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Nunca fui una persona con muchos amigos. En Manchester, la única compañía con la que contaba cuando no estaba en la escuela era Vanessa Lange, la joven hija de la mujer que cuidaba de mi abuela. Vanessa era alta, de potentes ojos azules y cabello castaño. Lo que lograba identificarla siempre eran la variedad de sombreros que usaba, cada día uno de diferente color y tamaño. A pesar de que pasaron casi once meses desde mi partida de mi cuidad natal, recuerdo a ella, su madre y mi abuela despidiéndonos a los cuatro desde la calle enfrente de su casa. Solíamos vivir cerca unos de otros, ahora la distancia se extiende a kilómetros de pavimento y cielo. Vanessa podría considerarse una amiga y colega, ella a diferencia mía sí tenía amigos y era muy querida en la escuela; todos la conocían como La Chica de los Sombreros, pero en realidad sí sabían su nombre.

También recuerdo que yo, siendo una sombra en ese lugar, de todos modos era felíz. Nunca me interesó que supieran mi nombre ni que reconocieran mi rostro, yo solía saber quién era. Ahora tengo en duda todo lo que fui y lo que seré.

Ahora que sí no me conocía. Eso me transportó a hace algunas horas atrás en la casa del bosque.


El pitido de un grillo era incesante. Lo sentía por todas partes. El bicho parecía moverse conforme a que cambiaba mi posición en el saco de dormir. Giré a la derecha y me sorprendí de ver a un Geogre profundamente dormido de lado y con una fina línea brillosa cayendo por su barbilla. Esto no podía ser cierto. Unos ronquidos me alertaron, me erguí rápidamente entre el saco y el espacio que tenía entre el chico. Al lado izquierdo de Geogre, Pauline estaba más quieta que un tronco y supe que los ronquidos provenían de ella cuando abrió la boca y escupió uno. A su lado, la ausencia de uno de los chicos me alertó. Posiblemente se habría ido al... ¿baño? O al bosque para hacer del baño. Eso era igual de peligroso.

Me levanté y un escalofrío me recorrió al abandonar la poca calidez del saco de dormir. Metí los pies en mis botas y subí hasta un poco abajo del cuello el cierre del chaleco.

Di pasos sigilosos entre mi intento de caminar a la única salida que conocía de la casa, tomé una de las linternas de la mesa ratona y alumbré lo más lejos posible para no despertar a los que dormían.

Esto parecía una película de terror; ya veía al hombre de la moto-cierra aparecer de la oscuridad o Kyla la hermana de Kyle, el nieto de la señora Greenwell, con una cubeta de cubos plásticos lista para atacar... La única conclusión que encontré fue que mis traumas con una niña de seis años superaban el nivel de ridiculez, mi manera de pensar era patética y que parecía una suricata asomándome a la oscuridad entre la puerta de la entrada curiosamente abierta.

No encontré a nadie a simple vista, entonces asumí que debería estar en el "baño".

—¿Lori?

Por poco suelto la linterna; mis manos se volvieron resbaladizas y el pulso se me aceleró por un segundo.

—¿Qué haces aquí? —inquirió.

—Por Dios, Blake, casi me matas del susto —recordé que no podría gritar, entonces bajé la voz—. ¿Qué haces tu aquí? —me percaté de que entre sus pies estaba sostenida su mochila, entonces volví a cuestionar—: ¿Y por qué tienes tu mochila? ¿Planeabas irte?

Entendí porque no lo vi; estaba sentado contra la pared de la casa sobre medio tronco de madera, además de tener puesta la capucha negra de su chaqueta, lo que hacía que se camuflara con las bajas luces de la noche. Soltó un suspiro y de su boca salió un casi imperceptible vaho.

—No, no pensaba irme, sólo no podía dormir, eso es todo —explicó.

—¿Y tienes tu mochila para defenderte por si los osos te ven?

Hopeless - NHCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora