47. Un beso tuyo

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A pesar de que Louis terminó enterándose de todo y que terminamos el día en un caluroso abrazo, las cosas no regresaron a como eran antes.

 Era como limpiar un cuarto. Barres, trapeas y sacudes por allá y acullá, pero hay una partecita, la pequeña esquina detrás del escritorio que no se alcanzó a limpiar. Es pequeña, pocos lo notan, los dueños saben que está ahí pero lo ignoran porque no está a la vista de nadie. Es apenas importante. Pero ahí está, sucio, lleno de polvo, una mosca muerta y una araña que no tardará en poner sus huevecillos después de comérsela. Un pedazo insignificante, pero que puede arruinar la gracia de la habitación entera. Entonces sí es importante. No importa. Todos lo ignoran. Se limpiará sola. ¿Es ingenuo pensar eso? El polvo y la araña se irán solos.

Claro, se irían por arte de magia —y tenía razones de sobra para creer ya en la magia—.

Me sorprendí de que, en efecto, así fue. A la semana siguiente, el semblante de Louis había sido pulido. Sus ojos sonreían más, sus risas eran más sinceras. La araña se ha ido. ¿Y el polvo? Para ser franca, se veía más feliz; lo cual era contagioso y me hacía sentir estúpida por no quererle decir la verdad. De haber sabido que saberlo todo lo habría recuperado de esa manera, le habría dicho la verdad hacía mucho. Pero mucho antes.

Sin embargo, Gabe y Seth seguían henchidos de orgullo por la última casi–pelea. Tenían diferencias qué arreglar y todos sabíamos que los únicos capaces de lograrlo serían ellos mismos. En casa del viejo Culpepper, aunque finalmente pudimos sincerarnos con Louis, Gabriel y Seth no podían —ni querían—, dirigirse la palabra.

Nunca pedimos tu ayuda.

—Pedazo de mierda —se habían dicho, matándose con los ojos.

Gracias a ello, la verdadera y original idea de que nos encontráramos ahí no se llegó a tocar, quedó flotando en el aire, como una bandera blanca olvidada. Se le restó importancia de inmediato. No tenía caso seguir investigando sobre los cambios si dos de los anfitriones no querían cruzar palabra.

Al principio me pareció de lo más infantil, una absurda pelea, pero cuando lo conversé con Melisa, me di cuenta de que Gabriel había sido gravemente afectado por las palabras de Seth, y que había decidido mandar todo a la mierda y mostrar la indiferencia que Seth le insinuó que debía haber mostrado desde el principio.

Algo me decía que esa indiferencia no era más que una máscara que ocultaba algo más grande, un orgullo herido y palabras que no quería perdonar.

—No puede ser para tanto —le dije a Melisa en una ocasión—. Se les quitará.

—No lo creo, Jenn. Al menos no tan fácil—me dijo—. Seth parecía muy convencido de lo que dijo.

—Sabes que no era verdad.

—¿Lo sabes tú?

No respondí porque no quise admitir que Mel, como siempre, estaba en lo cierto.

Louis notó la diaria disputa silenciosa entre Gabriel y Seth, pero antes de que pudiera decir nada más, le pedí que no interviniera y dejara el asunto a ellos dos. Por lo pronto, nosotros continuamos con nuestras vidas diarias y normales. Aunque con unos ligeros cambios.

Mel pasaba más tiempo con su novio, y al tercer día después de la pelea, ambos faltaron a clase. Cuando llamé a su celular, me mandó al correo de voz casi inmediatamente. También intenté con el celular de Gabriel, el mismo resultado.

Decidimos dejar las cosas y preguntarles por su ausencia hasta que los viéramos.

Por lo pronto, no dejé que nada me distrajera del campeonato que teníamos a la vuelta de la esquina.

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