EPÍLOGO

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Con sigilo, consiguientemente de haber abierto una puerta sin pedida una autorización a entrar, unos piececitos se veían pisar la alfombra; fijándose unos ojitos en el masculino cuerpo que yacía dormido boca abajo, su brazo izquierdo colgando de la cama y la sábana azul cielo cubriéndole únicamente el trasero.

Sabiendo al dormido desnudo, se buscaron las vestimentas del mismo; y de las que yacían amontonadas en el suelo, a ellas fueron para removerlas cuidadosamente. No obstante, al no ver lo que pretendían encontrar se torció una boquita. Consiguientemente, los ojos se posaron en un perchero; y de lo que se vio ahí colgado sonrió un travieso; volviéndose a mirar a quien seguía durmiendo para ir y agarrar lo que había llamado su atención: la chapuza sobaquera, no, más bien la pistola, de la cual, su cañón en una libre sien se iría a poner, diciéndose con la característica y encantadora voz de un niño:

— Dice mamá que, si no te levantas en este preciso momento, jale del gatillo.

— Gustave, déjame dormir.

El que lo hubo pedido, sin amedranto alguno, hizo omisión a la amenaza y giró la cabeza hacia el otro lado. No obstante, se decía:

— No estoy bromeando, ¿eh? —, y posteriormente, un recorte se escuchó consiguiendo que el durmiente despertara rápido, asimismo se enderezara, lo desarmara y dijera un tanto molesto...

— ¡¿Cuántas veces te he dicho que mis armas no son juguetes?!

— La que prometiste no ha llegado a mí.

Con el acierto, primero se resopló y luego se diría:

— Es verdad. Lo siento —. Un rostro se talló diciendo a la vez: — He tenido mucho trabajo últimamente y...

— Eso dices siempre — se replicó; y unos bracitos se cruzaron frente al hombre que yacía sentado en el borde de la cama y le decía:

— Pero te prometo que en cualquier rato...

— ¡¿Me pasearás en moto?!

— Eso... sí — dijo él poniéndose de pie para ir a devolver una pistola a su funda; y mientras iba allá se confirmaba... — y hasta hoy pudiéramos hacerlo.

— ¿No estás de servicio?

— Por haber cubierto algunos turnos, tengo libre este día.

— Entonces vayamos a almorzar, ¿y después de ahí...?

— Está bien, Gustave. Sólo dame unos... — se interrumpieron para bostezar. Inmediatamente después, se retomaba la frase: — unos segundos y nos vamos a dar una vuelta.

— ¡Yupi! — se celebró brincando un cuerpecito en su lugar.

Y para decírselo a su soltera mamá el pequeño de seis años, cabellos negros y ojos azules, salió corriendo de esa diminuta habitación alcanzando rápido el exterior al ser un camper la vivienda que sobre una cama espesa de pasto verde, rodeada en 'U' de gruesos maderos y en los bosques solitarios afuera de la ciudad, llevaba instalado cerca de cinco años pero por el dueño escasamente visitado al dedicarse en cuerpo y alma a su profesión: un astuto e inteligente policía, que en ese momento salía de una larga cabina vistiendo bermudas, sandalias y una simple camiseta de tirantes e iba en dirección de la cocinera.

Ésta yacía parada detrás de un campirano bracero y con el volteador servía un recién hecho hot cake. No obstante, al sentir en el trasero un manotazo, el caliente utensilio de cocina lo asestó en el brazo desnudo del pesado que oía:

— ¡Eres un grosero irrespetuoso, Terry!

— Tú tienes la culpa — se defendió el agredido yendo a sentarse en una de dos bancas que decoraban la mesa; — desde que tuviste a Gustave —, humanidad sentada a su izquierda, — solamente te has encargado de expandir tus caderas —; dos brazos, a todo lo largo que eran, se extendieron exageradamente a sus respectivos lados.

FallingWhere stories live. Discover now