42. No es lo único.

113K 5.1K 1.7K
                                    

Una cosa antes. Por favor, por favor, les pido que ya no me manden mensajes pidiéndome que recomiende o mencione sus novelas. Si me piden que la lea y les dé mi opinión, con gusto lo hago, gracias por confiar en mí en ese aspecto. Pero por favor, no me pidan que les recomiende, evítenme la pena de decirles que no. No es que mi sienta superior ni nada de eso, y no quiero sonar grosera, simplemente no soy un espacio publicitario, soy sólo una chica compartiendo una historia.

Dicho esto, gracias y espero disfruten:)

Pd. Hasta yo me puse roja en este capítulo. Pandas<3 

*** 

—Hey, podrías…

—¡No me toques! —chillé.

—L-lo siento.

El chico que se había acercado para pedirme algo se alejó cuidadosamente, como si un tigre suelto le fuera a saltar encima. Con un suspiro culpable, dejé caer la cabeza sobre mis brazos en el escritorio.

Amelia, mi más cercana compañera de baloncesto, me dijo que lo aporreado se quitaría al tercer o cuarto día, si era constante en el club, y que pronto me acostumbraría al esfuerzo. Que yo recordara, jamás me había sentido tan cansada ni después de un entrenamiento intensivo de béisbol una semana antes de un partido importante.

Maldita sea, he perdido mi buena condición física.

Ya iba para mi cuarto día y mi cuerpo lloraba cada paso que daba. Seth se había reído de mí.

—¿Ahora quién es el atleta? —me dijo con una sonrisa victoriosa. Presumió que la natación es un deporte más completo –y por lo tanto más cansado– pero que él se sentía de maravilla. Yo lo había fulminado con la mirada y al día siguiente no fui a comer con él, más porque me dolían los músculos que por estar “enojada”.

Comía con él y con el señor Wilson diario, puesto que el apartamento se me antojaba algo grande y solitario para comer yo sola. El padre de Seth era una persona agradable. Aunque los años se veían en su cabello, mantenía conversaciones frescas, cocinaba excelentemente delicioso, conservaba el buen sentido del humor y al mismo tiempo mantenía a raya a su hijo. Por supuesto que no nos quitaba el ojo de encima; tenía maneras sutiles de no dejarnos solos. Pero no tenía por qué preocuparse, de veras. Si tan solo supiera que él no era el único evitando encuentros íntimos.

En una ocasión invité a Seth a pasar a mi apartamento. Quería por fin darle la camisa que le comprara aquel día en el centro comercial con Jamie, pero se excusó con terminar un proyecto. Los dos días siguientes le invité a pasar de nuevo en reiteradas ocasiones para probar si su decisión sería la misma. Y en efecto, lo era.

Traté de pasar ese detalle por alto, pues no lo culpaba: los maestros nos dejaban tanto por hacer que, con el club, el tiempo nos era corto. Ni siquiera contábamos con el tiempo para quejarnos de tanta tarea y proyectos. Con la cabeza tan ocupada, apenas si tenía en cuenta que Seth evitaba a toda costa estar a solas conmigo. Claro, que el detalle ahí estaba, y trataba de invocarlo lo menos posible.

Estuvimos enfundados en libros y papeles y computadoras portátiles toda la semana. Estaba tanto física como mentalmente cansada.

—Oye, tranquila —se acercó Greg, arrodillándose a lado de mí.

Como respuesta, bufé.

—¿Estás aporreada?

Asentí como pude.

CambioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora