El regalo de contártelo

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No tardamos en salir del salón de nuevo, abriéndonos paso entre la gente que apenas va llegando. Antes de cruzar por el portón que marca el inicio del pasillo, volteo a ver las mesas y los arreglos que hicieron en ellas. Los manteles son preciosos y la iluminación es mágica, aunque no hay nadie aún en la pista de baile, puedo imaginar perfectamente a los graduados ocupándola en algunas horas. Este lugar es todo lo que imaginaba que sería.

El pasillo no es tan pequeño como me pareció en un principio. Hay una mesa de dulces que recorre fácil cuatro metros, los baños se encuentran al fondo, y hay una fila enorme para una especie de cubículo negro montado en un apartado al fondo. La curiosidad hace que incline la cabeza y me dirija automáticamente en esa dirección. Sin embargo, Alex me toma gentilmente del brazo haciendo que regrese a él.

—Primero quiero enseñarte algo —dice mientras voltea a la izquierda, como si estuviera buscando. Antes de continuar, me dedica una sonrisa y me muestra el camino.

Lo sigo hasta que cruzamos una puerta que nos lleva a otro pasillo, y no puedo evitar preguntarme si está permitido entrar aquí. 
Alex abre una puerta más y lo que hay detrás de ella consigue erizarme la piel.
Es un pequeño jardín cubierto de enredaderas y flores, cada columna iluminada por una cálida luz que emana desde el piso empedrado, llevando directo a una pequeña fuente justo en medio del lugar. De pronto me transporto a un cuento de hadas, al castillo de una princesa. Imagino que éste sería su lugar secreto, donde pasaría largas noches simplemente imaginando.

—Wow, en verdad es hermoso —suelta Alex, tan impresionado como yo.

—¿Qué es este lugar? —pregunto tocando las paredes cubiertas de hojas. De pronto siento un olor a jazmín que inunda mis fosas nasales y me hace cerrar los ojos.

—No lo sé —dice mirando al cielo. La noche es bellísima, y las estrellas se ven mejor aunque sigamos en medio de la ciudad.

—¿Cómo que no sabes? —digo con una pequeña sonrisa—. Tú me trajiste aquí.

—Fue Ben —responde, todavía examinando el lugar—. Se graduaron hace unos días, me dijo que debía venir aquí.

Asiento mientras camino con un poco de dificultad por el suelo rocoso. Sin dudarlo un segundo, Alex se acerca a ayudarme. Me ofrece su brazo, adoptando una pose bastante graciosa, con la intención de imitar a un duque de otro siglo.
Riendo acepto hasta que llegamos a la fuente y encuentro mi equilibrio con facilidad, recargándome sobre ella.
Es entonces que me asomo y descubro que mi descripción es incorrecta.

—Es un pozo —comento intentando ver el fondo. No obstante, está tan oscuro que no lo logro.

—Creo que es tradición que la gente venga a pedir deseos. —Se encoge de hombros y yo me asomo de nuevo.

—Bueno, pide tu deseo —digo en lo que vuelvo a recargarme sobre la piedra. Alex se encuentra enfrente de mí con las manos en los bolsillos de su pantalón.

—No vengo a pedir un deseo —responde con una media sonrisa, bajando la mirada—. En realidad vengo a dar las gracias. Espero que los pozos también funcionen para eso —añade pasando junto a mí hasta quedar enfrente de él.

Entrecierro los ojos y frunzo el ceño ligeramente.

—¿Qué? ¿No parezco la clase de persona que da las gracias? —pregunta imitando mi gesto—. Sé que suena demasiado cursi, pero en verdad no puedo creer que esté hoy aquí. Con la universidad terminada y....

—Casi —interrumpo—. Casi terminada —digo con malicia y entonces veo que pone los ojos en blanco y sonríe—. Te falta la prepa.

Obviamente se echa a reír y yo volteo en dirección al pozo de nuevo.

Es una apuesta ©Where stories live. Discover now