46. La cereza del pastel

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—¿Y a dónde piensas llevar a Jenna cuando acaben la universidad? —pregunta que hizo que Seth se atragantara con su vaso de agua.

—¡Tyler! —le llamé la atención. Mi padre suspiró y se puso de pie para llenar su copa en la cocina.

—Oh, lo siento. Supuse que querrías terminar la universidad —continuó, dirigiéndose a Seth—, siento si saqué conclusiones demasiado rápido.

—Tyler, cierra la boca —le ordené, con un tono más duro de lo que me propuse.

—No, no lo has hecho; no te preocupes —respondió Seth—, en cuanto termine la universidad me la llevaré de aquí.

Esto hizo que mi hermano, involuntariamente, soltara con estrépito el tenedor sobre el plato y se irguiera para mirar ojo a ojo a Seth, quien no se sintió intimidado ni un poco, alzando las cejas, como a la ridícula espera de que el cachorro ladre.

Tyler sonrió.

—Espero que cumplas tu palabra—y me guiñó un ojo.

Seth se mostró más sorprendido que yo, parpadeando e inclinándose un poco hacia atrás en su silla. El oportuno de mi papá llegó haciendo oídos sordos y, como si la copa no hubiese sido suficiente, colocó la botella de vino en la mesa, ofreciéndole a Seth, que aunque se negó, le vertió un poco en una copa limpia, sirviéndole también a Tyler.

—No es necesario, papá —le dijo, con la palma abierta en señal de que parara la botella—. Si me disculpan, creo que mi móvil está vibrando.

Se puso de pie, sacó el mencionado y contestó una llamada que aparentemente no era sólo una excusa. Miré estupefacta a mi padre —quien actuaba con naturalidad mientras cerraba la botella—, y a Seth, pidiéndome perdón con los ojos.

—Jenna —me llamó papá—, consuela a tu hermano, por favor. Tengo que hablar con tu novio a solas.

Me pareció ver que Seth se tensó.

—Vuelvo en un momento —avisé a regañadientes y me alisé el vestido antes de marcharme. A medio camino, con ambos hombres observándome, regresé sobre mis pasos para empinarme y terminarme de un trago la copa sin acabar de mi hermano. Suspiré exageradamente y sin molestarme en ver sus reacciones, salí de la casa a consolarlo.

Conociendo a mi papá, no podía darme una idea de lo que le diría a Seth, pero estaba segura de que yo estaba más nerviosa que él. Me limpié el sudor de las manos en la falda del vestido y cerré la puerta delantera detrás de mí.

—Oye —llamé cuando vi a Tyler sacando un cigarro del bolsillo y encendiéndolo con un encendedor que, a la vista, no era barato—, creí que lo habías dejado.

Exhaló en dirección contraria y al girarse de nuevo a mí, una pequeña nube de humo salía de entre sus dientes.

—Lo hice.

—No es lo que veo —me acerqué a él tratando de calmarme: el olor a tabaco me ponía rabiosa.

—Lo acabo de retomar.

—¿Ah, sí? ¿Cuándo?

—Hace treinta segundos.

—Sabes que eso…

Bufó y tiró al cigarro al piso antes de aplastarlo con el pie.

—Había olvidado cómo te pones cuando fumo.

—Es bueno que lo recuerdes. No sé si también recuerdes de esto, pero le dedicaré mi vida entera a tratar a personas con la enfermedad que esa mierda causa —rezongué, evidentemente molesta.

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