Capítulo 20: No te enamores de mí

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Al día siguiente me desperté con energía, esperaba que la ciudad de las luces fuera capaz de mejorar el estado de ánimo de Minerva, a ver si con un poco de suerte se le pasaba el cabreo.

Pero por desgracia la cara de Minerva recogía todas las sombras de la habitación en una mirada furtiva y desafiante, sé que está molesta porque tiene la costumbre de morderse las paredes de la boca y si te fijas bien, además de fruncir levemente el ceño, achica los ojos con su mirada de espero que tengas una excusa muy buena o tienes tres segundos para huir.

Iba a preguntarle en ese preciso instante, pero recordé que la hora de desayunar gratis en el hotel se nos estaba acabando, se lo comenté en cuanto me di cuenta que nos quedaban menos de cincuenta minutos escasos:

        — Tenemos que vestirnos y bajar, como no lo hagamos pronto nos quedamos sin desayuno — le expliqué mientras continuaba observando esas señales que me estaban indicando que algo no iba bien, eran como las luces rojas en un submarino cuando ocurre una situación de emergencia, porque sabes que estás en peligro, pero no sabes como puedes huir de allí.

Ella no me contestó, seguía muda, se limitó a entrar en el cuarto de baño. Cuando salió del cuarto de baño con una camiseta  básica blanca y un pantalón azul ajustado, yo intenté ignorar su vestimenta, pero el rabillo de mi ojo no podía dejar de contemplarla, me asombra el ver que su sencillez despierta todos y cada uno de mis sentidos.

Una vez que vi que los dos estábamos listos, bajamos, el hotel aunque pequeño e informal, cada vez me sorprendía más, tenía esos detalles de comodidad y confort de un hotel de lujo sin serlo en absoluto. 

Nos sentamos en las sillas de la octava mesa, la chica de la cocina se acercó a nosotros sacó una pequeña libreta encuadernada y dijo:

— Disculpen, ¿podrían indicarme el número de su habitación, por favor? — la sonrisa de la chica transmitía una tranquilidad pasmosa, todo en el aire era sosiego y relajo, se respiraba calma en el ambiente.

— La '309' — se me adelantó Minerva con gran rapidez.

La chica nos miró, tachó algo de su lista y se marchó agradeciéndonos la respuesta. Una vez que recibimos el permiso verbal pertinente, caminamos deleitándonos con las numerosas opciones de desayuno que teníamos delante de los ojos. Minerva seleccionó un zumo de piña y un croissant, yo, sin embargo, me decanté por los panecillos con pequeños cereales y semillas que estaban en la tercera caja a la derecha de los postres, cogí jamón york, pavo, quesos de todo tipo, tanto frescos como normales y llené una taza de leche de la máquina, las puse en mi bandeja y me senté en frente de Minerva, no sin antes dejar que mis panecillos se tostaran en la tostadora que había en la esquina izquierda de la sala.

Al sentarme, descubrí que la razón de su enfado no era otra que yo, sus ojos desafiantes eran por mí, lo supe en cuanto me miró con desprecio y me soltó:

        —   ¿Cómo le va a tu primo Paolo? — fue cuando me di cuenta de que lo había descubierto, más que nada lo supe por el cabreo, eso y que tenía una foto de Paolo y mía que mi tío había colgado sin querer en Internet hace unos años.

        — Puedo explicártelo — sabía que si el nivel del color marrón de sus ojos llegaba a la profundidad de la pupila estaba perdido, por eso traté de enfriar la situación lo antes posible.

      En realidad lo que me salvó de no que no me tirara el móvil  a la cabeza, que seguramente era lo que estaba pensando hacer, fue el sonido de la tostadora. Me levanté, recogí mis tostadas que estaban doradas pero solo por las esquinas, como a mi me gustan y luego me volví a poner en frente de ella, pero me puse en la dirección de su mano izquierda, que sabía que era la mano mala. 

Empecé con mi explicación cuando vi que posaba sus manos sobre las rodillas y dejaba de ser peligrosa:

        — Sabía que si no ganaba la competición no conseguiría que vinieras, por lo que le pedí a mi primo que es experto en chocolates que me ayudara — estaba atenta a cada uno de mis gestos, como si fuera un detector de mentiras humano.

— Aunque te creyera que no digo que lo haga, en una noche es imposible que te aprendieras todos los tipos de chocolate habidos y por haber — era cierto, era imposible.

— Es que no me aprendí todos los chocolates, lo único que era posible que me aprendiera en una sola noche eran números, por lo que asociamos números a chocolates y luego empleamos juegos y acciones imperceptibles para que yo pudiera acertar y así ganar el concurso — eso sí que pareció encajarle, porque estaba comenzando a relajar esa mirada tan tensa.

— Entonces eres un tramposo, aunque lo hicieras por tu hermana, que estoy segura de que esa es la razón de que hicieras trampas para ganarme,  no tienes excusa posible —esa respuesta me indicaba que había pocas posibilidades de que continuáramos con el viaje —. Y encima ayer tienes la cara de decirme que te pagara yo el hotel porque había hecho trampas —no sabía qué responder a su razonamiento.

— Bueno vale, hay un empate de tramposos — me salió un comentario ingenioso, que o me sacaba del atolladero en el que me había metido o me hundía lentamente hasta que me ahogara.

Pero le hizo gracia mi comentario, se le escapó una risa de unos ocho segundos, corta, pero eso me indicaba que no todo estaba perdido y luego añadió:

— Eres todo un misterio, Douglas, lo tuyo no es normal —era mi oportunidad para interrumpirla y soltarme mi pregunta.

        — ¿Eso significa que te quedas? — puse cara de pena por si ayudaba, aunque sabía que si se negaba no habría forma de convencerla de lo contrario.

        — Tengo condiciones, no te creas que me voy a quedar sin que establezcamos un contrato de viaje con una serie de condiciones — ¿un qué?

— No tenemos folios para hacer lo que pides — le recordé.

Ella se acercó a la chica de antes, le pidió un bolígrafo, volvió de nuevo a la mesa y dijo:

— El contrato podemos improvisarlo — cogió una servilleta del servilletero mientras hablaba.

Escribió una serie de premisas con puntos señalados y una vez que terminó dijo:

        — Léelas y luego me cuentas patoso — lo de patoso supongo que es un comentario jocoso sobre la caída que ella me provocó.

— Vale, raíz cuadrada de cero — en mi mente parecía gracioso.

  — Se te da fatal esto de insultar — se estaba riendo sin parar, casi se cae de la silla.

Leí las condiciones, y entonces me di cuenta de que no solo no me había ignorado ni un solo segundo sino que se había fijado con detenimiento en cada una de mis acciones:

Leí las condiciones, y entonces me di cuenta de que no solo no me había ignorado ni un solo segundo sino que se había fijado con detenimiento en cada una de mis acciones:

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El Corazón De Douglas #Wattys2018 [Completa]Where stories live. Discover now