Debo admitir

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El fin de semana pasa con rapidez.

El sábado, además de levantarme temprano para mi último ensayo de danza aérea antes de la competencia, tuve que ayudar a mi hermano a alzar la casa después de la fiesta que armó mientras yo estaba fuera.
Pero a excepción del viernes, el sábado y la mitad del domingo, lo demás estuvo tranquilo.

Hoy es lunes por la mañana y mi papá me deja en la puerta del colegio.
No puedo evitar soltar un bostezo cuando el policía de la entrada me saluda.
De no ser por los exámenes y proyectos que faltan, juro que me hubiera quedado en mi cama a alargar mi fin de semana.

Doy pasos lentos y cansados. Por supuesto no ayuda a mi razonamiento lógico el hecho de entrar y ver a un chico de primero disfrazado de Súperman, seguido por Linterna Verde cargando unos libros. Alguien con capa casi choca contra mí, acto que me hace reaccionar.
Primero pienso que los de primero están dementes, o que sigo pegada a mis sábanas, pero avanzo hasta los casilleros de los más grandes y cuando noto sus capas arrastrando por el suelo y los brillantes colores de sus atuendos, comprendo lo estúpida que fui por haberlo olvidado por completo.

—La semana temática —me recuerdo a mí misma llevando mi mano a la frente, reprendiéndme por no haberlo recordado.

El jueves pasado vi el anuncio pegado en la pizarra gigante que está, de hecho, detrás de mi casillero. Y siempre lo recuerdo con entusiasmo porque es la mejor semana de todas, pero esta vez tuve la cabeza en otras cosas y simplemente se me pasó.

La semana temática es una tradición de nuestro colegio, en la que a cada día, de lunes a viernes, se le asigna un tema. Es organizada por los alumnos de último año y toda la escuela se anima a participar por los premios que ofrecen cada día.

Y ahora siento que debo correr a esconderme por haber confundido el tema de superhéroes con "cansancio extremo/parece que vine en pijama".
De verdad no recordé que había que venir disfrazados y ahora me siento la rara por traer ropa normal.

Varios chicos se pusieron de acuerdo con sus vestuarios e incluso algunos inventaron a sus propios superhéroes o villanos. Debo admitir que no hay modo en que yo hubiera ganado el concurso, pero pude aunque sea haber tomado un mantel para ponérmelo de capa.
Además de que si algún alumno de sexto te ve sin disfraz durante el recreo puede ponerte un castigo.
Esto no podría ser peor.

Los atuendos van de lo más básico hasta parecer hechos para Hollywood, pero definitivamente todos llevan algo puesto.
Me las tendré que ingeniar para aunque sea dibujarme un antifaz en la cara antes del recreo, definitivamente.

Mi primera clase es Literatura, y agradezco que puedo refugiarme en el baño hasta que toque el timbre y aún así llegar al salón a tiempo, pues están uno al lado del otro.

Cuando pasan cinco minutos y pienso que ya todos deben de estar por lo menos en la puerta de sus salones y no vagando por el pasillo, me dirijo a mi clase y entro tratando de pasar desapercibida.
Es extraño, siempre me ha dado pena llegar con disfraz incluso a pedir Halloween, pero la situación es inversa cuando se trata de la semana temática.
Respiro hondo y me deshago de mis preocupaciones cuando veo a Jade.
No porque ella esté en la misma situación que yo, sino porque siempre tiene buenas ideas con respecto a estos temas y sabrá cómo ayudarme.

La observo en una esquina hablando con uno de sus compañeros de equipo, mismo que la mira embobado de pies a cabeza.
Cuando me acerco noto que está fácil diez centímetros más alta de lo normal, efecto de unas botas con tacón. Trae puesto un traje negro de licra totalmente ajustado.
No sé con exactitud quién es su personaje, pero se ve increíble.

Estoy a punto de interrumpirlos cuando una voz detrás de mí me distrae.

—¿Y el espíritu escolar, Alana? —vibra con aires de superioridad el tono tan agudo de Samara, mi queridísima compañera de equipo.

Le siguen unas que otras risas de unos chicos como coro. Claramente se están burlando de mí por no mostrarme participativa en esta situación de los superhéroes.

—¿Y el espíritu de la originalidad, Samara? —comento haciendo referencia a su atuendo de la Mujer Maravilla—. Pasaste largas horas pensando en tu disfraz.

Algunas risas ahora me siguen a mí y ella solamente me rueda los ojos con desesperación y se va.
De verdad no acostumbro meterme de ese modo con las personas, pero la vergüenza que siento por no haber traído vestuario me pone de malas.

¡Vamos! ¡Hasta el profesor trae una capa!
Él comienza a buscar entre sus papeles, señal de que la clase está por empezar. Entonces busco mi lugar con el fin de refugiarme en él.

Como siempre, Alex está ahí, pero se encuentra recargado sobre la mesa, de espaldas a las sillas y hablando con Samara.
No puedo evitar sentir la necesidad de volver a controlar mis emociones por medio de la respiración, puesto que la vergüenza se ha mezclado con la acumulada desde el viernes.
Ni siquiera sé si seguirá molesto conmigo, pero no estoy para pensar en eso.

Simplemente tomo asiento y él parece notar mi presencia, pero solo voltea para verme de reojo y después seguir conversando con ella.
Sus manos están ambas recargadas en la mesa.

Sin embargo, hay algo que agradezco infinitamente. Y creo que es lo mejor que ha hecho Alex en todo este tiempo: compadecerse de mí, aunque sea sin querer.
Solo veo su espalda desde aquí, pero estoy segura de que trae una simple sudadera roja que le queda un poco grande y unos jeans.
¡Gracias, Alex, por haber sido tan distraído como yo!

Pero el estado de alivio en el que me encuentro por no ser la única loca es sustituído por una confusión absoluta cuando Samara desaparece por un momento, y él voltea y regresa a su asiento.

Definitivamente no se olvidó de la semana temática, a pesar de haber llegado hace apenas unos días a este colegio. Y aunque quizá no se esforzó para los demás, puesto que solo es una sudadera, el mensaje va dirigido totalmente a mí.

Su prenda tiene por delante un dibujo circular con un rayo amarillo enmedio.

No puedo evitar reírme cuando nota que me quedé observando el dibujo y se encoge de hombros sonriéndome.

—¿The Flash? ¿Es en serio? —suelto una risita al recordar aquel día en su departamento cuando le mostré la serie.

—Dijiste que lo amabas —endereza su espalda y levanta una ceja sintiéndose la persona más brillante del mundo—. Aquí lo tienes.

Me sonrojo y entiendo sus intentos por sonrojarme a mí también.

—Creí que estabas enojado conmigo y querías olvidarte de la apuesta ya.

Aprieto las mejillas para no esbozar una sonrisa nerviosa mientras digo eso, y tratar de proyectar seriedad.
Alex solamente me mira, suelta un suspiro y responde.

—Dijiste que yo no estaba dispuesto a dar más, así que me levanté el sábado a las ocho de la mañana y fui a comprar una maldita sudadera de tu héroe favorito —dice arrugando las cejas pero también queriendo sacar una sonrisa para reírse de la ridiculez de su propia acción—. Y ahora aquí me tienes siendo freaking Flash —añade al borde de la risa—. Así que no, no estoy enojado.

Escondo mi boca detrás de mis manos y cierro los ojos mientras la risa sale de mí. Debo admitir que esta vez me sorprendió su nueva técnica para ganar la apuesta.
Y a juzgar por la ternura que me dio verlo con esa chamarra puesta, creo que por fin está entendiendo cómo jugar.

Es una apuesta ©Where stories live. Discover now