Capítulo 11.

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—¡Dabi! —exclamó Darian adentrándose en mi casa.

Mi vista estaba borrosa, pero pude ver cómo corría hasta mí y se arrodillaba a mi lado.

—No te acerques —susurré, intentando empujarle, pero como mi fuerza era nula, no hizo efecto alguno.

—¿Qué dices? —dijo agarrándome la mano que tenía sobre su abdomen. Darian sostuvo mi cabeza y giró mi cuerpo para colocarme boca arriba—. Necesito que te esfuerces un poco para ponerte en pie —me pidió a la vez que ponía mi brazo alrededor de su cuello—. Tranquilo, yo te ayudaré.

Mientras él estaba haciendo fuerza para levantarme, yo me quedé mirándole confuso. No entendía por qué me estaba ayudando.

Apuesto a que estáis preocupados por la mesa y la lámpara tiradas en el suelo, ¿verdad?

Yo también lo estaba.

Pero, al parecer, Darian no le dio importancia alguna.

Sólo estaba atento a mí.

Entonces, el peliblanco giró su cabeza hacia mí.

—¿Qué miras? —preguntó con una sonrisa—. Venga, intenta ponerte en pie.

Asentí y recogí mis piernas para que me ayudaran a impulsarme. Darian agarró con fuerza la mano que colgaba de su cuello y rodeó mi cintura con su brazo.

—Una, dos y tres —murmuró a la vez que conseguía que me levantara.

—Llévame al sofá —dije en un tono de voz apenas audible.

Estaba nervioso, muy nervioso. No sabía lo qué podía llegar a hacerle a Darian si seguía a mi lado. No quería hacerle daño.

Andamos a paso lento hasta el salón y, cuando llegamos al sofá, me soltó con mucha delicadeza en él.

—Ya puedes irte —murmuré, echando mi cabeza hacia atrás con los ojos cerrados. Si no le miraba, era menos probable que le reventara la cabeza.

—No te voy a dejar solo —le escuché de cerca.

Abrí lentamente mis párpados y le vi sentando a mi lado.

—No entiendes nada —susurré fastidiado, comenzando a tiritar.

El chico se levantó, cogió una manta que había sobre el sillón de al lado y acomodó un par de cojines en el sofá.

—Túmbate —me ordenó mientras abría la manta.

Le iba a repetir que se fuera, pero me encontraba tan débil que preferí hacerle caso. Me acosté, echando mi cabeza sobre los cojines a la vez que cerraba los ojos de nuevo y, Darian, me echaba la manta por encima, haciendo que entrara en calor a los pocos segundos.

De repente, sentí cómo se acercaba a mi cara y retiraba mi flequillo hacia atrás con su mano cubierta por el guante. Quería abrir los ojos para ver qué estaba haciendo, pero si lo hubiera hecho, habría visto mis iris. Notaba que su cara cada vez estaba más cerca de la mía. Intenté mantener la calma para no tirar ningún mueble o, simplemente, para no hacerle daño a él. Y, entonces, juntó nuestras frentes. Podía sentir el calor de su piel a la vez que el aire tan suave que soltaba por su nariz sobre la mía. Mi corazón empezó a acelerarse, pero sólo intentaba centrarme en no reventar a Darian con mi mente.

—Estás ardiendo —susurró echando su cálido aliento sobre mis labios. A los pocos segundos, se separó, colocándome el flequillo en su sitio de nuevo—. ¿Dónde tienes las medicinas? —se puso recto—. Buscaré alguna que te haga sentir mejor —dijo girándose dispuesto a ir hacia la cocina.

LA SANGRE DEL HÉROEDove le storie prendono vita. Scoprilo ora