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Aquí estoy yo, viendo desde una pequeña ventana cubierta de hielo y escarcha como las personas van y vienen.
Es encantador verlos sonreír; yo no sonrío mucho, prefiero guardar mis alegrías para después, como los fuegos artificiales a media noche cuando todo el mundo esté prestando atención de mi llegada.
La vela conmigo indicará el tiempo de partir: no tarde, no temprano, sino el momento exacto.
Hay infinidad de luces allí afuera, siempre las hay en estas fechas, pero ninguna brilla tanto ante mis ojos como las que me serán dedicadas.
Mi familia me espera desde hace mucho tiempo; sin embargo, no temo que sus luces se apaguen, pues las luces de sus velas una vez se apagaron para después brillar por siempre.
No tengo envidia de a quienes miro, ellos son felices ahora, yo lo seré pronto también.
¿Por qué sentirse triste? ¿Por qué llorar? Al final, nos encontraremos.
Mientras tanto, yo brillo con intensidad. La luz de mi alma y mi corazón no son opacadas por las luces fuera de mi ventana.
Estamos en este mundo, tenemos fechas hermosas que compartir. En donde quiera que estemos, juntos hay que celebrar.
Aquí o allá, nuestros corazones encontrarán el camino.
