Capítulo 10.

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—¿Qué hace ahí? —preguntó Gabi cruzándose de brazos.

—No pretenderá... —murmuró nervioso Darian con sus ojos fijos en la escena.

—No lo hará —contesté, comenzando a dar pasos hacia la chica—. Quedaos aquí —les guiñé un ojo a mis hermanos.

—Ten cuidado —respondió el peliblanco en voz baja.

Anduve silenciosamente, con mi mirada en su cuerpo, hasta llegar a ella. Cuando llegué, se giró hacia mí y lo primero que hice fue paralizarla.

—Dabi Murder... —susurró asustada sin ni si quiera darse cuenta de su incapacidad para moverse.

—¿Helen? —pregunté, mirándola de arriba abajo con el ceño fruncido.

—Sí —afirmó, notando que no podía asentir.

—Casi no te reconozco —contesté algo confuso.

Helen era una ex compañera de clase. Siempre había sido la chica gordita con la autoestima por los suelos, pero en aquel momento apenas la había identificado, puesto que habría perdido veinte kilos al menos.

—Lo sé, he perdido mucho peso —respondió algo tímida a la vez que orgullosa.

—Estás genial —le alabé intentando no sonar demasiado simpático.

—¿Tú crees? —suspiró.

—¿Qué haces aquí? —cambié intrigado de tema.

Helen se quedó en silencio evitando mi mirada. Me metí en su cabeza e hice que su mente le ordenara hablar sinceramente conmigo de lo que estaba pasando.

Esa cualidad que tiene mi don, intento no utilizarla mucho salvo en casos necesarios, pues la mayoría de las veces, saber la verdad de lo que esconden algunas mentes es realmente aterrador.

Entre esas mentes, incluyo la mía.

Si alguien pudiera hacerme confesar lo que escondo en mis pensamientos, no sé lo que opinaría de mí.

Bueno, en realidad, vosotros estáis en mi mente, más o menos.

Decidme, ¿qué pensáis?

—Quiero tirarme —aclaró con firmeza.

—¿Qué?¿Por qué? —dije tranquilo, aunque me alteré por dentro.

—¡Estoy harta de todo! —exclamó incómoda de no poder moverse—. No puedo... —murmuró, intentando mover sus brazos.

—Es a causa de tu propio miedo —mentí intentando excusarlo—. La verdad es que no quieres saltar —me acerqué un par de pasos a ella.

—Sí que quiero —endureció el tono de su voz—. Además, ¿a ti que más te da? —me miró enfadada—. Nunca me has hablado, ¿por qué te iba a importar que muriera?

—Helen, no es que no te hablara a ti, es que yo no hablaba con nadie —expliqué mientras libraba una batalla mental, la mía con la suya, para convencerla de que cambiara de idea.

—Estoy cansada de las mentiras —dijo comenzando a derramar lágrimas por su cara.

—¿Quién te miente? —pregunté, intentando no desconcentrarme de su cabeza.

—Todos —sorbió por su nariz—. Pensaba que si estaba delgada sería feliz, que todos me querrían, que los problemas desaparecerían... —se quedó en silencio por unos segundos—. ¡Pero todo ha empeorado! —rompió su llanto.

—Dilo —le ordené a la vez que lo hacía a su mente también.

—El dolor sigue siendo el mismo e incluso más que antes. Al menos, antes sabía que no me hablaban porque estaba gorda, pero ahora, ¿por qué? —su respiración comenzó a acelerarse—. Y para colmo, mis padres se divorcian y tengo que mudarme a otro estado.

LA SANGRE DEL HÉROEWhere stories live. Discover now