Parte I Capítulo 4

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Con la dificultad que empleó para ponerse de pie, Candy la usó para levantar su destartalada bicicleta. Sujetándola y a la par se echaron a andar lerdamente.

La mujer y el joven que se quedaban detrás la veían, en ese momento, pasándose una mano en el rostro para limpiarse las lágrimas que no dejaban de cesar.

–¿Por qué te ha culpado? – cuestionó Miss Lane.

Terry quien rápidamente se puso de pie y se había limpiado lo lanzado por ella, decía:

– ¡Porque está loca!

– ¿Y no piensas ir detrás de ella?

– ¿Por qué lo haría? – el muchachito por todos los medios trató de sonar sereno; empero en su rostro se reflejó el desconcierto.

– ¿Porque te ha culpado?

– ¡Pero yo he tenido nada que ver con lo que le pasó! – el cuerpo del joven demostró su enojo.

– Sin embargo... como caballero que eres, debes ir a ofrecerle tu ayuda a una damisela, mucho más si está herida.

– Miss Lane – la miraron, – usted ha sido testigo de cómo me trató. ¿Cree que ella...? – cayó encima de la bicicleta; y por el ruido producido ellos volvieron sus ojos a Candy. Los de Terry se cerraron; y negando con la cabeza, la agachó, señal de derrota y resignación. En sus pasos también se notaba la lentitud y la pesadez. Y al inclinarse para tomarla en brazos:

– Quítate – la débil voz de la chica se escuchó; y su mano sin fuerza intentaba alejarlo y prohibirle: – no me toques

– Por mí no lo haría – en un tris tras Terry la cargó.

– Entonces... déjame – la cansada Candy movía su cuerpo entre los brazos de él quien decía:

– Si lo hago, vendrán los buitres y te tragarán.

– ¿Y a ti que te importa que lo hagan?

– ¿Por su extinción? Ya que de seguro los pobres morirán en el instante de haberte dado el primer picotazo.

– Idiota – Candy lo etiquetó; y Terry se dedicó a seguir a Miss Lane quien ya le había indicado regresarse a casa para atenderla. Además, la mujer se había hecho cargo de llevar la bicicleta que dejarían en un patio y a Candy acostada en el sofá de una sala.

Ahí y conforme hubo sido puesta, dos pares de ojos se encontraron, reflejándose en ellos: furia mezclada con indiferencia, la misma que se empleó al soltarla y alejarse.

– Miss Lane, la veré más tarde – el chico se despidió yendo en dirección a una puerta.

– ¿Te vas? – le preguntaron desde otra.

– Así es.

– Pero si lo haces –, se le cuestionaría conforme iban a él: – ¿quién me ayudará?

Candy había cerrado los ojos y despotricado algo debido a su desacuerdo que hizo que Terry dijera:

– No creo que sus heridas sean para tanto; y yo...

– Tú me recibirás esto – el botiquín de primeros auxilios; – y con un poco de algodón empieza a limpiarle la sangre.

– Miss Lane – Terry volvió a pronunciar sólo que esta vez un tanto irritado.

– Lo harás en lo que yo voy a calentar un poco de agua. Mamá solía tener una pomada que... –, las palabras se perdieron y la mujer también, quedándose a solas: dos enemigos jovencitos.

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