✖ Reunión familiar ✖

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El tiempo pasó lento

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El tiempo pasó lento.
Muy lento.

Ya sabía lo que se sentía caer; sin cuerdas, poleas, trampolines... Nada que detuviera la fuerza de la gravedad.
Caer es desagradable. Sientes que tu estómago quiere huir por tu garganta, tus ojos lloriquean por culpa del roce del viento...
Tus extremidades no sirven de nada; aún así sigues revoloteando como un pájaro, intentando alzar vuelo antes de acercarte demasiado al cruel suelo.
Seguramente lo has vivido en un sueño, despertándote luego con un sobresalto y el corazón golpeteando a mil por hora.

No morí. Eso fue lo bueno.
No soy del todo religiosa, pero de haber tenido algún dios en particular le hubiera dado las gracias.

Todo había sucedido demasiado rápido.
Pero tranquilo: te contaré con lujo de detalles la razón por la cual conservé la vida.

Segundos antes de caer, con un movimiento audaz, desabroché del cinturón portaherramientas la famosa aguja, parecido a un mediano escarbadientes de metal del largo de un dedo.
Del extremo inferior tomé la aguja y tiré de allí, extrayendo una cuerda delgada pero muy resistente.
Presioné un botón que sobresalía del objeto, y la saeta salió disparada hacia arriba; en seguida, su punta se abrió en cinco extremos afilados —un arpón, en realidad—, capaces de perforar hasta la más dura piedra.
Milagrosamente se clavaron con mucha fuerza.
Para mi mala suerte, la cosa en el que el garfio se había enganchado era nada más y nada menos que un conducto (un tubo muy grueso, de metal) por el que drenaba un líquido, totalmente negro como el alquitrán —sin serlo, creo—.
Dado el peso de mi cuerpo, el tubo se rompió; lancé un juramento, y el asqueroso líquido oscuro cayó de pleno —injustamente— en mi cabello rubio.

Aquello bajó hasta mi espalda a una velocidad impresionante. Reprimí un gemido.

"¡Agh!"

Lo realmente desastroso era pensar en cómo rayos haría para quitar esa porquería de mi cabello.
Lo más seguro era que tendría que raparme.

Me columpié libremente a lo Tarzán con la cuerda, y por la fuerza de la inercia volví estrepitosamente hasta el lugar por el que me habían empujado.

Pensando que había acabado conmigo, la dueña de mis pesadillas seguía parada allí como una marmota.
Si piensas rápido, habrás adivinado.

Vi la oportunidad que tanto buscaba:
Frente a mí, Bélica pegó un grito de asombro al verme volver tan veloz e imprevistamente.
Entré por la ventana con aire de triunfo, rozando algunos vidrios que quedaban y portando una pose digna de una Agente Secreta... y el desastroso cabello digno de un hazmerreír.

—¡Crista! —gritó Norman, arrodillado en el suelo con una sonrisa de oreja a oreja. Sospeché que había estado llorando a mares, porque sus mejillas y ojos estaban colorados.

En pleno trayecto aéreo, le di una patada a Bélica en el pecho; ella golpeó su cabeza contra el suelo de una forma dolorosa.
Cuando el arpón se desenganchó y solté la cuerda, de alguna extraña manera rodamos las dos por la superficie de baldosas; sin poder evitarlo acabé sobre Bélica con mis manos rodeando su cuello.

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