Capítulo 4.

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Miré hacia abajo y vi cómo el pantalón del hombre comenzó a prenderse.

—Estás que ardes —solté una carcajada a pocos centímetros de su cara.

—¡Ah! —comenzó a gritar, intentando quitarse el pantalón.

—Qué patético —comentó Gabi, girando la cara hacia el ventanal de su lado.

—Se está desnudando —rio Bobi, señalándole.

—¡¿Qué haces?! —gritó su compañero, saliendo de la barra. Caminó enfurecido en nuestra dirección mientras el otro daba pequeños saltos terminando de quitarse la ropa.

Fijé mi mirada en el que mandaba y lo inmovilicé, haciendo que se llevara una mano al pecho.

Sí, lo maté.

Pero no penséis mal de mí, es decir, ¿cómo iba a explicarle a los rehenes que se había quedado paralizado por unos minutos hasta resolver el atraco?

No me juzguéis.

A saber lo que hubierais hecho vosotros en mi situación.

¿Scott? —le llamó el hombre, tirándose al suelo junto al cuerpo del muerto.

De repente, cundió el pánico en el restaurante. Algunas mujeres empezaron a gritar y los hombres a llamar por sus móviles.

Miré a Bobi, y este asintió, entendiendo lo que le quería decir sin necesidad de utilizar mi don. Se hizo invisible y fue hasta el atracador; el que quedaba vivo, claro. Le quitó la pistola y la tiró al suelo. Entonces, en lo que el pequeño volvía a su asiento, Gabi usó su fuerza para hacerla añicos desde la distancia. Me giré hacia él y se encogió de hombros con una cara de inocencia que me hizo soltar una carcajada.

—¡Scott! —alzó su voz—. ¿Qué te pasa? —zarandeó desesperado el cuerpo.

—Está muerto, ¿o es que no lo ves? —respondí fríamente, cruzado de brazos.

—¿Qué le has hecho? —se levantó y echó a correr hacia mí.

"Otro que quiere morir", pensé. Y antes de que pudiera paralizarle, algunas personas empezaron a gritar que yo no había hecho nada, que no me había movido del sitio. El hombre se detuvo, mirándome con rabia y, para nuestra sorpresa, la policía irrumpió en el lugar.

—¡Alto! —exclamó un agente, apuntándole con la pistola mientras otro iba hacia el atracador. Le puso las esposas tras su espalda, y el delincuente volvió a mirarme.

—Sé que has hecho algo, me las pagarás —gruñó, haciendo que su cuello se pusiera rojo.

—Sí, sí —bostecé, viendo cómo el agente tiraba de él—. Ah, por cierto —me agaché—. No te olvides de tus pantalones —los cogí y se los tiré a la cara a la vez que le sonreía con malicia.

—Venga, vamos —dijo el policía, agarrándole de la cabeza para obligarle a salir.

Suspiré y me giré hacia mis hermanos, viendo cómo Bobi estaba enfurruñado.

—¿Qué te pasa?

—Al final nos hemos quedado sin comida —apoyó los codos en la mesa y la cara en sus manos.

Abrí los ojos de par en par, bajando mi cabeza hacia el suelo, y recordé que Darian seguía escondido. Mis hermanos miraron bajo la mesa, a lo que yo les imité, encontrándome con el chico sentado con su espalda apoyada en la pared. Estaba tan tranquilo escuchando música con sus auriculares. Bobi le quitó uno, y Darian le miró.

LA SANGRE DEL HÉROEWhere stories live. Discover now