Zuko - Avatar: La Leyenda de Aang

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Emociones desbordantes

Zuko no estaba muy seguro de lo que había hecho mal. En la relación, era él el que no era lo suficientemente maduro como mantener la calma, no ella. Ella lo escuchaba y lo aconsejaba con su voz apacible, ofreciéndole opciones plausibles y reflexiones que no eran regaños. Junto a ella, había aprendido a ser más tolerante, menos explosivo. Así que lo sorprendió cuando ella dijo:

—Estoy molesta contigo, así que preferiría que no habláramos hasta que se me templen los nervios. Odiaría decirte algo de lo que pueda arrepentirme luego.

Zuko solo pestañeó, estupefacto. Ella lo dejó con la mano extendida, buscando una caricia que solo fue a medias. Él se quedó petrificado, en mitad del pasillo que llevaba a su recámara. No comprendía nada, porque ella no se enojaba, al menos nunca lo había hecho con él, por supuesto que la había visto atacar a aquellos que osaban mancillar su honor —el de ella o el de él—, pero siempre prefería ahorrarse los disgustos.

Entonces, se cuestionó qué pudo haber hecho él para agotar su paciencia.

—Quizás es algo que no hiciste —opinó Aang.

—Escucha al Avatar, sobrino —asintió Iroh mientras servía el té en su casa del té en Ba Sing Se.

Le había pedido ayuda a Aang para que fueran en Appa y buscó consejo en las dos personas más sabias que conocía. Tanto como él, ambos se sorprendieron al enterarse de que (T/N) se había enojado con él.

—Ella siempre ha sido permisiva contigo, y las únicas veces que la he visto realmente molesta son las ocasiones en las que alguien ofende sus principios o a ti.

—¡Pero yo no...! —Zuko reclamó a su tío, pero se calló cuando el hombre agitó la cabeza.

—Debes hablar con ella —dijo Aang—, aunque a veces es difícil. Con Katara es así.

—Lo he intentado, pero solo me rechaza. Siempre es ella la que se aproxima a mí cuando estoy de mal humor, así que pensé que...

—Todos somos distintos, Zuko —comentó Iroh mientras Aang asentía enérgicamente.

—¡Yo soy igual! Me gusta que me dejen tranquilo hasta calmarme. En cambio, tú, Zuko, debes tener a alguien capaz de entrar en esa cabeza dura que tienes.

Zuko le lanzó una mirada de reproche al más joven, pero no le quedó más opción que aceptar que quizás tenía un poquito de razón. Sin embargo, eso no lo ayudaba con el problema entre manos. Necesitaba soluciones, pese a que reflexionar sobre la raíz del problema era útil a su modo.

—Podría intentar disculparme —susurró Zuko, frotándose la barbilla.

—Una disculpa sin saber la razón del enojo podría ser contraproducente a largo plazo —dijo Iroh.

Los tres asintieron, sumergiéndose cada uno en sus propias ideas de qué hacer a continuación, hasta que Aang agitó el brazo en el aire, sus ojos destellando.

—¿Y si le obsequias algo para disculparte y luego le preguntas la razón? Después te puedes comprometer a no repetir el error.

—¡Oh! Es una excelente opción —apoyó Iroh, notando cómo los ojos de su sobrino parecían adoptar un halo de esperanza.

Sin embargo, Zuko bajó la cabeza, pensando en qué podría gustarle a ella, considerando que tampoco se había criado entre mucho bienes materiales, por lo que los regalos a veces le parecían un desperdicio. Pensó en darle libros, pero había suficientes en la biblioteca del palacio. Pensó también en armaduras y armas, pero la conocía lo suficiente como para comprender que no apreciaría lo pragmático del regalo porque nunca le había gustado la guerra. Pensó en joyas, pero por su naturaleza simple lo descartó de inmediato, y por el mismo camino se fueron los vestidos y el maquillaje. Y, luego, en una agradable reminiscencia, recordó lo único que ella se dedicaba a coleccionar.

Lazos inexorables || Multifandom x ReaderWhere stories live. Discover now