Capítulo 42

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Preferencias que matan. 

Charlamos un buen rato los cuatro y nos despedimos de Charles y Bett para volver al apartamento de Adley. Decidida a luchar por lo que era mío, hice las maletas y tras agradecerle su hospitalidad a mi amigo, Hernán me llevó hasta la nueva mansión de Joseph.

Porque cuando hablaba de que difícilmente me cruzaría con Erika, lo decía muy enserio. Era un lugar inmenso y desde luego carísimo. Ni él, ni ella estaban allí. Hice un pequeño recorrido para familiarizarme con lo que sería mi nuevo hogar.

Había tantas habitaciones que me costó un rato encontrar la nuestra. Y cruzaba los dedos para que la de Erika estuviera lejos. Me tiré sobre la cama matrimonial y cerré los ojos. Cuando los volví a abrir ya había pasado una hora.

Me di una buena ducha caliente. Mis músculos y mi mente se relajaron enseguida y dejé que el agua se llevase todas las emociones negativas. El olor de coco del champú acarició mi olfato y me imaginé viajando a algún país tropical.

Y mis fantasías explotaron cual burbujas cuando la cara malévola de Erika Anderson apareció en ellas. ¿Cuánto iba a durar este martirio de tenerla en mi vida? No quería ni pensar en la posibilidad de bañarme en las profundidades de Hawaiii con ella quejándose porque el viento le estropeaba su peinado.

Esa clase de preocupaciones son las tienen zorras como ella, ¿no?

Me envolví en un albornoz blanco que encontré colgado en el cuarto de baño. Tenía impregnado ese olor tan seductor y varonil de Joseph. No pude evitar acorrucarme en él. Y me di cuenta de lo mucho que extrañaba sentir su cuerpo.

Recordé el día en que lo hicimos en la ducha. Era la primera vez que podía hacerlo sin que los sucesos de la boda me frenen en seco. Estaba mejorando poco a poco.

De seguro Joseph tan solo exageraba con lo de mi estrés post traumático ¿o las pastillas son las que me están ayudando?

En aquel entonces no sabía la respuesta.

Bajé a la primera planta para beber algo y el sonido de unas risas inundó aquel silencio. Me acerqué a la puerta principal y me encontré con una imagen que entristeció mi pequeño corazón. Era Joseph abrazando a su hijo, el cual sostenía algodón de azúcar a medio comer y Erika con sus manos en los hombros de MI novio.

Justo a lo que yo quería llegar con esfuerzo y amor con él. A una familia feliz y plena. Pero a diferencia de mí, Joseph lo tenía allí mismo. Una mujer hermosa, realizada y a la que amaba de verdad. Un niño guapo de ojos verdes que sin dudas sería un buen hijo.

¿Y yo? ¿Me amaría tanto como yo lo deseaba? ¿Estaría dispuesto a luchar por lo nuestro como yo lo estaba haciendo? Por unos segundos el miedo se apoderó de mí. Hice todo lo posible por mantenerme firme y que ella no perciba mi debilidad.

Les llevó unos minutos darse cuenta de que estaba enfrente.

– Estás de vuelta. – dijo él con una gran sonrisa y corrió a abrazarme.

Para mi sorpresa me tomó de la cintura y me elevó en el aire dándome un beso en la mejilla.

– No hagas que me arrepienta. – le susurré.

Caramelo, ¿podemos hablar de eso en tu despacho? – interrumpió ella.

Por su cara era obvio que no soportaba ver el amor que nos teníamos. Se moría de envidia por estar en mi sitio. Pero ella ya perdió su tren.

– Si, ahora subo. ¿Me esperas arriba?

– Okey, pero no tardes mucho ¿sí? O empezaré a extrañarte.

Mi dueño y jefe © (+18)Where stories live. Discover now