Capítulo 34: Desaparecer no es tan mala idea

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Al día siguiente, empezó a sonar una especie de gallo ruidoso, me entraron ganas de matar a todas las aves del universo cuando miré el reloj de mi móvil y me di cuenta de que eran las siete de la mañana.

Cuando estaba haciendo el intento de volver a acostarme bajo las sábanas, escondiendo mi cabeza en la almohada, sentí que un peso se echó encima de mi cuerpo aprisionando mis piernas.

Cuando miré entre los espacios huecos de mi edredón, me di cuenta de que se trataba de Minerva.

    — ¿No has oído el gallo? — me miró sonriente.

— Lo he oído, pero estaba tratando de dejar de oírlo, ya que son las siete de la mañana.

— Pues claro, cuanto antes estemos en la cola, antes podremos montar en la atracción — seguía sonriendo, ¿cómo podía estar tan feliz a las siete de la mañana?

— ¿A las siete de la mañana te quieres ir? Minerva, a esa hora no abre nadie, te van a abrir los grillos — me tapé de nuevo la cabeza con la almohada intentando volver a concibir el sueño.

— Que no te duermas jooo — me dio un pequeño cabezazo en el costado.

— ¿En serio quieres ir a esta hora para allá? — me froté los ojos sorprendido.

—Voy a despertar a Lucienne, ve vistiéndote.

Salí al pasillo para ver como obraba ese milagro de despertar al francés, pero vi como ella salía suspendida entre sus manos de la habitación del parisino, mientras éste la dejaba en el suelo como si se tratase de un árbol que había que transplantar.

    — Nos vamos a tener que ir sin Lucienne, dice que vengamos a por él para ir a los lagos — no era una mala idea.

— Pues estoy pensando en hacer lo mismo — me llevé un dedo a la barbilla pensativo.

— Tienes que venir, no tendré quien conduzca el aparato si no vienes — me puso cara de cachorrito herido.

En resumen, son las ocho y media de la mañana y aquí estoy, congelándome las piernas en una cola más larga que mi cinturón del pantalón, y todo para montar en una atracción en la que no quiero montarme.

— Lo vamos a pasar genial, y si nos asustamos nos tenemos el uno al otro — eso era verdad, lo de pasarlo genial no tanto.

— Más te vale que abran la atracción a las nueve — la miré resentido, que envidia le tenía en estos momentos al francés, que debía de estar en la cama con la cabeza pegada a la almohada y los pies pegados a las sábanas.

Fueron puntuales, a las nueve estábamos subiendo a la atracción, primero venía la subida y luego la bajada, o por lo menos eso le habían contado en el tutorial informativo.

Luego tras subir las enormes cimas de ese tobogán mecánico de curvas y más curvas, llegamos a la zona de instrucción, donde nos contaron para qué servía el botón de la velocidad que eran dos palancas a  los lados y la palanca de frenado.

Cuando al fin nos tiramos, la castaña no dejaba de pedir cada vez más y más velocidad.

— ¡Ve más rapidoo! — quería sentir el viento en la cara, a pesar de que yo prefería más el ritmo de tortuga.

Apreté la palanca y empezamos a coger una velocidad enorme por los raíles, cayendo en picado por lo que parecía un precipicio infernal sin fin.

    — Si quieres puedes gritar, si te desahogas el miedo se irá yendo poco a poco — me miró y pegó más su cuerpo al mío.

— ¡AHHHHH! — grité con terror, estaba tan asustado.

Entonces ella agarró mi mano y me miró para que no dijera nada, y ahí apareció de nuevo, esa electricidad que no lograba entender, solo cuando nos tocábamos, era como si mi mano y la suya estuvieran hechas para encajar la una con la otra, cuando agarró mi mano, la calma volvió, ya no sentía que estaba cayendo en picado por una atracción infernal, mi miedo a las alturas se había desvanecido, porque no podía ver, lo único que sentía era el calor de su mano junto a la mía, que no se había despegado ni un solo segundo de mí durante el resto del trayecto.

El Corazón De Douglas #Wattys2018 [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora