Capítulo 25.

3.3K 509 670
                                    

Mi respiración comenzó acelerarse, provocando que mi pecho subiera y bajara de una manera descontrolada. Los objetos del salón empezaron a elevarse e incluso a caer al suelo mientras mi cabeza sólo hacía pensar en que, aquellos monstruos que nombraban en las noticias, se trataban de nosotros. Apagué la televisión sin querer ver o escuchar más y me levanté dispuesto a ir hacia las escaleras y subirlas a toda prisa. Una vez llegué a la planta de arriba, me paré entre las puertas de las habitaciones de mis hermanos.

—¡Bobi!¡Gabi! —les llamé a gritos.

Un par de segundos más tarde, ambos salieron por sus respectivas puertas, mirándome con cierto temor.

—Poneros delante mía —indiqué a la vez que señalaba el sitio con mis dos dedos índices. Mis hermanos asintieron y andaron cabizbajos hasta colocarse donde yo les había dicho—. Vosotros sois los que decís que somos superhéroes, ¿verdad? —me crucé de brazos, mirándoles con el ceño fruncido—. ¡¿Verdad!?! —gruñí unos segundos después al ver que no contestaban.

—Verdad, señor —respondió Gabi.

—Pues gracias a vosotros, ¿sabéis lo que nos acaban de llamar en las noticias? —incliné mi espalda hacia delante, haciendo que mi cara se acercara a las suyas.

—¿Superhéroes? —murmuró Bobi sin querer mirarme demasiado a los ojos.

—No —susurré, fijando mi mirada en la suya a la vez que negaba suavemente con mi cabeza—. Nos han llamado monstruos, Bobi —dije simulando un tono amable y simpático.

—¿Monstruos? —intervino el mediano, pero giré mi cara hacia la suya por un segundo e hice con mi mente que se callara.

—¿Por qué? —tartamudeó mi hermano menor, provocando que volviera mi mirada a él.

—Porque sois tan estúpidos que habéis dejado las partes íntimas y la cabeza del hombre que habéis matado tiradas en la calle —fui alzando mi voz conforme iba hablando, y puse mi mano en la cabeza de Bobi—. Y las han encontrado —apreté mis dedos en ella.

—Pero... —tartamudeó de nuevo.

—¡Pero nada! —exclamé, empujándole hacia atrás, haciéndole caer de culo al suelo—. ¡Sois unos idiotas! —gruñí con más ferocidad.

—Lo sentimos, Dabi —lamentó Gabi mirando de reojo al pequeño.

—¿Lo sentís? —solté una carcajada irónica—. ¿El qué exactamente? —me acerqué a él—. ¿Desobedecer las normas?¿Dejar partes de un cuerpo en la calle?¿O ser unos gilipollas? —agarré con fuerza uno de sus brazos.

—Todo —soltó un siseo de dolor.

—¡Monstruos! —grité, apretando mis dedos—. ¡¿Qué habría pasado si os hubieran visto?! —llevé mis ojos hacia Bobi, quien se estaba poniendo en pie.

—No volverá a pasar, te lo prometo —el mediano alzó su mirada hacia la mía.

—De eso estoy más que seguro —endurecí aún más mi voz, mirándoles simultáneamente. Me volteé, soltando un gruñido, y anduve hacia las escaleras.

—Dabi —dijo Bobi con la voz quebrada.

—No quiero que salgáis de vuestras habitaciones hasta que yo os lo diga —murmuré sin ni si quiera mirarles, dándoles la espalda.

Sin esperar respuesta, fui bajando a saltos hasta llegar al recibidor. Me mantuve en silencio durante unos segundos, pensando en qué hacer para calmarme, cuando se me ocurrió la mejor manera de hacerlo. Descuartizar.

No sé si alguna vez habéis experimentado esa sensación de cuando te dicen algo que te duele mucho, en vez de hacer ver que no eres así, haces todo lo contrario.

LA SANGRE DEL HÉROEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora