Epílogo: Su palabra

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Nota: no recuerdo de qué color anteriormente describía los ojos de Jamie, pero siempre me los imaginé color miel/ambarinos, si en los capítulos pasados no está descrito así, me aseguraré de corregirlo.

Disfruten!!



***


—Gire a la izquierda —le indicó la monocorde voz del GPS.

—Aquí no hay ninguna izquierda, maldita sea —gruñó Jamie escrutando el condominio con el cuello inclinado hacia delante y apretando el volante entre sus manos—. Ah, ya la vi.

Justo en ese momento, la cancioncita que nunca le gustó hizo acto de presencia para hacerle saber que alguien le llamaba y se apresuró a contestar, intuyendo quién estaría al otro lado de la línea.

—Pero si es la señora McFare —saludó con un mote entre burlesco y cariñoso, sosteniendo el móvil entre el hombro y la oreja—. No te preocupes, ya estoy a unas cuadras.

—¿No estás perdido? ¿Necesitas que te repita la dirección? —preguntó Jenna del otro lado.

—La tengo perfectamente grabada en mi cabeza. Dame cinco minutos y en seguida estoy ahí.

—¡Date prisa!  

Dio vuelta a la izquierda y se adentró en el nuevo condominio, donde las casas se erguían elegantes y orgullosas sobre sus extensos patios delanteros. A la par una más grande que otra, más ancha o delgada, unas optaban más por el exuberante toque inglés mientras que las más nuevas imitaban el estilo minimalista al pie de la letra. Nunca le llamó la atención vivir en un lugar así, pero al constatar que los pinos, fríos y reconfortantes a la lejanía, la quietud gobernante y la ausencia de los estruendosos sonidos urbanos le traían una melancólica nostalgia en el pecho, se planteó la idea de algún día tener las agallas —las pelotas, le diría Lily— para mudarse a un lugar así y abandonar su juventud en los pastizales de esa tranquilidad.

Suspiró sin decidirse por quedarse con esa nostalgia o apartarla a patadas de su pecho; sin saber si le agradaba o le disgustaba traer los recuerdos que marcaron su capacidad para conseguir una estabilidad amorosa.

Jamie sabía que Jenna se estaba conteniendo las ganas de gritarle que se le pisara al acelerador, que tenía muchas ganas de abrazarlo y despeinarle el cabello como antaño tantas veces hizo. Él también tenía muchas ganas de abrazarla, de verla convertida en madre y feliz a lado de Seth. No podía estar más feliz por ella.

Se escuchaba Prince en la radio y cantó cuánto sabía antes de llegar a la casa. Dos plantas, con un toque del estilo tradicional inglés y otro toque minimalista, con sus marcos blancos y un balcón en cada habitación con vista al vecindario, sus puertas corredizas y una enorme terraza trasera con piscina.

Jamie solía olvidar que Seth era arquitecto y que por obvias razones su casa parecía salida de un catálogo titulado "La casa de tus sueños".

Era la primera vez que visitaba su primera casa como pareja, sin embargo, los había visitado en muchas ocasiones cuando vivían todavía en un departamento.

Regresar a esa ciudad, después de haberse instalado a la torrencial y nueva vida de Londres, le brindaba muchos viejos recuerdos.

Se estacionó entre dos autos que supuso eran de otros invitados y se apeó. Una súbita emoción se apoderó de él y tuvo ganas de correr haca la puerta. Pero se mantuvo firme, eso sí, sin reprimir la sonrisa.

Los segundos que la puerta tardó en abrirse le fueron eternos, pero finalmente lo recibió con los brazos abiertos una Jenna con muchos kilos menos, recuperada de su embarazo, de vuelta a su antigua figura de la que tanto su esposo presumía.

CambioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora