09. Poder creciente

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Ella, te quiero lo sabes, pero espero que tengas una buena razón para despertarme —señale aun de forma somnolienta.

— Lestrigones. Los lestrigones han vuelto —exclamó— Muchos, hay más ogros.

Ella aún no había terminado su oración cuando yo ya estaba de pie. Corrí a la ventana más cercana solo para confirmar que las palabras de Ella eran ciertas. Los lestrigones estaban amontonando balas de cañón de bronce. Su piel emitía un brillo rojizo. Su cabello desgreñado, sus tatuajes y sus garras ni tenían un buen aspecto a la luz de la mañana.

Algunos llevaban porras o lanzas. Unos cuantos ogros confundidos cargaban con tablas de surf, como si se hubieran equivocado de fiesta. Todos estaban de un humor festivo: se chocaban las manos, se ataban baberos de plástico alrededor del cuello, sacaban cuchillos y tenedores. Un ogro había encendido una barbacoa portátil y estaba bailando con un delantal en el que ponía BESA AL COCINERO.

— ¡Chicos! —grité mientras corría a la parte de arriba— ¡Tenemos problemas!

Pronto las cabezas de Percy y Hazel se asomaron por la puerta de cada una de sus habitaciones, respectivamente. Ambos llevaban sus espadas en la mano, listo para lanzarse al ataque.

Les expliqué lo más rápido que pude la situación en la que nos encontrábamos y una vez terminé, todos nos pusimos manos a la obra.

Use el baño que se encontraba en la habitación de Hazel para lavarme el rostro y cepillarme los dientes. Lo bueno de ser una hechicera, era que con un chasquido de dedos podía a hacer varias cosas, como cambiarme de ropa y peinarme.

Hazel le llevo el desayuno a Frank y de nuevo, Percy y yo subimos juntos al tejado.

Una vez ahí, Percy se acercó a tomar una manguera que descansaba en una de las esquinas, cosa que no sabía que era buena idea tener en el techo hasta ese momento. Cada vez que los lestrigones lanzaban una bala de cañón, Percy echaba un chorro de agua a gran potencia y hacía detonar la esfera en el aire, repeliendo de manera efectiva el ataque.

Hazel se unió a nosotros después de unos minutos seguida por Frank. Los cuatro junto con Ella montamos guardia sobre la casa de la abuela, pero era claro que teníamos que idear un plan cuanto antes si no queríamos acabar como merienda de aquellos monstruos.

— Buenos días —saludo Percy a Frank con seriedad— Un día precioso, ¿verdad?

Frank apenas asintió en modo de respuesta y luego dio media vuelta hacia Hazel para ir con ella, con una sonrisa enorme adornándole el rostro.

Oh, está bien. A Meira ni los buenos días le digas,  murmuré para mis adentros.

— ¿Estas bien? —le preguntó Hazel a Frank mientras levantaba una ceja en su dirección— ¿Por qué sonríes?

— Ah, oh, por nada —logró decir él— Gracias por el desayuno. Y por la ropa. Yo por... no odiarme.

— ¿Por qué iba a odiarte? —cuestionó Hazel, desconcertada.

— Es solo que... anoche —dijo tartamudeando— cuando invoque al esqueleto... pensé... pensé que tu pensabas que... era repulsivo o algo por el estilo.

Hazel arqueó las cejas y luego movió la cabeza consternada.

— Frank, puede que estuviera sorprendida. Puede que tuviera miedo de esa cosa. Pero ¿repulsión? Alucine al ver como le dabas órdenes, tan lleno de seguridad, en plan: Por cierto, chicos, tengo a este spartus que podemos usar. No era repulsión lo que sentía, Frank. Estaba impresionada.

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