53. Algo superficial

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Estaba segura de mi decisión: dejaría que el tío de Gabriel averiguara sobre los cambios. Y así como estaba, cegada por el deseo de acabar con eso, no me llegué ni a imaginar —ni quería— lo que podría pasar dentro de ese laboratorio. En mi mente había sólo una cosa, y fui por ella sin pensármelo dos veces.

Se lo hice saber a Seth un día antes de ir con Gabriel al laboratorio.

Le hice una llamada, sintiendo que vía texto era demasiado cobarde.

Como sea, la llamada también lo era.

—¿Seth?

—Hola, amor. 

Viernes por la tarde, y en lugar de prepararme para ir a la fiesta a la que todos los jóvenes de Sheffield irían, me preparaba mentalmente tanto para Stanley como para Seth.

Amor. Ese mote, en ese momento. El estómago se me revolvió y sentí la bilis en la garganta.

—Sí… soy yo. ¿Estás ocupado?

—Ya no. ¿Qué pasa? —jadeaba y al fondo escuchaba el sonido de las pesas chocar contra otras, el de las máquinas al estirarse, la música electrónica motivacional para aquellos que realizaban ejercicios de cardio.

—¿Estás en el gimnasio? —me sorprendí.

Rió.

—Sí. Primer día.

—¿El viernes? Creí que irías a la fiesta.

—No irás, así que no tiene caso. Y estaba aburrido; vine a acompañar a mi viejo. ¿Sucede algo? Creí que estarías en casa de Melisa.

—Eso es mañana… Para eso te he hablado. Es sobre mañana.

Me senté sobre mi cama y comencé a jugar con la almohada con mi mano libre.

Me apresuré a continuar.

—Sé que estás totalmente en contra, pero te lo estoy diciendo porque estás en todo tu derecho de saberlo. Y tampoco voy a ocultártelo.

Por su silencio supe que intuía lo que diría a continuación.

—Iré con Stanley mañana. Aún puedes cambiar de idea y…

—No.

Silencio.

—Entonces iré sola.

—No quiero que vayas.

—No comprendo por qué te opones tanto —traté de razonar—. No perdemos nada, ¿lo sabes? Nada.

—Entiéndeme, por favor. No quiero que vayas.

—No te estoy preguntando si quieres que vaya o no. Es mi decisión, sólo te lo estoy haciendo saber —mi tono sonó más seco de lo que calculé.

Me puse de pie y tomé en mi puño el collar que Seth me regalase en Navidad.

—Haz como quieras.

—Bien, así lo haré.

Cuando colgó me quedé con un mal sabor en la boca y después de aventar el móvil a la cama, me masajeé el puente de la nariz.

Iría sin importar lo que él dijera.

Más que nada, estaba molesta por su tono posesivo, cómo me ordenó no ir como si fuera mi padre. ¿Quién se creía?

De repente recordé al Seth que conocí justo después de comenzar a experimentar nuestros cambios. Arrogante, frío. 

Lo arrogante sin duda no se le quitaba, pero desde que estaba conmigo tanto sus gestos como su presencia se volvieron más cálidos, sus sonrisas eran reales, no más muecas que insinuaban sonrisas.

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