Armin Arlert - SnK

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Azul esperanza

La espuma del mar juguetea entre los dedos de sus pies, y en la lontananza el océano y el cielo apenas se separan por una tenue línea ondulante que se recorta de a ratos. El sol le tuesta la piel, pero a Armin le gusta el aroma salino entrelazado con el del sol.

El agua le hace cosquillas en las plantas de los pies y arrastra una caracola tan pequeña como su dedo índice. La devuelve al mar con un ligero empujón.

Tiene los pantalones arremangados al igual que la camisa y en su regazo descansa un libro. Lo llevó para comparar los dibujos con la realidad y con sus sueños. Las perlas que refulgen en el mar brillaban más de lo que su activa imaginación hubiera podido recrear, y el poco mérito de las ilustraciones en tonos marrones, en acuarelas emborronadas. No se cansa de esa visión y, realmente, los pocos años de vida que le quedan le gustaría pasarlos allí, entre el ocio y la lectura, lejos del mundo más allá del océano que se cae a pedazos.

Se mira el pulgar donde la piel es más clara y se delinea en la forma de sus dientes. Es la cicatriz que se le ha empezado a formar desde que usa su poder de titán en pro de Paradis. Es como la que debería tener Eren si no fuera porque Armin está averiado y solo esa pequeña marca se niega a regenerarse con sus poderes de titán, y supone que es alguna clase de protesta silenciosa porque aborrece ese pode, porque cargar con el peso de la vida de tantas personas lo enloquece, si ya de por sí es difícil manejarse con solo la suya. Con una sonrisa agridulce recuerda esa época donde sus pensamientos eran tan revolucionarios, como si realmente tuviera el poder para cambiar algo, que su rebeldía se volcaba en su cabello siendo un completo incordio, y con la buena recortada para el entrenamiento para ser soldado, sus sueños de sublevación murieron.

Pero, sí, el mundo en las proximidades de Paradis y con los titanes exterminados era casi idílico, exceptuando los tratados de comercio y paz —sí, claro, paz...— que ofrecen los dirigibles y las embarcaciones que ahora se pasean por la isla, y no puede olvidarse del rencor que carcome a Eren desde adentro, soltándoles ideas de exterminar a todos los que se yerguen en el horizonte. Jean y Connie no lo toman en serio, pero a Armin se le revuelve el estómago porque conoce a Eren, se atreve a decir, más que a sí mismo —y quizás es igual para su amigo—.

Ni siquiera la incertidumbre de su destino en cada misión fuera de las murallas lo abruma tanto como lo que verían más allá de toda esa masa cian. Siente que se viene un desastre indefectible y la imagen le produce pesadillas. Y por eso acude al mar, con su rugido y con las olas rompiendo contra sus piernas y empapándole el trasero, y se imagina yéndose con la marea a ultramar a una isla donde solo estarían él, libros y comida, y ella.

Un suspiro se escapa de sus labios y se caldea en el aire. Soñar no le cuesta nada, lo mantiene ignorante de sus preocupaciones, pero no puede estarse toda la vida haciendo la vista gorda. Tiene que enfrentarlos y devorarlos —o dejar que lo devoren—. Se dispone a pararse cuando nota una figura acuclillada a su lado con la vista tan perdida en el horizonte como él; sin embargo, ella reacciona y le curva los labios.

—Te traje un cambio de ropa —dice, mostrándole una camisa y un pantalón hermosamente decolorados por dejarse descuidadamente al sol.

Sin embargo, ambos fijan las pupilas en cómo las chispas del agua deshaciéndose entre sus piernas salpican en la tela, y se paran como resortes, siendo abatidos por risas nerviosas.

—Estabas tan concentrado viendo el horizonte, que me pregunté qué veías y no pensé que también iba a mojarlo.

—Solo se humedeció por partes. Seguro que cuando me lo ponga y este un poco al sol se seca.

—Podrías resfriarte... Aunque no sé si eso es mejor a imaginar el castigo del Capitán si te ve entrar mojado al cuartel.

—Lo segundo —repone sin pensarlo, tan solo imaginando la mirada acribilla-almas de Levi y que, en ese preciso instante, debía estar presintiendo que alguien hablaba a sus espaldas—. Pero gracias. No lo había considerado cuando decidí quedarme sentado a la orilla sin darme cuenta de que la marea estaba subiendo.

Lazos inexorables || Multifandom x ReaderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora