Solo contigo

9.3K 879 43
                                    

—Tú... ¿no tomaste, verdad? —interrumpo cuando terminamos de ayudar a Jade a entrar a la parte de atrás del vehículo.

Alex pasa junto a mí y abre la cajuela. 

—No manejaría si lo hubiera hecho. —Me asomo rápidamente para ver qué está haciendo y me hago a un lado cuando vuelve a abrirse paso entre mí y la puerta. Se asoma al asiento trasero—. Necesito que sostengas esto, ¿sí? —se dirige a Jade colocándole una especie de trapo en la frente para evitar que la sangre siga escurriendo. 

Vuelve a ponerse de pie y me lanza una rápida mirada. 

—¿Cómo sabías que había una tela en la cajuela de Jade? —pregunto dudosa. 

—No lo sabía. Pero todo mundo guarda cosas útiles en la cajuela. Solo espero que no esté cubierta de aceite o algo por el estilo. —Pasa apresuradamente a tomar asiento enfrente y yo cierro la puerta luego de sentarme atrás con mi amiga. 

Pone sus manos al volante y lo veo dudar bastante antes de siquiera meter las llaves. 

—¿Alana? —lo escucho preguntar—. Recuérdame, ¿por qué voy a manejar yo un coche que no conozco?

—Porque... ¿tenemos que llevarla a un hospital? —digo, obviando la situación. Estamos perdiendo mucho tiempo.

—Me refiero... ¿Por qué me diste las llaves a mí?

—Porque eres un buen conductor. 

Aunque no puedo ver su rostro, sé que está confundido, pero no tengo tiempo de explicarle el dilema por el que pasé hace rato. Mismo que incluye mencionar que no me sentía apta para manejar. Por suerte decide  prender el motor y yo rezo por que lleguemos con el doctor de una vez.

—¿Exactamente dónde está el hospital? —pregunta antes de ponerse en marcha. 

Yo abro los ojos como platos.

—¿No sabes dónde está el hospital? —lo reprimo con cara horrorizada. 

—Bueno soy algo así como nuevo aquí, ¿recuerdas? —dice disculpándose. 

Creo que tenemos un pequeño problema.

—¡Alex! —expreso en voz alta—. ¡Yo tampoco sé llegar! 

Digo... a plena luz del día, en estado de total sobriedad y acompañada por mis papás claro que sé llegar. He pasado mil veces por ahí, pero ni siquiera sé en qué calle estamos ahorita. Todo está a tan solo minutos de distancia. En algún punto tendremos que dar con él, ¿cierto?

Me siento tan inútil en estos momentos. 

—¿Cómo que no sabes llegar? ¿No ibas a llevarla tú cuando las encontré? —exclama.

—Bueno... Sí. Pero... Olvídalo, solo encontremos un modo de salir a la avenida principal y de ahí te guío.  

—Bien, creo que puedo hacer eso —dice maniobrando para salir del lugar donde se estacionó Jade, que ahora está invadido por dos carros más que cuando llegamos. 

Cuando recuerdo la última vez que mi amiga participó en la conversación, me golpeo mentalmente por no haberme dado cuenta de que lleva un rato sin decir nada. 

Volteo corriendo y el movimiento me marea. Sigo sin ver mi entorno con claridad tampoco.

—No, no, no. ¡Jade! ¡No te duermas! —Hago lo que puedo por zarandearla y mover sus brazos. Por suerte para mí, ella reacciona. 

Si algo me han enseñado es que no se debe dejar dormir a alguien con un golpe en la cabeza. Continúo hablándole y contándole cosas, con las que ella se ríe y a las que contesta sin sentido.

Mientras tanto, Alex sigue concentrado en el camino. Puedo notar que no se está tomando a la ligera la situación, en verdad intenta dar con el hospital lo antes posible. 
Igual confío en que encontrará la manera de llegar hasta la avenida. De algún modo llegó a la fiesta, ¿no?
Cinco minutos después recibo la noticia que esperaba. 

—Listo, ¿ahora qué? —informa cuando pasamos en línea recta por una pizzería, la farmacia, panadería...

—Okay, en unos metros a la izquierda —digo entrecerrando los ojos, tratando de enfocarlos, pues mi visión disminuyó considerablemente. 

Comienza a abrirse a la lateral con mucha seguridad. 

—Digo... Yo... ¿derecha? —intervengo cuando lo veo alejarse de la panadería—. Quería decir derecha. 

—¿Qué? —contesta aturdido.

—¡Regrésate y ve a la izquierda! —chillo frustrada—. Digo... ¡derecha! —advierto llevando mi mano a la nuca—. Donde está esa estúpida tienda, pues.

Alex se detiene en seco y yo salto ante el brusco movimiento. Aparca en una esquina y casi se monta en el asiento para girarse y verme de frente con ojos furiosos. 

—Alana, ¿tomaste en la fiesta? —entrecierra los párpados y me examina.

—¿Disculpa? No eres mi papá para molestarte por eso o siquiera preguntármelo.

—¡Me vale si no lo soy! —dice descontrolado—. ¿Tomaste?

Esperen, ¿es éste uno de esos ataques que les da a los chicos celosos prepotentes cuando les dices que tomaste alcohol... y no estuvieron presentes? Porque bien que le hubiera gustado si él hubiera estado ahí. ¿Piensa que no tengo derecho de hacerlo?

Ni al caso, no estoy para eso.

—¿Qué importa si lo hice?

—¡Que fue una verdadera estupidez! —me reprime como si tuviera voz y voto en el asunto.

«Maldición, Alex. Es mi vida, deja de meterte como si te importara»

—¿Me estás diciendo que no puedo tomar? ¿O que no tengo el mismo derecho que todos de divertirse? ¿Que como soy mujer no puedo hacerlo o algo por...?

—¡Alana! ¡Silencio! —dice taladrándome con la mirada y yo me quedo de piedra. Son unos segundos muy largos en los que me siento agredida, incluso sorprendida ante su intensidad—. Fue una verdadera estupidez que fueras a manejar después de hacerlo. —Cuando aclara a lo que se refería, sus ojos se suavizan, pero el destello de enojo que hay en ellos no lo abandona—. ¿Eres siquiera consciente de lo que hubiera podido pasar si yo no hubiera estado ahí para tomar esas llaves?

—¿Bueno y qué querías que hiciera si nadie me iba a ayudar? —digo por fin, recordando lo sola que me sentía cuando tomé la decisión. 

—¡Llamar al maldito número de emergencias! Ellos se hubieran encargado de tu amiga —grita todavía molesto.

—No iba a llamar a una ambulancia en medio de una fiesta —expreso para darme cuenta al instante de lo estúpido que suena eso. 

«No iba a llamar a una ambulancia para no interrumpir la diversión de esa gente. O para no verme como una tonta. Pero que mi seguridad y la de mi mejor amiga se vayan por un tubo»

—Tienes razón, fue una tontería —admito, sin olvidar la dureza de la mirada de Alex—. Pero no puedes enloquecer de ese modo ante las cosas que hago o dejo de hacer. Lo admito, fue estúpido. Pero no vuelvas a intentar castigarme con la mirada o lo que sea que estabas haciendo. 

—¿Castigarte? ¿De qué hablas?

Lo examino con rapidez y trato de entender su mueca de lo que parece  impotencia.

—¿Es un tema delicado, tal vez? Lo entiendo, mira, lo siento si alguien de tu familia murió en un accidente o algo así...

Se ríe amargamente y resopla.

—Eres increíble... ¿Por qué piensas que todo tiene algo que ver con mis antecedentes familiares?

—Bueno, es lo único que se me ocurre para explicar tu reacción. 

—¿En serio me vas a decir que nadie nunca se ha preocupado por ti? ¿Por qué quieres pensar que hay otra razón detrás de todo lo que hago? —Sus ojos avellana, que ahora se ven más verdes por la luz de la calle que recae en ellos, se centran en mí con fuerza —. ¿Por qué te empeñas en creer que nada de lo que hago tiene que ver contigo... y solo contigo?

Es una apuesta ©Onde histórias criam vida. Descubra agora