Parte I Capítulo Intro

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Una cuadra más y el autobús escolar se detendría por completo. Hecho así, los alumnos de la escuela preparatoria, habiendo tomado sus pertenencias buscaron la salida del transporte.

Sin inmutarse, una pasajera veía tras la ventana las inmediaciones del colegio público. El noveno para ella a lo largo de quince años. Los mismos de su joven existencia. Su conducta era sumamente especial y por ende no duraba mucho en ellos. Ese, estaba segura que sería igual; por eso pocos deseos tenía de bajar, y por ella así hubiera sido, en cambio para la conductora no, ya que le diría:

– La campana no tardará en sonar. ¿No piensas asistir a clases?

Comprendiendo que ahí no podía quedarse, aunque así lo pretendiera la jovencita de blusa blanca de mangas abombadas, falda amplia larga negra, sudadera atada a la cintura, tenis-bota blancos, cabellos rizados horriblemente esponjados y gorro tejido en color amarillo, tomó su mochila, la echó a su hombro y se dispuso a abandonar la unidad.

Sobre piso firme, sus ojos claros se dedicaron a mirar hacia el frente. Alumnos todavía se veían por doquier, sin embargo... ella comenzó su caminata hacia el interior. Ahí, la chica buscó un señalamiento. Hacia la derecha estaban los casilleros. Uno de ellos se le había otorgado a ella; y a la vista se divisaba abierto. El resto ya yacía con sus respectivos candados y el suyo, lo sacaría de un compartimento de su mochila. Ésta la zafó de su hombro para colocarla un momento en el brilloso piso de color verde.

Para correr un cierre, la jovencita se inclinó. Y estaba sacando una carpeta cuando escuchó el azote de la puertita metálica. Asustada, ella se enderezó para toparse con un joven de semblante hostil el cual sostenía un bate y le preguntaba:

– ¡¿Quién te ha dado permiso de usar este casillero?!

Mirando a su alrededor y viéndose rodeada de otros, ella respondía:

– La directora Poni me lo ha proporcionado.

– ¿Ah sí? ¡Pues yo te prohíbo usarlo!

– ¿Por qué? ¿es tuyo? – quisieron saber; y como respuesta le ordenaron:

– Ve a la dirección y diles que te den otro. Este... – con la punta del bate se golpeó – ¡es intocable!

– ¿Y cómo es que yo lo puedo tocar? –. Una osada mano se posó en el frío metal pintado de cobre.

– No te recomiendo hacerte la graciosa. Así que... ya sabes lo que tienes qué hacer.

El grupo de seis emprendió un camino, no obstante...

– Si tanto te molesta... deberías ir tú a solicitarlo –. La jovencita metió sus pertenencias en el armario escolar.

– ¿Qué dijiste? –, se le acercaron conforme lo hubieron preguntado.

– Creo que me oíste a la perfección – contestó ella dispuesta a colocar el candado. No obstante, el mismo bate se atravesó al intentar cerrar la puerta. Abierta ésta, se sacaron unas cosas y fueron aventadas al suelo.

Mirándolas ahí, la chica pediría:

– Levántalas.

– Hazlo tú – la retó el cabecilla.

– Tú fuiste quien las tiró.

– Y pateó también –, así mismo el jovencito lo había hecho viendo ella sus útiles rodar por el pasillo. Pero no faltó el valiente que pateara más fuerte la bolsita lapicera que cayó lejos. Entonces...

– Levántalas – volvió a pedir ella.

– No, hasta que llores.

– Sí, que llore y las levantamos – coreó burlescamente el resto de la bandita. En cambio ella:

– Es la tercera vez que digo... levántalas

– No lo haré – se neceó, consiguiéndose con ello, que ella en tres rápidos movimientos increíblemente lo desarmara, lo pusiera ruidosamente de espaldas a los casilleros y colocara en su cuello el bate mientras lo amenazaba:

– Ordena a uno de estos idiotas que levanten mis cosas porque sino... –, apenas apretaron una manzanita de adán que subió y bajó debido a la saliva que se pasara, – serás tú quien sufra las consecuencias.

Los fieros ojos de él estaban sobre los de ella que lo miraba igual. Creyéndola capaz de seguir apretando, el joven indicaría:

– ¡Levántenle sus cosas!

A modo de agradecimiento, ella sonrió burlona; pero no lo liberó sino hasta que sus pertenencias fueron devueltas al casillero. Realizado así, la chica lo soltó. El muchachito buscapleitos se llevó una mano al cuello; y conforme lo masajeaba pedía lo que era suyo. El bate que seguía en poder de ella; y que después de haberlo jugado como se juega un par de chacos octagonales empleados en las artes marciales... sonriente de las caras estupefactas del grupo y otros más mirones... lo extendió a su dueño.

Aquel fue rudo al tomar su intimidante juguete y también con los estudiantes que dejaron libre un camino.

La humillación y la rabia provocadas, produjeron miradas de reprobación contra la recién llegada la cual sabiendo lo que había ocasionado, tomó de nuevo sus cosas y fue en busca de una oficina.

Creyéndola que huía, los alumnos se esparcieron, excepto uno que le diría:

– No debiste hacerlo.

– ¿Y él por qué sí? – se le devolvió cuestión al entrometido.

– Porque era de su novia.

– Y si lo cortó y se largó ¿por qué no se llevó con ella el casillero?

– Porque murió

– Por mí no para que él se desquite conmigo.

– No deberías hablar así. Te puede ir mal.

– No te preocupes. Te aseguro que en los próximos minutos me correrán de este lugar

– Y por lo que veo... no sería la primera vez.

– Tú, ¿por qué crees?

– Porque no te sabes dejar.

– Exactamente; y mucho menos de un niño con cara bonita –, y que por supuesto... buscaría venganza.

FallingWhere stories live. Discover now