Capítulo 35.

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Me quedé mudo sin saber qué contestar, mirándole a sus ojos turquesas durante unos segundos que se me hicieron eternos. Me eché para atrás hasta ponerme a su altura y rodeé su cuello con mis brazos a la vez que acercaba mi boca a su oreja.

—Darian, eso que has dicho es muy bonito —susurré todo lo amable que pude—. Pero tanto tú como yo sabemos que sí que hay castigos peores —di un par de palmadas suaves en el principio de su espalda. Me separé y le sonreí de lado con chulería, pudiendo apreciar cómo el peliblanco me miraba sorprendido.

A ver.

La verdad es que le di el abrazo porque así me salió después de escuchar esas palabras, pero tenía que guardar la compostura y no caer bajo tan pronto sus encantos.

Aunque me costó y mucho.

Cuando por unos instantes desaparecía de mi cabeza la idea de que Darian era el pirómano, quería besarle...

Y más cosas.

No hagas eso —se quejó el chico frunciendo el ceño.

—¿El qué? —pregunté haciéndome el tonto.

—Hacerte el fuerte —me miró apenado—. Sé muy bien el mal que te he hecho y, por consecuente, lo poco que confías en mí en estos momentos —intentó incorporarse como pudo—. Pero lo que digo es la verdad, no para librarme de nada.

—Lo siento, ¿vale? —alcé la voz—. Intento confiar en ti y valorar el que arriesgaras tu vida por nosotros, en serio —clavé mis ojos en los suyos—. Pero es difícil mantener la calma —notaba cómo la respiración comenzaba a faltarme.

—Lo sé mejor que nadie —murmuró, desviando su mirada de la mía.

—¿Qué? —contesté confuso.

Darian suspiró y volvió a mirarme.

—Dabi, es verdad que todos los incendios fueron por las órdenes de mi madre —el timbre de su voz temblaba—. Menos uno.

—¿Cuál? —fruncí el ceño, mirándole expectante.

—El de la papelería —respondió algo avergonzado.

—No entiendo —negué levemente con mi cabeza.

—Aquel día, antes de que pasara, tú y yo tuvimos una conversación bajo la lluvia —empezó a jugar nervioso con sus guantes—. Me dijiste que no querías que me acercara a ti porque, desde que aparecí, estaba alterando tu vida... —bajó su mirada—. Que te dejara en paz —el tono de su voz fue disminuyendo, pero no el dolor con el que hablaba.

—¿Qué tiene que ver la papelería en todo eso? —solté una carcajada irónica.

—Es una estupidez, pero me dijiste que habías tirado la nota que te dejé en tu habitación —alzó su cabeza de nuevo para mirarme con valentía—. Estaba tan cabreado por todo lo que me habías dicho que, al pasar por la papelería y ver los cuadernos como el que tú tenías, me llené de rabia y no pude controlar mi poder —sus ojos comenzaron a enrojecerse.

—Darian, eso es...

—Lo sé, es horrible —me interrumpió—. Pero sabía que el negocio estaba cerrado y que no iba a hacer daño a nadie —la voz se le quebró.

Sin poder evitarlo, el peliblanco empezó a llorar tratando de ocultarlo lo máximo posible. Podía ver la verdad en su dolor, y eso me estaba matando. Alcé mi brazo y puse mi mano detrás de su cabeza para acercarla a mi cuerpo y dejar su frente apoyada sobre mi hombro.

LA SANGRE DEL HÉROEWhere stories live. Discover now