Infierno

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Aquella, la blanca y brillante vela alumbrando en la oscuridad del callado cuarto, era un mal, para mis cansados ​​ojos

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Aquella, la blanca y brillante vela alumbrando en la oscuridad del callado cuarto, era un mal, para mis cansados ​​ojos.

Observar a través del ventanuco los círculos del cielo profundo, pleno de miríada de pequeñas luces fulgentes.

Navegando estaba entre livianas estrellas; iba con mi imaginación en busca de mi amada, entre suspiros de tul, pliegues de seda y acordes musicales de una emisora ​​de radio. Con el vaso del poeta en la mano, nublado tenía mi entendimiento; escudriñando el mar de sonoras y quietas olas, me veo.

Allí donde la luna acaricia con sus rayos el agua, y una senda de plata
argéntea la noche sobre el mar, allí mismo la vi.

Los rayos de la luna que, lucirán eternos que, brillarán fulgentes que, sosiego es de estío, entraron a raudales por aquel ventanal de mi oscura habitación. Y sombra proyectó flotando en la pared ... ¡Formó tu imagen fiel! ¡Tu perfume, mujer!

Y la vela se apagó en un suspiro de la brisa. La imagen era real, real como la vida misma porque yo identifiqué su voz; y con el suave aroma a sal, siempre, impregnando su ropa.

Sudor frío, gélida sensación, rayo de escalofrío y temor grabado el cuerpo mío. Distancias que no son distancias, eternidad que dura un segundo.
Deseos que son palpables, palpables que son tus labios en la distancia
eterna de un segundo.

Afuera, el fresco viento, cubrió la luna con nubes de algodón, pero la imagen siguió allí, frente a mí; imperceptible se movía, placer y agonía, y una voz que me dijo: "Eres mi amor eterno, aquel que me dio vida y ahora acá, en esta otra aún te amo, amor mio".

Sin truenos estaba la noche envuelta, pero cayeron rayos sobre mí. Sentí miedo y espanto, la piel se me erizó. Era el susurro de mi bien amada; aquella adorada mujer, aquella, mar de plata de dorado y altivo sol adornada. Ella, etérea, venía a decirme cuanto amor, aún, después de la muerte tétrica, aún por mí sentía, hermosa mía, vida mía...

Un suspiro en mi cuello; una trémula mano en mi hombro, un dulce recuerdo, un sobresalto, efímero encanto.

Este dolor tan profundo y sangrante que llenando está mi alma. Un alto acantilado de penas y cruel realidad.

Mísero pesar, soledad tenaz, por tu ausencia el anhelo; lúgubre es este largo sepulcro, agonía fatal de sufrir en vida mi vida letal. Es la vida un infierno y es un infierno mi vida sin ella.

Eco lejano, perdido eco en el brillo de sus ojos, y ahora tumba oscura, fría, sombras de silencios forjando mi soledad. Mientras, desde la torre de una lejana iglesia, se oye el tañer de la vieja campana. Un sonido lejano, monótono, pleno de tristeza y de muerte.

Que no me tarde la deseada muerte que sufro en vida y no muero.
Es inmenso el raudal de mi amargura y no se esconde el corazón ante tal sufrimiento, porque palpita desbocado con dolor tan vivo que anhelo subir a los cielos.

Ya la amada figura expiraba, ella, mucho antes murió, ella se fue con la negra muerte, y yo quedo muerto en vida, sin su amor.

Entre versos y otros tesoros: antologíaWhere stories live. Discover now