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El ardor en mi cuello se expandió por toda mi espalda, dándome a conocer que no era en mi cómoda cama en donde me encontraba, al erguirme aliviané el peso de mi cuerpo y quise evitar que la dureza del suelo podría atrofiar la buena postura de mi columna vertebral. Rodeé mi cuello con mis manos y el frío de éstas se disipó al sentir un leve rastro de sudor en la zona. Me concentré en recordar donde fui a escaparme de casa, entonces se dispararon palabras rápidamente por mis pensamientos. Noche de amigos. La casa abandonada. George. Reece. Pauline. Blake. Uní los puntos y me calmé. Aunque no me calmé del todo, los chicos tendrían que lidiar con mi cara de despabilo, pero los amigos se soportan hasta cuando luces horrible, ¿no?

—Hasta que despiertas —reconocí el melodioso tono de la voz de Pauline, sí era sarcasmo—. Vamos, Lori, el café se enfrió.

Despegué mis ojos de un tirón y luego los cubrí para frotarlos y desperezarme.

—Parece un bebé que se despierta de su siesta, ¿no se ve adorable? —sabía que estaba recurriendo al sarcasmo otra vez, entonces saqué mi dedo del medio a ella.

Ignoré las carcajadas estrepitosas de los chicos y procedí a salir del saco de dormir y colocarme las botas. Tenía los pies tan helados que estaban tiesos.

—¿Qué hora es? —carraspeé.

Dirigí mi vista a los cuatro, estaban sentados en los sofás y sobre superficie de la mesa reposaban unas humeantes tazas las cuales, deduje por el olfato, que se trataba de café.

—Aproximadamente —comenzó George—, las diez de la mañana.

Pude decir que esta vez sí me desperté completamente. Por Dios, Mary y Rob iban a aniquilarme, de eso estaba segura. No alcancé a atar las agujetas de mis botas cuando me levanté de repente, pero me arrepentí al ser atacada por el punzón que atacó mi cabeza.

—Dicen que es malo levantarse con mala cara —espetó Reece—. Oh no, esa es tu expresión de siempre.

Prendí el cierre del chaleco y gruñí de enfado al recordar que no coloqué la alarma de mi teléfono y para colmo lo había dejado en silencio. Lo desbloqueé y noté una llamada perdida de Mary y tres mensajes. Ahora es cuando viene la patrulla de policías; ya sentía el ruido de un helicóptero sobrevolar toda la cuidad y los alrededores.

—Demonios, es tarde. Tengo que irme. —Hice un rollo el saco de dormir y lo metí en el bolso sin importarme si estaría arrugado o no.

—¿Ahora? ¿No tomarás tu café? —el ceño de Pauline se frunció y colocó su taza en la mesa para acercarse—. ¿Es por Mary? —le di la razón con un asentimiento.

—¿A qué hora debías regresar? —cuestionó Blake.

—Dije que a las ocho.

—Pasaron dos horas, puedes tomar tu café, cinco minutos más no hará tu castigo peor —continuó.

—Te equivocas, no conoces a mi tía. De seguro en el único lugar en el que me verán a partir de mañana será en... —un estornudo dio luz e hizo morir las palabras en mi boca. Lo único que me faltaba era enfermarme—. Lo lamento. Tengo que irme. ¿Reece no vas a tu casa? —quise saber por si podía acompañarme y de paso no me convirtiera en comida para osos intentando salir del bosque.

—No, lo lamento. Luego de esto debo ir a casa de mis abuelos. Almuerzo familiar.

—De acuerdo. Nos vemos. —de una última mirada a todos, coloqué la mochila sobre mi hombro y me dirigí lo más pronto posible a mi casa.

En mitad de camino, aproveché la desolación de las calles y encendí mi celular para revisar la casilla de mensajes. Como había dicho, los tres eran de mi tía.

Hopeless - NHCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora