| 135 | K. J. Apa

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Es algo definitivo.

Necesitamos reparar esta cosa.

Dejo caer mi cabeza hacia atrás en un cansado suspiro. Compruebo que mis rizos oscuros sigan envueltos en la cola de caballo y vuelvo a colocar mis manos en la máquina.

No, no necesita reparación. Necesitamos una nueva.

Es lo que pienso con un incremento de agotamiento mientras jalo fuertemente la pequeña palanca con una mano, mientras la otra se encarga de dar golpes repetidos a la máquina.

— Trátala con cariño, es una antigüedad.— ruedo los ojos y la suelto con el humor realmente amargo.

— Deberías tratar de hacer el café tú, entonces.— me da una mirada y sigue acomodando los utensilios que trae.

— No me hables así, abejorro.

— Ag, deja de llamarme abejorro.— suspiro de alivio cuando la máquina finalmente vierte la bebida caliente en la taza.

— Eres una adolescente berrinchuda.— despeina mi cabello y se va por la puerta del almacén.

Termino de servir la bebida y la coloco en una de las tazas de colores. Coloco la pequeña galleta a su lado y me encargo de llevarla hacia la mesa que la pidió.

Me dedico a limpiar la pequeña zona de la cocina de nuestra cafetería. También me dispongo a hacer una de mis actividades favoritas cuando acomodo todas las raras y coloridas tazas en distintos lugares.

— Tú padre dice que eres una persona muy mala.— oigo la voz de mi madre pero no giro a observar su rostro. Bufo y limpio mis manos en un pedazo de tela.

— Él es una persona muy sensible.— oigo la risa de mi madre en aprobación y ella comienza a prepararse un café que vertira en su termo de trabajo.

— Se amable, abejorro.— mis padres me habían dado ese apodo hace años, una simple conexión entre mi pequeña persona y un juguete que sencillamente no podía salir de entre mis manos, uno en forma de pequeño abejorro.

— Si soy sumamente agradable.— mi madre termina de cerrar su termo y también introduce un pastelito en una bolsa de papel.

— Mhm, es por eso que en la última cena familiar hiciste llorar a Jessica.— ruedo los ojos ante la mención de mi supuesta prima.

— Jessica debería recibir un Oscar por todas las actuaciones que lleva a cabo, muy buenas por cierto, ya que todos ustedes las creen sin pestañear.— mi madre me da una mirada y acomoda su larga cabellera casi anaranjada. Cuando era niña solía estar muy celosa del color de su cabello. Amaba que en mis dibujos para la escuela el color del cabello de ella siempre era igual al de las hojas que caían de mi árbol de trazos que simulaba un escenario otoñal.

— Se buena, te lo ruego.— deja un beso en mi frente y se encamina a su guardia nocturna como enfermera en el hospital ubicado a varias calles de aquí.

Dejo salir parte del aire contenido y limpio la barra donde llevamos a cabo las órdenes rápidas.

Esta cafetería siempre ha pertenecido a mi padre. Era de su madre hace muchos años y él la había heredado y dado un toque moderno. Yo amaba trabajar aquí.

Fue de las cosas que más me llenaron de emoción cuando ellos me trajeron a casa. Mis infantiles ojos se veían maravillados ante un lugar que siempre podía ofrecerme un cómodo asiento, chocolate caliente y la suave voz de mi madre tarareando.

Mis línea de pensamientos se ve interrumpida cuando la puerta se abre y un grupo de chicos entra al local. Son al menos siete, y todos son grandes, ruidosos y casi frenéticos. Se mueven por todo el lugar con energía y usan chaquetas de fútbol con el logo de mi escuela.

| one shoots |Where stories live. Discover now