Parte I Capítulo 16

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De la intensa lucha que había en un interior, en el exterior se reflejaba; y por ende Al daba un paso para responder al reto lanzado. Sin embargo, la mano de Terry la sintió en su brazo impidiéndole con su hablar el negarse a aceptar.

– Está bien, Niel. Peleemos tú y yo

– ¡Perfecto! – el maleante celebró su primer triunfo. Y a un movimiento un ser se levantó para correr hacia un baúl y sacar de ahí un enrollado tapete. Ese bulto iría a colocarse frente a unos pies. El de Niel se posaría encima de ello y le diría a su contrincante:

– ¿Qué apostaremos? Eso sí –, advertiría atándose un dedo: – nada que sobrepase los treinta y cinco mil dólares que me debe tu novia.

Pujando y sonriendo sardónicamente Terry contestaba:

– Eso era justamente lo que iba a proponerte.

– ¡Genial! Entonces... – "el tortura" bajó su pie y apuntó a lo que yacía en el suelo. – Elige el sable.

– ¿Sable has dicho? – Al hubo indagado.

– Oh sí. Aquí nuestro "amigo" es campeón de Kendo – en este caso: la esgrima japonesa.

El padre de Candy se fijó en el joven Grandchester el cual inquiría:

– Y me imagino que no es un shinai –, espada de bambú, – lo que tienes ahí sino... ¿un bokken? – de madera que por su dureza podía fracturar hueso que tocara.

– Como sabía que iba a llegar el día en que tú y yo nos confrontáramos... te mandé a pedir ¡especialmente! una katana – las filosas de metal – para hacer más emocionante la pelea, ¿no te parece?

– Lo es en sí una idea muy descabellada, jovencito – dijo Al quien no perdió detalle del armamento que se descubrió frente a sus ojos. – Además... no veo la vestimenta para la ocasión.

– No es necesaria, ¿verdad, Terry?

Éste se había inclinado para tomar por el mango el arma japonesa. Y por la manera en que se sostenía y se miraba el filo que brillaba al estarse girando lentamente se diría de ello:

– Bella, ¿no es así?

Con el sonido de su voz, los ojos del joven Grandchester se fijaron fieramente en los de Niel quien saltaría frente al kata, poses marciales, que el chico conocedor le haría.

Lógico que, al obvio susto pegado, algunos de lo que seguían ahí y otros que fueron acercándose, rieron burlescamente de esa inesperada acción; y con ello un ser amablemente pidió el arma.

Segundos se resistieron a entregarla. No obstante, sería puesta la espada en unas manos; éstas, sintiendo la ligereza, pero también la peligrosidad de una hoja, fueron acercándose al lugar que originalmente fuera tomada. Hecho así, Al se enderezó diciéndole a su compañero:

– No vale la pena arriesgar la vida o arruinarse por otra por un poco de dinero –. Entonces a Niel: – Si me sigues, hoy mismo tendrás lo que se te debe. Con la condición –, el rubio levantaría el brazo para señalarlo con su índice y de manera amenazante: – que te mantendrás lejos de mi hija.

Mostrada la palma de su mano, con eso indicaba que la boina fuera entregada. Obedecida la segunda orden, la primera continuaba pensándose hasta que...

– No

– ¿Cómo dices? – el rubio no entendió el motivo de la negativa.

– No se me debe nada – Niel, con semblante derrotado, se sentó en el peldaño. Al que seguía de pie quiso saber...

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