Parte II Capítulo 25

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En menos de un minuto, con esa era la tercera vez que miraba el reloj. A Al, el tiempo le parecía eterno, y Candy tal parecía que no tenía deseos de llegar a casa. Vivienda que se dejó para salir y quedarse sentado en el cofre del auto chocado y aguardar por su llegada.

Comprendidos o no, los celos de padre no lo abandonaban a pesar de haber aprovechado el tiempo que lo dejaron a solas para cavilar en la propuesta de matrimonio. Unión que en él no hubo funcionado y por lo tanto sufría en conceder un permiso. Por supuesto que a ella no iba a sucederle lo mismo, sin embargo... ¡eran demasiado chicos y...!

Cerrados sus puños, el rubio los estampó duramente en la carrocería. Su frustración la hubo descargado conjuntamente con un fuerte improperio, al sentirse impotente de haber sido poco convencedor. Además...

– Candy, Candy. Espero que tú y él estén conscientes de lo que hacen. ¡Pero cómo carajos! Si apenas ayer...

No, debía ser realista. Niños no eran. Eran jóvenes que pensaban que podían comerse el mundo a mordidas sin la posibilidad de empacho. No obstante, nadie escarmienta en cabeza ajenas y ellos... sí, debían vivir, debían probar, debían fracasar, debían aprender y así experimentar. Justo como les estaba pasando y donde ella...

– Lo siento – se disculpaba escondido su apenado rostro en el cuello de él que sonriente le decía:

– Está bien.

– ¿Seguro que no me odiarás?

– ¿Por qué lo haría?

– Por... haberte provocado y... no haberte permitido que...

– Es entendible

– ¿De verdad?

– Sí – dijo escuetamente Terry y se dispuso a ponerse de pie.

– ¿Adónde vas? – preguntó ella cubriéndose el frente con una almohada.

– Por un poco de agua. ¿Quieres? – él ya había cruzado la puerta; y sin contestar Candy dejó caer su espalda en el colchón para pensar en lo que había hecho.

Efectivamente, provocarlo; y efectivamente impedirle penetrara en ella la cual, a pesar de sentir la necesidad de sentirlo, precisamente al apenas sentirlo, le hubo rechazado.

Por una parte, la habían atacado los remordimientos. Por otra, el miedo. ¿De qué? ¡Simple! Pensó en ella misma. En su madre. Quizá ella la hubo abandonado por haber sido una criatura no deseada. O... no, no era ese el temor. Era él, Terry. ¿Qué tal si después de esa noche... él decidía abandonarla?

No, no, Candy volvía a negar; y cubriéndose el rostro decía:

– ¿O qué tal si lo nuestro es mera fantasía? Sólo atracción. Pero si eso fuera, ¿por qué no dejé que...?

La rubia calló al oír el estruendoso volumen de un televisor que se enchufó.

Frente a la pantalla él se ponía mientras que ella adentro dejaba la cama para vestirse y salir a su encuentro donde Terry trataba de conectar debidamente unos cables sueltos.

Los maleantes todo lo habían echado abajo, y los buenos samaritanos que les tendieron la mano en levantar el desorden, únicamente hubieron hecho eso: levantar y poner las cosas más o menos en su lugar.

El que ella ocupara sería el sofá para mirarlo de espaldas y esperarlo a que por su propia cuenta dejara de hacer lo que hacía. Sin embargo... un celular comenzó a sonar yendo Terry a ello para contestar con un: – Diga – y mantenerse a partir de ese momento en silencio y por un buen lapso de tiempo, dentro del cual, ella se pondría más nerviosa al verlo ir de un lado a otro, con el ceño fruncido y su puño izquierdo dándose golpecitos en la boca.

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