Capítulo 12.

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—¿Otra vez? —dijo Gabi mirando hacia la pantalla.

—¿Por qué quiere hacerle daño a los enfermos? —preguntó Bobi girándose hacia mí.

Yo me quedé en silencio con la mirada perdida.

—El culpable de los incendio debe ser una persona horrible —comentó el mediano recogiendo su plato y vaso.

—¡Deberíamos atraparle! —exclamó el pequeño a la vez que se levantaba.

—Eso es —le apoyó Gabi mirándome.

—Bueno, hoy no —carcajeó Bobi cogiendo mi plato junto con el suyo—. Cuando Dabi se encuentre mejor —me sonrió.

—Sí, tenemos que hacer algo —asentí agradeciéndole su gesto—. Pero debemos de tener cuidado, no sabemos a quién nos enfrentamos —me eché hacia atrás en el respaldo del sofá.

—El que tiene que tener cuidado es él o ella —se burló Bobi, haciendo reír a Gabi.

Les miré serio y, ambos, borraron las sonrisas de sus caras.

—Siempre hay alguien más fuerte, no lo olvidéis —advertí, soltando un suspiro después.

Mis hermanos asintieron y se retiraron hacia la cocina para llevar lo que habíamos usado en la cena.

Un rato después, los tres nos subimos a nuestras respectivas habitaciones a dormir.

Al día siguiente, me encontraba mejor, pero no lo suficiente como para poder ir a recoger a mis hermanos al acabar sus clases. Además, necesitábamos ir a "por comida" y prefería guardar todas mis fuerzas para ello.

Al anochecer, antes de cazar, decidimos ir al escenario del incendio. El hospital. Esa vez no fuimos por las azoteas, sino como personas normales. A pie de calle.

—¡Huele igual! —dijo Bobi algo emocionado.

—Confirmado queda que se trata del mismo que la otra vez —comentó Gabi agachándose para coger un trozo chamuscado.

—No hay mucha gente que haga fuego azul —vacilé, adentrándome entre los escombros.

—¿Sabes lo que me resulta más extraño? —preguntó mi hermano del mechón poniéndose en pie.

—¿El qué? —me giré hacia él.

—Que el fuego no se propagó por otras alas —alzó su mirada, fijándola bien para usar su don visual—. Acaba perfectamente en psiquiatría.

—Esto cada vez es más raro —me crucé de brazos y fruncí el ceño.

—Matémosle —sugirió Bobi andando por una viga caída.

—No estoy para bromas —rodé los ojos.

—En realidad, Bobi lleva razón —intervino Gabi, provocando que le mirásemos extrañados—. Esta persona no va a parar hasta conseguir lo que quiere —dio unos pasos al frente—. Si no le matamos pronto, él o ella acabará trayendo más desgracias —razonó serio y molesto con aquel tema.

Debo explicaros algo.

Nuestra familia, generación tras generación, ha tenido poderes sobrenaturales.

Unos siglos atrás, dependiendo del poder, los usaban para ayudar a sus amigos o vecinos.

Conforme pasaron los años, la gente empezó a asustarse de ellos, así que decidieron mantenerlos en secreto, al igual que la manera en la que los nutrían.

Por cada generación, nacía uno que le enfadaba especialmente el que se tuviera un mal uso de los poderes y, en la mía, ese es Gabi.

También siempre hay un despreocupado que simplemente se limita a disfrutar de la forma de vida tan particular que nos han dado. No hace falta que os diga quién es en mi generación, ¿verdad?

LA SANGRE DEL HÉROEDär berättelser lever. Upptäck nu