Ayudar en la reconstrucción del Círculo de Hechiceros era una tarea ardua. Debían reconstruir y limpiar. Quizás era la limpieza lo que más la perturbaba porque entre los restos de los cadáveres encontraba rostros conocidos, pequeños tesoros de gente particular, eternos recuerdos de la masacre que se había sucedido. Sin embargo, ella y Wynne se habían ofrecido a hacerlo porque ya habían visto suficientes terrores como para someter a otros a ellos, a la crueldad de un mundo que empezaba a erguirse de entre las cenizas.
Estaba realizando un listado de los tomos que estaban intactos o podían ser restaurados en la pequeña oficina más allá de la biblioteca donde, en su momento, un demonio de la cólera había calcinado parte de la biblioteca mientras intentaban derrotarlo. Se alegró al percatarse de que muchos de los libros que servían para los aprendices estaban en buenas condiciones, puesto que escuchaba cómo los más jóvenes se quejaban por no poder hacer algo con todo el tiempo libre. También había tratados de herbolaria y de técnicas de sanación. Además, encontró rituales para reconstruir varios de los pilares caídos.
Sin embargo, sus ojos se detuvieron sobre la pequeña rosa dibujada en el papel y su mente divagó muy lejos. Aún recordaba la primera vez que él recogió una rosa para ella y realizó una metáfora que, aunque en exceso cursi, le subió los ánimos para saber que estaba en el camino correcto.
Lo extrañaba y, en su tiempo libre, se hallaba cuestionándose sobre su bienestar. Después de todo, él se había marchado como guarda gris a Orlais para buscar a otros guardas. Las noticias sobre él le llegaban cada mes, por correo encapuchado o niños agitados, llevando una flor silvestre, de las que crecen por el camino, junto a una carta. Pero ese mes no había llegado nada y una parte de ella quería asegurarse de que todo estaba bien, porque él era un excelente guerrero y conocía las artes de los templarios, pero otra recordaba los horrores de la Ruina y hacía que su corazón se desbocara en las más infundadas preocupaciones.
Dejó de escribir de repente, hundiéndose en la reminiscencia de paradójicos días en los que disfrutaba y reía a la par que luchaba por su vida. Extrañaba acampar, los comentarios mordaces de Morrigan, los intentos de coqueteo de Zevran, la densidad de Sten, las viejas historias de Ogrhen, los gorjeos de Leliana contando historias de allende, jugar a la llevas con su Mabari, practicar magia ancestral con Wynne, las extrañas conversaciones con Shale, y, sobre todo, la compañía de Alistair, sus historias, su calor, las miradas silenciosas que se decían tanto, la camaradería y la pasión.
Por mucho que deseaba con ahínco regresar a esos días, prefirió difuminar las memorias y conservar los cálidos sentimientos de añoranza. Debía concentrarse en el presente y cómo podría mejorar el futuro. Iba a retomar su tarea cuando tocaron la puerta. No le gustaba gritar que entraran, así que se levantó del mullido asiento y bajó los escalones hasta tomar el pomo helado de hierro.
Tenía la mala costumbre de mantener la cabeza agachada, cavilando un sinfín de posibilidades, fraguando todo tipo de planes bajo una fachada sumisa. Así que cuando se encontró con un peto apenas alzó un poco la mirada, supuso que se trataba de otro templario.
—¿Necesita algo? —susurró con voz suave, puesto que aún recordaba también la represión de los templarios en su época como aprendiz.
La armadura sonó con una cadencia que conocía y el hombre extendió la mano para sacar una rosa cuyos pétalos eran tan escasos y mustios que parecía más bien un palito con hojas de colores deslustrados mal pegadas.
—Lamento la tardanza.
Ella parpadeó, incrédula, y alzó la mirada por fin, encontrándose con sus cálidos ojos claros. Tenía una barba incipiente y parecía cansado, pero tenerlo allí, al frente, la hizo recordar lo apuesto que era.
—¡Alistair! —Saltó para rodearlo con los brazos y él la alzó sin dificultades.
Se abrazaron con fuerza, como intentando sujetarse del otro para por fin salir a flote de los desbordantes sentimientos que empezaban a arrastrarlos, porque se extrañaban más de lo que admitían. Alistair la estrechó más, lamentando haber subido con tal apuro que no se retiró la armadura para disminuir las obstrucciones que comprometían un contacto más cercano.
—¡Pensé que te había ocurrido algo!
—Quería sorprenderte —susurró él, contagiándose de la leve risa de su pareja.
—Bueno, me preocupaste. —Ella sonrió y lo miró a los ojos, incapaz de comprender que pudiera amar a alguien hasta esos extremos y que ese amor fuera recíproco—. Me alegro de verte como no tienes idea.
—Ha pasado tanto tiempo...
—Casi un año. —Apoyó la cabeza de su pecho cuando la bajó.
—Un año en el que te extrañé cada día.
—¿Te fue bien en Orlais?
—Están impresionados por nuestra heroína. Quieren conocerte.
—No soy una heroína —negó con modestia—. Fue trabajo de toda Ferelden.
Alistair resopló y acomodó un mechón rebelde de su cabello con cuidado, porque no tenía remedio, porque ella era quien había unido a toda Ferelden y siempre se quitaba el mérito y pasaba de las ovaciones. Se escondía en su Círculo y pasaba los días entre libros como la erudita que le dijo algún día que le hubiera gustado ser.
—Si no hubiera sido por ti, no estaría aquí —susurró, acariciando el pabellón de su oreja, sabiendo de antemano que sus orejas puntiagudas eran sensibles—. Quería recordártelo a través de las flores. Cuando te dije que me recordabas a una, no mentía, eres capaz de florecer aún en la destrucción y la desesperanza, entre la maleza y todo lo impío. Eres la esperanza que este mundo necesitaba con urgencia.
La vio separar los labios para reponer algo, sus mejillas encendidas, pero él meneó la cabeza.
—No niegues la grandiosa mujer que eres. —Le sonrió.
—Yo... —Arrugó el entrecejo y suspiró—. No tiene caso discutir sobre esto contigo, siempre logras desarmarme con tus argumentos.
—Y es solo aquí que te ganó. —Rio entre dientes, disfrutando cómo ella también acariciaba su rostro, ambos cerciorándose de que eran reales—. Fue demasiado tiempo lejos de ti.
—Solo las flores consolaban mi corazón, Alistair, solo eso me ayudaba a asegurarme de que, tarde o temprano, regresarías a mí.
—Te lo prometí.
—Lo sé —susurró y dejó caer los párpados cuando él se inclinó hacia ella para acariciar sus labios con los suyos.
Se sumieron en un beso lento, saboreando la nostalgia y el cariño, borrando los miedos y las preocupaciones, asegurándose de no separarse por tanto tiempo. Siempre le había gustado cómo Alistair se tomaba su tiempo para besarla y transmitirle todo aquello que a veces era difícil decir con palabras.
Suspiraron, satisfechos, al separarse, y se sonrieron como un par de adolescentes. Eran el primer amor del otro, y, aunque muchos decían que este perecía, que cuando la pasión se apagaba era el final, a ambos les gustaba la templanza de su relación, la hegemonía y la ternura, un ritmo lento, acomodándose a los acordes melifluos de dos corazones que, desde hacía mucho tiempo, estaban destinados a latir como uno.
¡Muchas gracias por leer!
N/A: Sí, de nuevo lo traigo porque, pues, estoy jugando otra vez Dragon Age xD Algún día escribiré sobre Zevran, solo que no estoy preparada jaja
Quisiera escribir sobre Inquisition, pero no me gustó tanto como Origins. Es que yo aún no supero la escena donde Dorian admite que le gustan los hombres y te friendzonea xD
En fin, cuídense mucho.
¡Tengan una gran noche! >.<
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Lazos inexorables || Multifandom x Reader
FanfictionA veces una simple mirada, una sutil caricia, o el agradable arrullo de una carcajada basta para tener la certeza de que todo estará bien, de que siempre estaremos juntos por el inexorable nexo entre nuestros corazones. 𝐃𝐢𝐬𝐜𝐥𝐚𝐢𝐦𝐞𝐫: Todos l...
