34. Melisa y el árbol que ardió

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Lily me había dicho que usara el vestido con flores, el veraniego que siempre me había negado a ponerme por vergüenza a verme demasiado extravagante. Con un suéter de botones azul me veía más informal. Al final terminé por hacerle caso a Lily. 

Estaba demasiado nerviosa, quizá más de lo necesario. Era como si fuera a presentar el examen de ingreso a la universidad, o a una entrevista de trabajo, o una "casual" charla con el jefe: si algo salía mal, podía ser mi fin. 

Me hice cuatro peinados diferentes y al final me decidí por una media cola de caballo. Tal vez era un poco salido de temporada, pues el verano estaba llegando a su fin, pero ignoré la vocecita en mi cabeza que me decía que era inadecuado y me maquillé con una ligera capa de rubor y rimel.

Me miré al espejo por un largo rato y me repetí incontadas veces que todo saldría bien.

Me aseguré de llegar a la hora exacta, las tres y media. Estaba a unos metros de el lugar donde Gabriel y yo habíamos quedado cuando lo vi llegar. Vestía un pantalón de lana blanco, zapatos formales negros y un blazer gris sobre una una camisa azul bien abotonada. Sonreí sin poder evitarlo. Gabriel sabía vestir, y me sorprendía que no fuera modelo, tenía tanto como el cuerpo y el rostro como la actitud suficiente para serlo. Y aunque no lo fuera, yo sentía como si estuviera caminando hacia un modelo que no sólo era guapo y bien parecido, sino inteligente y razonable.

Acababa de pararse frente al puesto de helados y le hechó una ojeada a su reloj de pulsera. Levantó la mirada y me vio caminando hacia él con una apenas sonrisa. Me sentí incómoda en el trayecto hasta llegar a él, con sus ojos sobre mí todo el rato, evaluándome. 

-Hola -le dije una vez frente a él. 

-Hola -me sonrió. -¿Vamos? -hizo un ademán con la cabeza hacia el pasillo que nos llevaría al restaurante donde comeríamos. 

-Claro -asentí con la cabeza y me ajusté la bolsa al hombro. 

Caminamos en silencio y noté a Gabriel incómodo, pero él no era el único. Busqué y busqué un tema para sacar, algo en lo que concordáramos, música, estilo de vida, películas, pero de mi boca no pudieron salir las palabras. 

-¿Te gusta la carne? -me preguntó de repente, rascándose el cuello. 

-Sí, me gusta -respondí un poco perdida. Al principio no había entendido sus palabras, mi cerebro no había llegado a captarlas por lo nerviosa que estaba. Sentí cómo la temperatura subía y me recorría brazos y piernas, obligándome a esforzarme más en respirar. -¿Eso comeremos? -me interesé.

Me miró y asintió. 

-Sí, es un restaurante muy bueno y conocido más por la carne que ofrece que por otra cosa -al decir esto, se relajó un poco y sonó despreocupado. Había veces que, cuando hablaba, parecía que se había aprendido algún artículo de una revista o texto de un libro, o que había escrito lo que iba a decir en tarjetas y respondía con alguna de ellas de acuerdo con la situación. No parecía improvisar nada, todo lo tenía siempre planeado y calculado y eso era algo que me encantaba de Gabriel. 

-¿Vas mucho? -incliné la cabeza para mostrar más interés. Se giró para mirarme y sonrió un poco.

-No, sólo en ocasiones especiales. 

Traté de sonreír pero sólo atiné a desviar la mirada. Me sentía abrumada cada vez que me miraba directamente a los ojos, como si me sujetara de brazos y piernas para que no me moviera y le sostuviera la mirada, lo cual no era jamás capaz de hacer. Y a pesar de sentirme así, quería que me siguiera mirando, que siguiera intentando, aunque yo lo evitara; porque quería vencer la vergüenza y mirarlo sin miedo, para que realmente viera dentro de mí. 

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