Capítulo 38: En San Mungo

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—Bella no estará nada contenta con esto —comentó Ethan antes de que su hermana se marchase.

—La tía Bella no puede decirme nada —le recordó Alice—. Mamá está de acuerdo conmigo, y papá ha aceptado.

Ni siquiera Bellatrix Lestrange se atrevería a tratar de hacer cambiar de opinión a Voldemort. Alice se había dado cuenta de que su tía sentía una extraña devoción por su padre, que no era amor, pero que la hacía depender de él. Su padre, por su parte, no le daba importancia, pues era simplemente su cuñada, la hermana de su mujer, y una mortífaga que haría cualquier cosa que él ordenase. Pero Alice lo veía, y no le gustaba demasiado.

—Puede que no pueda hacerte nada, pero ten por seguro que se pondrá histérica cuando se entere —replicó Ethan, un tanto preocupado por la idea que su hermana menor había tenido.

Sabía de su relación con Neville Longbottom, e incluso con los Weasley, sabía que les salvaría porque eran sus amigos. Pero le parecía excesivo tratar de ayudar a sus padres, más aún cuando eran aurores. ¿Acaso no estaban en guerra? Sin embargo, también sabía que nunca podría resistirse a las peticiones de su hermana y de su madre, al igual que su padre. Ellas sabían cómo convencerles.

—Que grite lo que quiera; está desquiciada —comentó la bruja—. Pero no podrá hacer nada. Alice Longbottom fue amiga de mamá; y ese es motivo suficiente para que papá no vaya a por ella.

—Espero que tengas razón...

Ethan sujetó con firmeza la mano de su hermana menor y, sin decir nada, se desapareció con ella, puesto que Alice no tenía aún el permiso de Aparición. Se encontraron de pronto a las puertas del hospital mágico San Mungo. Cuando ella iba a agradecer a su hermano haberla llevado, se dio cuenta de que él ya se había marchado, y de que se encontraba sola en medio de la calle.

Entró en el hospital un tanto desorientada. No estaba acostumbrada a lugares como aquel, y no sabía hacia dónde dirigirse. Era consciente de las miradas que los magos le lanzaban, sabiendo quién era, o creyendo saberlo puesto que, si realmente lo supiesen, no estarían tan tranquilos. La bruja se alegró entonces de que la verdad no hubiese salido a la luz, porque la poca tranquilidad de la que gozaba habría desaparecido, y no lo deseaba.

Se acercó a la recepción, donde una bruja de mediana edad atendía a los visitantes o pacientes que lo necesitaban. Alice esperó pacientemente su turno, y cuando llegó, se situó tras el mostrador. La recepcionista la miró desde detrás de sus gafas, pero su sonrisa se esfumó al reconocerla.

—Buenos días... vengo a visitar a Frank y Alice Longbottom —dijo, tratando de ser amable.

—Por supuesto... Diríjase a la cuarta planta: daños provocados por hechizos.

Alice le dio las gracias y se dirigió hacia donde le había indicado. Trató de no pensar en que era su tía quien había dejado a Neville en aquella situación, pero no podía evitar que la culpa la invadiese. Su amigo no merecía aquello. No merecía ver cómo sus padres apenas le reconocían, cómo habían perdido la cabeza, y pensar que se quedarían así para siempre.

—Neville.

El chico se encontraba saliendo por una puerta que debía de ser un baño. Sonrió ampliamente al verla, y la abrazó durante un par de segundos, siendo correspondido al instante.

—Alice... sabía que vendrías. Ven; te presentaré a mi familia.

La llevó hasta una habitación con un par de camas, ocupadas por el matrimonio Longbottom. La madre de Neville se estaba levantando, y se dirigió torpemente hacia su suegra. La abuela de Neville hablaba con su hijo, quien no parecía escuchar lo que su madre decía y miraba hacia la ventana con aire soñador.

Los herederos de Voldemort  ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora