¡Ya qué!

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Aunque ya pasó una hora y aquellos no han llegado, la espera no se hace para nada aburrida.

Creo que Car es mucho mejor compañía que cualquiera de los otros dos.

Por supuesto no trabajamos, simplemente porque sus divertidas anécdotas me impulsan a dejar de preocuparme por un trabajo por el que claramente nadie se está preocupando.
Si Samara y Alex se largaron a quién sabe dónde, ¿por qué debería yo de quedarme como tonta haciendo todo por ellos?

En dado momento, Car y yo no levantamos a la cocina porque, al parecer, se siente como en su casa y siente que puede sacar lo que sea del refrigerador. Yo solo lo observo apoyándome en una encimera porque esa confianza no corre por mis venas.

—Algún día te vamos a acusar de robo, pequeño Carter —dice en tono juguetón Marie, quien acaba de entrar a la misma habitación. Ella tendrá unos 35 años probablemente, pero su rostro cansado podría aparentar más. Aunque por cómo le habló al chico, yo diría que ha trabajado en esta casa desde hace mucho tiempo.

Él solo frunce los labios llevándose una uva a la boca y pasa junto a ella para cruzar la cocina. Le saca fácil dos cabezas a la pequeña mujer.

—Venía a avisar que ya me voy. ¿Podría decirle a la señorita Hills que terminé con la lavadora? —pregunta.

—Claro que sí. Ve a descansar, me saludas a tu hijo, Marie-Mar —se despide de ella con una seña.

Parecen llevarse bastante bien.

La mujer sale de la cocina y puedo escuchar que se dirige a la entrada porque sus zapatos rechinan en el piso.

—Bueno, yo a ella la amo —voltea a verme con un tupper en la mano—. Es la única mujer en esta casa que parece prestarme atención.

Me río ante su ligereza y sentido del humor. Me cae bien este chico.

Caminamos de vuelta a la sala y me ofrece un poco de las carnes frías que trae en ese envase.
Acepto unas cuantas rebanadas de jamón serrano y me siento en el mismo sillón blanco en el que estábamos.

—¿No se te hizo de piedra el trasero después de estar sentada ahí por tanto tiempo? —dice justo cuando me doy cuenta de que efectivamente ya no es una posición cómoda—. Vamos a dar una vuelta por la casa. Tiene lugares que te dejarán con la boca abierta.

Solo porque algo me dice que no es un playboy egocéntrico que sólo busca oportunidades para acercarse a las chicas, acepto ir en una excursión por la casa de Samara con él.
La verdad es que me da curiosidad conocer cada rincón de este palacio.

Pasamos por unas habitaciones cerradas con llave y varias salas de televisión con pantallas que no bajan de las 80 pulgadas. Hay todo tipo de consolas de videojuegos en cada habitación, incluso varias repetidas. ¿Para qué necesitan eso?

—¿Cuántas civilizaciones viven aquí? —pregunto asombrada. Lo peor de todo es que se la viven viajando, ni siquiera están tanto tiempo acá.

—Bueno, sólo son Samara, sus hermanos y sus padres. Tiene dos hermanos mayores y uno menor.

—¿Y no están aquí?

—No, el pequeño está en Inglaterra, el mayor en Alemania y Daniel y sus papás en el trabajo.

—¡Qué vida! —exclamo.

Me quedo sin palabras cuando pasamos por una pecera gigante en la planta de arriba y volvemos a bajar por unas escaleras de cristal.
Sin embargo, al centro de la planta de abajo alcanzo a ver una enorme fuente de la cual no me había percatado.

Es una apuesta ©Où les histoires vivent. Découvrez maintenant