Capítulo 34

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El tormento de su ser. 

No había pegado ojo en toda la noche. No pensaba en otra cosa que no fuera el incidente de la boda. Los recuerdos desagradables me impedían dormir o siquiera poder relajarme. La tensión que se iba acumulando en mi cuerpo, se manifestaba con un molesto dolor muscular. Daba vueltas y vueltas en aquella camilla, la cual chirriaba cada vez que me movía.

Con cuidado me levanté y fui hasta el mini baño de esta habitación. Me miré en el espejo y ví esas ojeras que arruinaban mi rostro. Los primeros dos días las pesadillas me despertaban en medio de la noche y ya no podía volver a dormirme. Y hoy, directamente no desconecte ni una mísera hora. Con el agua fría, me refresque para no colapsar delante del doctor, había pacientes más graves y no quería entretenerlo más de la cuenta.

- Buenos días señorita Clark. No tiene muy buena cara.

- ¿La lista de visitas sigue vacía?

- Me temo que sí. No quisiera meter mis narices en sus asuntos privados, ¿pero ha pasado algo?

- Al parecer soy invisible para las personas que amo.

- En ese caso debe buscar otras personas, ¿no?

Me quedé pensativa, sin ofrecerle ninguna respuesta. En el fondo tenía razón, pero yo no quería aceptarlo. Mi corazón se negaba a olvidar a mis seres queridos, como ellos han echo conmigo. Joseph no se dignó a disculparse. Adley estaba desaparecido. Y esas chicas a las que nombré mis amigas, no me visitaron ni un día después del accidente.

El señor Grey me quitó el viejo vendaje, mirando detenidamente mi herida. Estaba cicatrizando como debía y hoy mismo pudo retirarme los puntos.

- No se quede ni un minuto más en esta habitación. Caminar le ayudará a retomar poco a poco su vida habitual.

- No tengo ánimos para eso doctor...

- La vida es dura. Las personas van y vienen. Si se cierra por culpa de los demás, jamás será feliz.

- Para usted es fácil decirlo.

- ¿Tú crees? - había dejado de lado las formalidades y su voz era más sería de lo normal. - Mi madre murió de cáncer cuando tenía quince años. Con un padre alcohólico, me las tuve que apañar por mi cuenta.

- Lo siento, yo no sabía...

- No debes sentir pena por mí. Si soy como soy es por todo lo que me ha tocado vivir. - dejó escapar un pequeño suspiro y como por arte de magia volvía a tener ese rostro amigable de siempre. - Voy a traerte unas muletas y tú y yo iremos a pasear al jardín, lo quieras o no. Órdenes del médico.

- Tiene muchos más pacientes esperando, puedo ir sola.

- Me queda uno antes de acabar mi turno y no serán más de quince minutos. Ya no puedes seguir poniendo excusas.

- Bien. - dejé escapar una sonrisa.

Después de cambiarme la venda y decirme un par de indicaciones para mi tratamiento, salió a ver a su último paciente. Tal y como me había dicho, no tardó más de un cuarto de hora. Con su mano izquierda agarraba dos muletas, necesitaba cuatro días más para recuperarme de mi esguince.

- Toma, ves con cuidado, no quiero que tu pie se lastime.

- Gracias.

En silencio nos dirigimos hasta el ascensor, para ir a la primera planta y salir al precioso jardín. Nuestras miradas se cruzaron más de una vez y yo me sonroje levemente. A decir verdad, era un hombre realmente atractivo. No tendría más de 30 años. Estando tan cerca suyo podía notar su aroma varonil, muy agradable y suave. Habiendo estado con cualquier otro hombre a solas en apenas dos metros cuadrados, hubiese sido un ataque de pánico. Pero él, tenía ese algo que me calmaba. Una característica muy útil para alguien que trabaje con otras personas.

Mi dueño y jefe © (+18)Where stories live. Discover now