Parte I Capítulo 3

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Para que las esposas fueran quitadas de sus delgadas muñecas, Candy, con ellas, hubo salido de la patrulla que se hubo estacionado, millas más adelante, frente a su casa de un solo nivel.

El vehículo donde venía su padre yacía detrás; y que, al detenerse, se bajó para acercarse a su hija. Ésta le estiraba el brazo, indicación de que él le pasara la mochila que hubo viajado a su lado.

Tomada del asiento trasero, Al conforme la entregaba, le preguntaba:

– ¿Estarás bien?

– ¡Perfectamente! – Candy sonrió fingidamente; agarró su pertenencia y se la echó al hombro. Sin embargo...

– Te acompañaré hasta adentro

– No es necesario, Papá –, en el abdomen de él se puso la palma de una mano para obstruirse el camino que se deseaba tomar. – Nadie vendrá a molestarme, te lo aseguro – ella lo comentó debido a un gesto que reflejaba preocupación.

– Y si sí... no dudes en llamarme.

– No. Yo tengo una idea mejor. Voy a gritar como histérica: ¡Papá! – Candy abrió grandemente la boca y alargó la última "a" en un volumen de voz que sólo él, ella y el hombre que manejara la patrulla podían escuchar.

Lo que parecía demasiado divertido para unos sonrientes padre e hija, para un tercero no lo era tanto, sobretodo al ignorar la jovencita a quién justamente se había atrevido a lastimar. A la hija de un habitante que ya llevaba varios años en prisión. No obstante, el peligro no era él sino...

Habiendo convencido a su padre de marcharse, Candy se dispuso a ingresar a su vivienda. Dentro de ella, caminó hacia la sala para dejar su mochila. De la mesa de centro tomó el control remoto y encendió el estéreo.

La rola que se escuchó rápidamente la hizo gritar de emoción y brincar por toda el área mientras cantaba unas líneas de la canción, "Steal my girl" by "One direction"

Segundos después esas notas musicales cesaron; y sofocada, Candy se dejó caer en un sillón. Sin embargo, el ejercicio hecho le despertó el hambre. Entonces sus ojos buscaron su mochila. Su mano estiró para agarrarla y acercarla a ella, abrirla y sacar su lunch: un sándwich de salami y queso manchego; y una diminuta presentación de papas fritas.

– ¡Pringles! – dijo ella emocionada y besando el empaque al ser sus favoritas. Pero su bebida ¿dónde estaba? en el refrigerador y allá tuvieron que ir.

Dispuesta a destaparla para beberla estaba cuando los oídos de Candy, entre el sonido producido del estéreo, escucharon el timbre de la puerta.

Al atenderla la jovencita se topó con la espalda de alguien pequeño que corría hacia la otra casa. Llamarlo no pudo al identificarlo como miembro del grupo de payasos que transitaban por la calle invitando a la gente a visitar el circo instalado en el parque de beisbol de ese condado. Esa era la dirección y las indicaciones de cómo llegar que había en el papel, prensado de una tachuela, en una columna de dos de la entrada de su vivienda.

Para seguir admirando del desfile, Candy caminó hacia la banqueta. Los dos enormes carros alegóricos llevaban a los artistas. Guapos trapecistas y bellas domadoras. Los perros lindamente vestidos que saltaban provocaron la sonrisa de la chica. En cambio, sus ojos se abrieron grandemente al ver pasar a las fieras, viniendo detrás de ellas... un contingente juvenil liderado por un ser que, a pesar del poco tiempo de conocido, ya se era bastante desagradable.

Ignorándolo, la rubia de boina amarilla volvió sus ojos a los que prometían un buen espectáculo si iban a visitarlo esa misma tarde-noche. La feria también ya estaba instalada y en función; por eso la bola de estudiantes preparatorianos que se propusieron a irse de pinta, iba ahí para ir allá.

FallingWhere stories live. Discover now