✖ Mi Divina Tragedia ✖

215 22 17
                                    

Sólo dormimos abrazados.
Uy, ¿esperabas algo más, no?
Esa noche luego de que finalizara la fiesta, mis padres accedieron ante mi propuesta de quedarme en la casa de Norman durante la madrugada navideña.
Supongo que confiaban demasiado en nosotros; no sé.

Ladeé lentamente mi cabeza a la derecha, Norman no paraba de mirar su peluche pesadillesco, mientras yo intentaba no acercarme ni por un sólo centímetro: era espantosamente extravagante. Sin embargo, mi novio seguía abrazado a su conejo como si fuera la mayor preciosidad creada por Dios, o algo que valiera más que una entera mina de oro puro. ¿Acaso no tendría que estar contenta de que mi regalo le gustase?
Pues estaba contenta, sí.
No me encontraba lo suficientemente convencida de que me gustara a mí.
Lo único bueno que puedo mencionar de ese bicho es que dejaba tras de su presencia el rastro de un delicioso aroma a canela (cortesía de mamá y sus buñuelos, que estaban cerca de la máquina de coser), pero después de eso absolutamente nada.

Me encantaba coser con la máquina de mamá: ella misma me había enseñado a los once años, y de vez en cuando cosía mis propias prendas yo sola. Era como una especie de hobby tranquilizador para mí; incluso algunas vecinas me pedían ayuda, o a veces pasaban por casa a levantar pedidos. Entre tanto, un poco de tiempo viendo canales de tutoriales en YouTube puede hacer mil maravillas.

Ni bien entramos en la época navideña —del 20 de diciembre en adelante— no sabía qué regalarle a Norman. Tenía el proyecto de que debía ser algo negro, oscuro, gótico... 
Investigué varias cosas en Internet, busqué algún objeto que pudiera llamarme la atención (algo original, por supuesto), pero ¿Qué no tenía Norman ya? ¿Qué podría gustarle de verdad?
Se me ocurrió que podría regalarle un libro de leyendas urbanas y creepypastas, quizá alguna película de terror, un documental de investigación científica —¡pero nada me convencía!—.
No podía regalarle algo tan material y "seco" por así decirlo, de modo que decidí primero hacer un muñeco Voodoo casero bastante adorable, de esos con un alfiler en el corazón y los ojos en cruces: no podía fallar. Sabía que la mayor debilidad de Norman era todo lo macabro y bizarro que tuviera algo de "adorable", tal y como eran esos peluches.

Finalmente me decanté por el conejo. ¡Menos mal que era un regalo! ¡Ni de broma me lo quedaría una noche más en mi casa!
Parecerá de locos, pero para mí ese conejo estaba maldito, a pesar de que sus ojos eran botones negros sentía que se encontraba inspeccionándome.
La noche antes del festejo, después de cenar en familia, lo tapé con una manta gruesa y me fui a dormir. No soportaba verlo por allí. Llámame miedosa, pero es la verdad.

Eran las tres de la mañana, y la alegre fiesta había llegado a su fin.
La velada había resultado muy divertida, excepto la parte en la que le conté a Gwen sobre la esquizofrenia de Keith. Por suerte se lo tomó bien; supongo que no tenía mucho conocimiento sobre esa enfermedad. Podría decir que se hallaba más consternada con tener a su ídolo frente a sus narices, en vez de estar anonadada por su conducta tan peculiar.
De verlo en sus lapsos se llevaría una sorpresa enorme, pero por lo menos le había advertido: jamás tenía que dudar sobre Keith. Era excéntrico, sí, pero jamás dejaría el bando de los buenos.

Observé a Norman, en el lado derecho de la cama, casi rozando la pared con su espalda.
Absorto tocaba los botones de los ojos de su peluche, con seguridad investigando el material y la forma en la que estaban superpuestas las telas.
De repente tomó sin querer al conejo de la cabeza, y ésta se desencajó de su sitio.
La expresión de Norman fue todo un poema.

—¿Por qué todo lo que amo se destruye? —protestó, haciendo puchero.

Sonreí. ¡Pero qué emo depresivo se volvía!

Clasificados © [En edición]Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora