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Tenía 7 años y correteaba por la pradera en una tarde soleada luego de una mañana de intensa lluvia. Recuerdo que usaba mis botas color azul y un abrigo aprueba de agua para evitar mojar mi ropa y que mamá se enfadara conmigo. Eran vacaciones, fuimos una semana a una pequeña cabaña en el campo. Salí disparada de la casita, con las emociones a flor de piel y preparada para recorrer toda le extensión de pasto verde húmedo. Reía y volteaba de vez en cuando para ver si papá venía detrás de mi; así era. También se había puesto sus botas de lluvia, las de él eran verdes, no tenía abrigo aprueba de agua como el mío pero se había quitado los anteojos y su rostro parecía diferente, pero era él; era papá.

—¡Lori, mira, un arcoiris! —gritó desde la distancia.

Me detuve para contemplar el cielo, con la respiración totalmente acelerada y ahora que lo pienso, debí haber tenido el pelo totalmente enrulado por la humedad del ambiente, cosa que a mi edad no me importaba en lo absoluto.

Giré 180 grados y entonces pude ver el tan hermoso arcoiris que conseguía deslumbrarme siempre. Tenía todos los colores —los colores que tiene el arcoiris, claro— y era gigantesco. Comenzaba en un extremo del campo y luego se perdía en los árboles frondosos del pequeño bosque. Papá llegó a mi lado, él también tenía la respiración agitada, los dos contábamos con las mismas cualidades atléticas: cero.

—¿Podemos perseguirlo? —preguntó una Lorraine nueve años menor con la voz chillona—. Vamos, dí que sí, dí que síiii —imploré.

—No creo que el final esté tan cerca, cariño —me respondió un vivo Tyler.

—Pero al menos veamos hasta donde llega.

No esperé respuesta de parte de papá.

Volví a correr, con todas las energías que tenía de sobra e ignorando los llamados que proclamaba para que regresara. Me interné en el bosque, me fue imposible ver nada más que pequeñas partes del arcoiris que se iba esfumando, las copas de los árboles eran demasiado altas y repletos de hojas verdes. En un momento a otro, resbalé sobre la tierra mojada, mis botas quedaron enterradas bajo una capa de barro marrón.

—¡Lori! —oí la voz de papá—. ¡Lori, ven, no corras!

Yo seguía sobre el suelo, inflando los mofletes y con el rostro rojo tratando de contener las desagradables lágrimas que deseaba soltar en aquel momento.

—Lorraine, hija, ¿por qué saliste así? Pudo haber ocurrido algo.

Oh y ocurrió, pero en menor medida. Las botas y mi trasero mojado eran el menor problema que tenía, perdí mi hermoso arcoiris y ya había desaparecido sin dejar rastro, sin despedirse, sin anunciar cuando volvería a verlo otra vez.

Papá me levantó del suelo y sacudió mi abrigo, liberándolo de la tierra. A continuación pasó sus brazos debajo de mis axilas y me levantó en un tirón para cargarme sobre su cintura. Me aferré como koala a su gran figura, con la mirada fija en el bosque mientras me alejaba. El cielo volvía a estar despejado.

—Oh oh —dijo papá—, creo que alguien tendrá que darle explicaciones a mamá del porqué estás cubierta da lodo.

Llegamos a la puerta de la cabaña de madera y me dejó en el suelo. Quise dar un paso para ingresar pero me detuvo.

—Primero quítate esas botas, luego las limpiaremos.

Entré a la pequeña sala dando cortos pasos con mis medias de abejitas, mamá dejó su revista a un lado para ver el patético estado en el que me encontraba, más sólo espetó un:

—Sabía que sucedería.

Ordenó que me quitara el abrigo y cambiara de ropa. Cuando regresé a la sala, sobre la mesa dejó una humeante taza de leche con chocolate, mamá sabía cuanto amaba la leche con chocolate. Pero no la probé. Continuaba encaprichada por perder mi arcoiris, mis brazos cruzados sobre la mesa delataban mi humor. A esas alturas papá (que era un bocaza) ya había comunicado a mamá porqué tenía el rostro ceñudo. Ella llegó, se sentó y colocó un tazón de galletas frente a mi, luego continuó leyendo su revista. Al cabo de unos minutos dijo:

—Mira, Lori, el pronóstico del tiempo anuncia lluvias para el sábado.

Hopeless - NHCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora