Parte I Capítulo 2

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A pesar de que sólo veinticinco minutos presenció la instrucción de su educador, Candy se aburrió muchísimo. Los bostezos que daba, tuvieron todo el color del descaro. Eso le causó problemas y burlas. Burlas, que igual que la clase, les prestó el menor de los casos, donde sí padecería, sería con el castigo impuesto del tutor. No sólo llevaría de tarea todos los países existentes en el mundo y sus respectivas capitales, sino que debía clasificarlas por continente, memorizarlas y decirlas en la siguiente clase. Lo bueno que ésta sería dos días después; y la que seguía, rauda, la jovencita fue a buscarla.

El laboratorio de ciencias – ¡¿dónde demonios estaba?! – se cuestionaba la chica bajando las escaleras. En ellas había visto a compañeros de la clase pasada. Sin embargo... ninguno de ellos: uno, le diría la ubicación, y dos estaría con ella.

– ¡Por suerte! – Candy lo celebró, mas no el nuevo retraso ni el rechazo a participar en:

– Lo siento, maestra. No puedo – abrirle la panza a una verde rana que nada malo le había hecho.

– Toma el bisturí, Candy – la embatada maestra de cabellos teñidos en rojo se lo ofrecía.

– No – repitió la rubia colocando sus manos detrás de su espalda.

– Bien – dijo la profesora pasándoselo a otra alumna; en cambio a la desobediente: – Para la siguiente clase me traerás una lista de todo lo que hay en este lugar. Pipetas, matraces, tubos de ensayo, en fin.

– ¡¿Por qué?! – Candy no pudo objetar, ya que en ese momento la compañera realizaba lo que ella se había negado a hacer.

Sintiendo los deseos de volver el estómago, la jovencita recién ingresada se giró hacia la pared para no ver. Sin embargo, de sólo pensar en sangre comenzó a marearse. Y no daría ni un corto paso cuando aparatosamente... cayó al suelo.

. . .

Sumamente borrosa veía a la persona que a lo lejos le hablaba. Y el alcohol que inhalaría en ese momento, lastimaría su pequeña nariz. Tallándola con rudeza, la rubia, sabiéndose acostada, se enderezó; y haciendo gestos debido a la molesta irritación preguntaba:

– ¿Dónde estoy?

Conforme le respondían – en la enfermería escolar – ahora con la palma de su mano se tallaba la nariz.

– ¿Qué me pasó?

– Te desmayaste. ¿Comiste algo antes de venir a la escuela? – la enfermera cuestionó yendo a un escritorio.

– No. Se me hacía tarde para tomar el autobús –. Bajándose de donde estaba, la semi recuperada jovencita pedía autorización: – ¿Ya puedo irme?

– Llévate esto – la encargada de su salud se había girado hacia ella y le entregaba una nota.

– ¿Para qué?

– Es el pase para un desayuno completo. No importa la hora que quieras consumirlo.

– ¿Le debo algo por eso? – Candy lo miraba con cierta desconfianza.

– No.

Aún insegura, la rubia lo aceptó. Agradecido el amable gesto, se dispusieron a salir de la habitación. Afuera y hacia la derecha se divisaba un largo pasillo vertical. Hacia la izquierda, diez metros de distancia la separaban del otro que atravesaba horizontalmente. Ese Candy eligió para buscar la salida e ir al campo que había afuera.

Dentro de su mochila venía su lunch; y al pensar precisamente en ambos, giró sus pasos para preguntarle a la enfermera la cual informaba:

– Se quedaría en el laboratorio. Aquí no la trajeron sino a ti en brazos.

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