Capítulo 13

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Los clavos del pasado.

Perspectiva de Joseph.

Después de una cansina pelea con mis padres por fin logré deshacerme de sus palabrerías. Realmente no sé ni por qué dediqué mi tiempo en convencerles, pues no era a ellos a quienes debía impresionar. Supongo era la costumbre de deberles algo. A todo esto me di cuenta de que Senata no había aparecido por mi vista durante bastante rato. Me preocupaba dejarla sóla, no había traído a nadie que la vigilase por mí, esta noche era mi problema.

Decidí revisar en el segundo piso y al subir las escaleras me crucé con Bettany, la saludé cordialmente y seguí con lo mío. Mi móvil sonó y lo agarré de poca gana, viendo el número de Add en la pantalla.

- Joder Miller, ¡pareces mi novia con tantos mensajitos y intentos de captar mi atención! Te dejé muy claro que no quería ver tu cara y eso también incluye que no me interesa saber nada de ti.

- Supongo que entonces tampoco te da la real gana de escuchar que planea Minsy y sus secuaces, porque te recuerdo que a pesar de tus berrinches seguimos siendo socios.

- Te doy un minuto. Ni más ni menos. - dije soltando un largo suspiro, el trabajo era algo que no me permitía mezclar con la vida personal.

A pesar de todo quedamos en hablarlo dentro de la oficina, era la mejor opción y sinceramente ahora no estaba para los negocios. En la segunda planta no había nadie y todas las habitaciones estaban cerradas, menos una. Por dentro nombré todo un diccionario de insultos, capaz me inventé un par de más. Apreté los puños con tanta fuerza que mis dedos empezaron a dolerme. Esa maldita mujer no podía quedarse quieta, claro que no, debía meter sus narices en lo más sangrado para mí.

Al cruzar la puerta del cuarto donde se encontraba la vi allí y cuando se giró al notar mi presencia sus ojos me daban a entender lo que le había pasado por la cabeza al ver este montaje.

- Se iba a llamar Juliet o Matt, en caso de ser varón. Y no, no tendré un hijo contigo, estoy loco pero no hasta tal grado. - dije frotándome las sienes. Noté como su tensión se iba disipando a medida que hablaba. - Ahora, te pido que te vayas de aquí. YA. - hacia todo lo posible para no alzar la voz y gritarle como siempre.

- Te pido disculpas. No quería que te sintieras... - ¿Dolido? ¿Apenado? ¿Destrozado? No tienen ni idea de lo harto que me tenían los lamentos y la falsa compasión de los demás. Seguí hablando yo, no quería oír nada más de ella.

- Si lo sintieras de verdad, desde un principio no hubieras abierto una puerta que estaba con llave. Vete, luego me dirás de dónde coño la sacaste. - Mi expresión le dejó muy claro que no estaba abierto a pláticas y se marchó por donde vino.

Mi razón, cada parte de mi cerebro me lo alertaba. Debía irme, cerrarlo todo o incluso tirarlo. Para que conservar algo que sólo te trae dolor y malos ratos. Sin embargo no era capaz, era débil, cobarde, idiota. Me pegaba a su recuerdo.

Erika, que coño me hiciste. O mejor dicho, que no me has hecho aún. Me has utilizado, me has enamorado, me has destrozado y me has tirado como si fuera basura. Y te lo perdoné todo. Cada detalle, hasta de esos que me arrancaban el alma a pedazos. Pero esto no era algo que pudiese borrar de mi memoria fácilmente. Has matado a nuestro hijo.

Mi exnovia no sólo se conformó con romperme el corazón, sino que hizo un aborto sin consultarme, justo antes de que formemos una familia. Si se quería largar, perfecto, que se largue a donde la lleve el viento, pero mi hijo era algo que no tenía derecho a arrebatarme. Me he controlado años para no entrar aquí y volver a esa depresión que me consumía por dentro. Ni siquiera es culpa de Senata. Es mía, debí escuchar a mi psicólogo antes y quemar esto. Destrozarlo y no sentir nunca más este dichoso vacío.

La tristeza y la furia me consumían. Era un desgraciado que no olvidaba a su exprometida ni a su bebé aún pasados ocho putos años. Ahora ya no veía nada, no era yo dueño de mi cuerpo sino la desgracia de mi ser. Agarré los pequeños muebles color menta y los estampé contra la pared, rompiendo todo en pedazos. Los juguetes tuvieron la misma suerte, descuarticé cada uno de esos endemoniados peluches. Y el espejo de la pared cayó al suelo haciéndose añicos.

Antes de que hiciera algo mucho peor, Senata me agarró por las mejillas y ví como en las suyas brotaban lágrimas.

- Mírame. Mírame por favor. - decía intentando que la mire a los ojos.

Después de intentar resistir ese impulso, lo hice. Y ví en ellos algo que nadie me había ofrecido antes. Era una preocupación real, un sentimiento sincero de intentar ayudar. No lo pensé dos veces, toda apariencia no me importaba lo más mínimo en ese momento, sólo la abracé fuerte. Sentir su cálido cuerpo contra el mío me hizo despertar de ese transe vicioso. Me hizo quedarme en blanco y era lo que necesitaba, dejar todo atrás.

No sabría decir si pasaron segundos, minutos, horas hasta que los dos nos separamos uno del otro. Ella se negaba a romper el contacto y me acarició el brazo. Lejos de enrabiarme, que sería lo hubiese hecho normalmente, me relajé. Una parte de mí logró hallar la paz por un período indefinido. Agradecí que no me hiciera preguntas, que no hubiesen interrogatorios, ni que me juzgara por lo que había hecho con esas cosas. Me picaba la palma de la mano y la levanté viendo un arañazo que desprendía sangre. Al verlo ella me llevó hasta el cuarto de baño y la acompañé en total silencio.

Con sumo cuidado lavó la herida y la apretó con papel higiénico, para parar la hemorragia. No era nada grave, un rasguño cualquiera, no obstante que alguien te cuidara se sentía muy bien. Y me vino a la mente un recuerdo del pasado.

"- Mamá, mamá, ¡Héctor me ha tirado al suelo! - decía llorando mientras me frotaba la herida que estaba en mi rodilla, un grave error, porque empeoró.

- Me estas avergonzando. No ves que eres un hombre y ustedes no deben comportarse así. ¿Que dirán de ti? ¿Acaso quieres que piensen que eres un blando, o peor aún, gay? - dijo de forma muy dura y negando con la cabeza mientras me daba un golpe en la nuca. - ¡Levántate ya! Fíjate en tu primo, el otro día se rompió la nariz y no lo ví lamentarse ni una sola vez.

Aquella mujer sin escrúpulos que se hacía llamar mi madre no entendía que sólo quería su atención, su cariño, su amor por un hijo. A veces me dolía más su indiferencia que las palizas de mi padre. "


Me daba miedo, miedo a ver a la mujer que tenía enfrente como algo más que una simple compra. Mi corazón no podría con otra traición, con ningún desamor más. Lo lamentaba mucho, pero Senata no podía deshacer lo que me esforcé tanto en construir estos años, una fachada contra los sentimientos. Salí de allí, dejándola en el baño sola y bajé hasta encontrarme con un viejo conocido, de esos con los que pasas un buen rato bebiendo alcohol. Pensaba ponerme hasta las tantas, hasta cuando volviese a ser el de siempre. El Bridget capaz de lograr cualquier cosa sin importar que estuviese por delante. Sólo de esta forma triunfaría sin caer al precipicio de nuevo. El amor era para personas pobres.

Copa tras otra había perdido la cuenta. Incluso me reía de los chistes homófobos y racistas de mi padre. Le sudaba que hubiese gente que se ofendía por ello, ya que todos lamían su culo por billetes. Eso sí, no pareció gustarle ni un pelo a Bettany y su marido y los dos pusieron cualquier excusa barata para pirarse de allí. Yo iba a hacer lo mismo, esta noche terminaba aquí y juraría poner este día en mi calendario negro.

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Mi dueño y jefe © (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora