En serio quiero que vayas

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Después de la extraña y repentina manera en la que Dalia nos corrió de su casa, nos encontramos camino a las nuestras.

—Suele ser un poco... directa —dice Alex con una sonrisa, excusando a su amiga por habernos sacado tan abruptamente.

Yo tan solo me río y recargo mi hombro sobre la puerta del copiloto.

Después de lo que son tan treinta minutos de camino pasando por calles poco iluminadas, su teléfono comienza a vibrar. Sin despegar las manos del volante, echa un rápido vistazo, pero no se necesita ser adivino para notar que quien lo envía representa algún tipo de problema para él, pues sus hombros se tensan y sus manos rodean con más fuerza el volante. 

Pero vamos, no me voy a meter.

Ya terminó nuestra noche de novios, no es necesario seguir.
Las luces del camino iluminan el interior del coche pero la ciudad está en silencio, pues es demasiado tarde.
Vuelvo a recargar mi espalda en el asiento y colocar mis manos sobre las piernas.
Sin embargo, para el tercer mensaje ya es mucho.

—¿Todo bien? —me decido a preguntar cuando su pantalla se vuelve a prender.

Alex voltea a verme.

—No —responde, sobresaltándome por su honestidad. Vamos, ¿quién contesta con la verdad a esa pregunta estos días? No obstante, una sonrisa atraviesa su rostro al ver mi cara de preocupación. Es como si en verdad algo le estuviera molestando pero lo tiene tan controlado que hasta puede darse el lujo de reírse de aquello—. Es mi hermano.

Tardo un rato en procesarlo y encontrar las palabras adecuadas.
Acabo de descubrir que tengo un extraño miedo a hacer preguntas personales. Realmente no sé qué tanto quieren contar las personas.

No obstante, la sonrisa de Alex me invita a preguntar. En serio, es como si en verdad quisiera que lo hiciera.

—¿No te llevas bien con tu hermano? —digo en voz baja. 

—Veamos... —comienza, arrugando ligeramente la frente e intentando buscar la mejor manera de describir la situación—. Si no haber hablado en 7 años cuenta como llevarnos bien, claro —dice con un tono tan sarcástico que me da escalofríos—. Somos mejores amigos.

Me quedo en silencio, pero cuando se acomoda en el asiento con un suspiro, no puedo evitar continuar hablando.

—Asumo que no te llevas bien con tu familia —suelto sin pensarlo demasiado. No obstante, corro a ver su expresión. No me es demasiado cómodo hablar de algo tan personal—. Suele ser complicado.

Así que, en teoría, no estaba tan equivocada respecto a él. Ya me había dicho que sus papás y hermano vivían en otra parte, y a su tiempo asumí que se había ido de casa hace algunos años. Más tarde lo asocié con su estado universitario, pero al parecer es más que eso.

Y no sé si quiero saber. 

—No siempre se es cercano a la familia —agrego para romper con el silencio, en un intento por hacerlo sentir mejor. El problema es que ni siquiera sé cómo se siente—. Algunas veces simplemente pasa y no hay nada que hacer.

Él tan solo mira hacia enfrente y se queda en silencio por un momento.
Incluso viendo cómo las luces chocan con sus facciones me es imposible descifrar qué está pensando.

—La cosa es que no tengo una familia, Alana —dice de repente mandando un escalofrío por mi espalda. Mi estómago se contrae y mi pecho se hunde—. Por lo menos no desde hace mucho tiempo.

Me quedo inmóvil por unos momentos durante los cuales mi cerebro comienza a hacer asociaciones.
De un minuto a otro comienzo a tragar saliva y buscar desesperadamente la mejor manera para continuar.

Es una apuesta ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora