Capítulo 22.

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—Subamos a las azoteas —ordené serio nada más escuché a Gabi.

Mis hermanos asintieron y, juntos, nos metimos en uno de los callejones para subir por las escaleras de incendios a la azotea del edificio más cercano. Corrimos a toda velocidad hacia la del local de enfrente de la comisaría y nos quedamos contemplando la escena. El fuego azul la envolvía. Algunos policías salían de ella y, otros, entraban acompañando a algunos de los bomberos que intentaban rescatar el máximo material posible. Los bomberos que estaban fuera intentaban apagar las llamas con las mangueras de los camiones mientras que los sanitarios de las ambulancias atendían a algunos de los agentes y trabajadores heridos. Había bastante alboroto, puesto que la gente que pasaba por allí corría despavorida para alejarse del lugar.

—¡Mierda! —exclamó Gabi dándole un puñetazo al poyete de la azotea—. Las cámaras —gruñó sin dejar de fijar su vista en la comisaría.

—¿Tendremos que empezar de cero? —dijo apenado Bobi apoyando sus brazos cruzados al lado de nuestro hermano.

—Tranquilizaos —me giré hacia ellos, provocando que me mirasen—. No creo que los policías sean tan estúpidos como para tener sólo una grabación —volví a mirar hacia la comisaría—. Al fin y al cabo, las tienen desde hace tiempo. Ya deberían haber averiguado algo... —razoné en voz alta, rascándome la barbilla con una de mis manos.

Estaba diciendo todo aquello con toda la confianza del mundo, pero en realidad estaba rezando por llevar razón.

Lo que quería era destensar a mi hermano mediano.

Ya sabéis cómo se ponía últimamente con las injusticias y, sobre todo, con el/la pirómano/a del fuego azul.

Su sangre justiciera mezclada con la edad tan difícil y odiosa que tiene...

En fin, en ocasiones es irritante.

—Seguro que sí —respondió mi hermano pequeño intentado animar a Gabi.

—¿Cómo habrá conseguido incendiar un lugar lleno de policías? —dijo el mediano sin haber escuchado lo que estábamos hablando.

—Ya sabemos que no debemos subestimar a este pirómano —comenté, soltando un suspiro después.

Nos quedamos un rato mirando a la comisaría, fijándonos en cómo los bomberos iban apagando las llamas, haciendo que el incendio fuera disminuyendo, pero al parecer les costaba deshacerse de ellas más que si de un fuego normal se tratase.

Quería afinar mi audición para lograr escuchar alguna conversación de los agentes, pero había tanto ruido que, si llegaba a hacerlo, lo único que hubiera conseguido habría sido molestias en mi oído.

—Este olor me es tan familiar —murmuró Bobi dejándose caer al suelo, arrastrando lentamente su espalda por la pared del bordillo.

—Será de las veces que hemos ido a los incendios anteriores —fruncí el ceño, viendo cómo salían dos bomberos agarrando a una señora que trabajaba de secretaria.

—Supongo —se encogió de hombros, alzando su mirada hacia Gabi.

—Será mejor que nos vayamos, ya volveremos a investigar cuando todo esté más tranquilo —me volteé y le di un toque en el hombro a mi hermano mediano.

—Vamos a buscarle —gruñó Gabi de nuevo, girando su cabeza hacia mí.

—¿Qué? —le miré, alzando una de mis cejas.

—Al pirómano —frunció el ceño—. Seguro que está cerca —elevó un poco el tono de su voz.

—¡Sí, hagámoslo! —le apoyó Bobi.

LA SANGRE DEL HÉROEحيث تعيش القصص. اكتشف الآن