41. Amor joven

91.5K 4.8K 902
                                    

Apenas alcancé a ver a Seth salir de la piscina. El entrenador dictaba unas instrucciones mientras que los chicos salían, algunos por la escalerilla y otros impulsándose hacia arriba con los brazos. Seth, que pertenecía al segundo grupo, alcanzó su toalla posada junto con otras en una silla. No notó mi presencia, ya que estaba de espaldas a mí, y aproveché para echarle un ojo al lugar.

El director decidió cambiar las instalaciones durante las vacaciones de verano, sacando provecho de la ausencia de los estudiantes. Ahora no sólo los nadadores podían gozar de horas y horas en el agua sin preocuparse de los rayos solares, sino que la piscina en sí era más grande. De mi lado derecho yacían gradas en la parte superior, arriba de los vestuarios, exclusivos para el club de natación; puesto que antes usaban el mismo vestuario del gimnasio y debían caminar hasta la alberca. El techo estaba inclinado, descendía levemente desde las gradas hasta el otro lado de la piscina, donde unos ventanales daban paso directo a la luz del día, que ya comenzaba a caer. La luz amarilla bañaba un lado del torso de Seth, resaltando sus músculos, haciendo que pareciera una escultura griega viviente.

Noté cómo dos chicas en traje de baño cuchicheaban entre ellas, mirando de reojo a Seth, que se frotaba distraído la cabeza con la toalla.

Seth estaba del otro extremo de la piscina, por lo que dudé en acercarme. No sabía lo que podía pasar si el entrenador me veía ahí.

Las chicas cogieron sus toallas y una vez envueltas en ellas, se metieron a los vestuarios justo en el momento en el que Seth levantaba la cabeza y éstas lo saludaban con un coqueto movimiento de dedos. Él les regresó el saludo con la mano y una despedida que no alcancé a escuchar.

—Hola —me saludó con voz grave un chico moreno que detuvo su caminata al verme.

—Hola —le saludé de vuelta, aun sin saber quién era.

En lo primero que me fijé –y fue imposible no fijarse– fue en su tonificado cuerpo. Estaba segura que sus pechos eran más grandes que los míos. Tal vez no por mucho, pero lo eran. Tanto sus piernas como sus brazos y pectorales eran moldes de mucha y bien trabajada masa. Para mi suerte, su bañador no era ajustado, y debajo de la cintura hasta los muslos daba paso a la imaginación. Le di un rápido chequeo –que soy consciente él notó–, y me sorprendí de que, a pesar del canela de su piel, sus ojos eran sorprendentemente verdes. Una toalla colgaba de un hombro y el cabello corto le goteaba sobre la cara.

—¿Vienes a ver a alguien? —me preguntó, con los ojos entrecerrados.

—Eh, sí.

Echó un rápido vistazo sobre su hombro.

—No está permitido que andes por aquí. Si quieres ver, por ahí están las gradas —señaló con su brazo.

—Sí. Pero ya terminó la clase, ¿no? —alcé una ceja, desafiante.

Él soltó una risita.

—Muy lista —dijo casi en un balbuceo—. Tú eres Jenna Kent, ¿verdad? —entrecerró los ojos.

—Sí. ¿Por qué?

Me sorprendía que por segunda vez en el día me reconocieran.

—Bueno —alzó un hombro despreocupado—, Louis a veces hablaba de ti y las chicas no dejaban de palotear sobre quién era la novia de McFare —señaló con el pulgar hacia atrás—. Soy Allan, por cierto. Llámame Al. Te daría la mano, pero estoy empapado —sonrió.

—Ah, no te preocupes —sonreí de vuelta—. ¿Louis te hablaba de mí, dices?

—No particularmente a mí —dijo con una mueca—, pero te mencionaba.

CambioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora