te tomaré declaración y luego decidiremos qué tiene que ocurrir después.

Un hombre con un plan y una sonrisa. Sin duda, era mucho más agradable que su hermano.

•••••

  —¿Me estás diciendo que puedo tomar posesión de un ser humano? —quise aclarar unos minutos después. Necesitaba más café, y con urgencia. Mis habilidades cognitivas se debilitaban por momentos.

—Bueno, te recomendaría que no te refirieras a eso como «tomar posesión». Pero en el estado de Virginia, el cuidado a cargo de familiares es una vía para que los menores se queden con un miembro de su núcleo que actúa como tutor cuando no pueden estar con sus padres.

Tal vez me lo imaginara, pero me pareció detectar que los hermanos intercambiaban una mirada cautelosa.

—Entonces, ¿me convertiría en la tutora de Waylay?

Las cosas iban muy deprisa. Hacía nada, estaba a punto de dirigirme hacia el altar. Y ahora, de pronto, tenía la responsabilidad de decidir el futuro de una desconocida de once años.

Nash se pasó una mano por el pelo denso.

—Solo de forma temporal. Es evidente que eres una persona adulta, estable y sana.

—¿Qué ocurriría si dijera que no? —probé.

—El departamento de relaciones familiares y protección de menores colocaría a Waylay en una casa de acogida. Si no te importa quedarte aquí durante unas semanas mientras resolvemos ciertas cosas, la ley no objetará que Waylay se quede contigo mientras tanto. Si las cosas salen bien, incluso podrías serlo de forma permanente.

—De acuerdo. —Nerviosa, me sequé las manos en la parte trasera de los pantalones cortos—. ¿Qué cosas hay que resolver? —pregunté.

—Sobre todo, qué quiere hacer tu hermana y qué comporta eso a nivel de custodia.

«Tengo problemas graves. Necesito dinero, Naomi». Me mordí el labio.

—Me llamó anoche. Me dijo que necesitaba ayuda y que quería que le trajera dinero en efectivo. ¿Crees que podría estar en peligro de verdad?

—¿Y si hacemos lo siguiente? Tú céntrate en Waylay y deja que yo me ocupe de tu hermana —sugirió Nash.

Le agradecía el gesto, pero la experiencia me había enseñado que la única forma de asegurarme de que un problema quedara solucionado a mi agrado era que lo solucionara yo misma.

—¿Trajiste dinero? —preguntó Knox, mirándome.

Bajé la vista a mis pies. Me sentía estúpida y avergonzada; sabía que no tendría que haberlo hecho.

—Sí.

—¿Se lo ha llevado?

Miré la expresión de Nash, ya que era la más amable de las dos.

—Creía que había sido lista: metí la mitad en el coche y dejé la otra mitad en la maleta —confesé.
Nash parecía entenderlo. Knox, en cambio, farfulló algo entre dientes.

—Bueno, creo que lo mejor será que vuelva adentro y me presente como es debido a mi sobrina —observé—. Por favor, mantenme informada.

—No te vas a quedar aquí.

Había sido Knox. Levanté las manos.

—Si mi presencia te molesta tantísimo, ¿por qué no te coges unas buenas vacaciones?

Si las miradas mataran, yo ya estaría muerta.

—He dicho que no te vas a quedar aquí —repitió.
Esta vez, lo acompañó con un gesto hacia la puerta endeble y la cerradura reventada.

«Ah. Aquí».

—Encontraré una solución —dije, con alegría—. Jefe…

—Llámame Nash —insistió.

Knox parecía morirse de ganas de arrojar la cabeza de su hermano por la puerta que ya estaba rota.

—Nash —empecé, siendo lo más encantadora posible—. ¿Sabes dónde podríamos quedarnos Waylay y yo unas cuantas noches?

Knox sacó el teléfono y miró la pantalla con el ceño fruncido mientras tecleaba con furia.

—Podría llevaros donde vivía Tina. No es muy acogedor, que digamos, pero es menos probable que entre y destroce sus cosas —me ofreció.

Knox se metió el teléfono en el bolsillo. Sus ojos se clavaron en mí y su expresión adoptó un aire petulante que me irritó de forma irracional.

—Qué detalle por tu parte, no sabes lo mucho que aprecio tu ayuda —le respondí a Nash—. Seguro que Knox tiene cosas mucho mejores que hacer que pasar un minuto más cerca de mí.

—Es un placer —reiteró Nash.

—Recojo las pocas cosas que me quedan y le digo a Waylay que nos vamos —decidí mientras me encaminaba hacia la habitación.

El alivio que me invadió al saber que por fin me libraría del malhumorado y tatuado Knox se vio interrumpido por un gruñido atronador.

Una moto con un hombre con la corpulencia de un oso antes de hibernar pasó por la calle tan rápido que, sin duda, superaba el límite de velocidad.

—Maldito Harvey —musitó Nash.

—Será mejor que vayas —sugirió Knox, que conservaba la misma actitud petulante.

Nash blandió el dedo hacia su hermano.

—Tú y yo tendremos una charla luego —le prometió. No parecía muy contento.

—Será mejor que te espabiles y hagas cumplir la ley —reiteró Knox.

Nash se volvió hacia mí.

—Naomi, siento tener que dejarte en la estacada. Estamos en contacto.

Knox meneó los dedos con hostilidad mientras su hermano se subía al todoterreno ligero e iniciaba la persecución tras encender las luces.

De nuevo, volvía a quedarme sola con Knox.

—No habrás tenido nada que ver con el hecho de que la persona simpática y educada que iba a llevarme en coche haya tenido que irse, ¿verdad?

—¿Por qué haría algo así?

—Bueno, desde luego que no será para pasar más tiempo de calidad conmigo.

—Venga, Flor —me dijo—. Vamos a recoger tus cosas. Os llevaré donde vivía Tina.

—Preferiría que no tocaras mis cosas —dije con altivez.

Un bostezo impropio de una dama echó por tierra el efecto. Estaba que echaba chispas y solo me quedaba esperar que aguantara lo bastante como para deshacerme del vikingo antes de venirme abajo.

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